El mensaje de esta ocasión es para personas que enfrentan problemas. Si tú nunca has tenido ningún problema, y estás seguro que jamás tendrás ningún problema el resto de tu vida, tienes mi permiso para no leer esta Nota.
Para todos los demás que tenemos problemas, quiero que juntos analicemos en este día uno de los secretos más importantes para enfrentar esos problemas y salir victoriosos. Vamos a encontrar ese secreto en un evento que tuvo lugar durante la última semana de la vida de Jesús antes de su crucifixión.
A mi manera de ver, este evento es uno de los más extraños de toda la Biblia. El Señor Jesús pasó años sanando a los enfermos, dando vista a los ciegos y liberando a los endemoniados. El mismo dijo que había venido a dar vida, y a darla en abundancia. Sin embargo, este Señor Jesús fue capaz de hacer morir a una parte de su creación.
El día después de su entrada triunfal, Jesús y sus discípulos dejaron el pueblito cercano donde habían pasado la noche y regresaron a la ciudad de Jerusalén. En el camino, Jesús vio una higuera que estaba llena de hojas. No era tiempo de higos, pero Jesús esperaba encontrar algo de fruta en un árbol tan aparentemente robusto.
No obstante, al acercarse al árbol, vio que entre su exuberante follaje no se encontraba ni un solo higo. Jesús entonces pronunció estas palabras tan extrañas: "¡Nadie vuelva jamás a comer fruto de ti! " (Marcos 11:14). Son palabras muy extrañas de labios de nuestro Señor, ¿no es cierto?
Jesús y sus discípulos entraron entonces a la ciudad de Jerusalén. El allí encontró el templo tan lleno de actividad como la higuera había estado llena de hojas. Y tal como la higuera había carecido de fruto, el templo también carecía de fruto espiritual. No era un lugar de oración, como Dios quería que fuera. Se había convertido en un lugar de comercio.
Enojado, Jesús echó del templo a todos los mercaderes. Volcó las mesas de los que cambiaban el dinero para el pago de los impuestos del templo. Abrió las puertas de las jaulas de las palomas, quienes se fueron volando hacia el cielo. El entonces proclamó estas palabras de condenación: "¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones" (Marcos 11:17).
Al ver esto, los jefes religiosos se enfurecieron, y se propusieron encontrar la forma de deshacerse de Jesús. Jesús, por su parte, regresó con sus discípulos al lugar donde se estaban quedando la noche - quizás en casa de sus amigos Lázaro, María y Marta.
Al día siguiente, cuando Jesús y sus discípulos iban de regreso a Jerusalén, vieron que la higuera se había secado de raíz. No es que se estaba empezando a marchitar por falta de agua, o que le había caído una plaga en las hojas; estaba totalmente seca, de raíz. Pedro se quedó maravillado, y exclamó: "¡Rabí, mira, se ha secado la higuera que maldijiste!" (Marcos 11:21).
Uno quisiera decirle a Pedro: "¡Pues, claro! ¿Qué pensaste que iba a suceder cuando Jesús lo maldijo? ¿No has visto suficientes milagros ya?" Pero la verdad es que tú y yo podemos ser iguales de mensos. Después de todas las cosas que Dios ha hecho, todavía nos cuesta confiar en su Palabra.
Ya podemos entender por qué Jesús maldijo la higuera. Era una lección en vida de las fallas de la religiosidad de los fariceos judios. Al igual que el árbol, sus movimientos religiosos se veían muy lindos, pero no estaban produciendo nada de fruto. ¡Al contrario! El fruto que Dios quería ver, el fruto de la oración sincera elevada a su trono, estaba siendo desplazado por las actividades comerciales.
En otras palabras, la higuera llega a ser un símbolo de lo inútil que puede ser la religión cuando sólo se trata de movimientos rutinarios y comercializados, en lugar de buscar el corazón de Dios. Esta es una lección muy importante para todos nosotros. Pero en seguida, Jesús nos enseña cómo orar de la forma que a Dios le agrada, y que trae transformación a nuestras vidas.
No te pierdas la conexión. Jesús demostró con la maldición de la higuera lo que Dios opina de religiosidad vacía. El problema con esta clase de religiosidad es que ahoga la oración, que tiene que estar al centro de la relación entre Dios y su pueblo. Es por esto que Jesús entonces nos enseña cómo orar.
Abre tu Biblia conmigo a Marcos capítulo 11, y leamos los versos 22 al 25:
11:22 Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. 11:23 Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. 11:24 Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. 11:25 Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.
Si tú quieres que el poder de Dios se demuestre en tu vida, si tú quieres ver que las montañas que enfrentas se trasladen al fondo del mar, hay dos cosas esenciales. La primera de ellas es orar confiadamente.
Jesús y sus discípulos estaban sobre el Monte de los Olivos, al lado de Jerusalén. De ese lugar, si el día está despejado, se puede ver el Mar Muerto. Para que entiendan su mensaje, Jesús les pone una comparación. Con suficiente fe, un discípulo de Jesús podría decirle a esa montaña que se tirara al mar, y Dios lo haría.
Es obvio que Jesús nos está poniendo una comparación. ¡No vayas a buscar la montaña más cercana para decirle que se tiene que tirar al fondo del mar! El punto es éste: remover una montaña, aun con la maquinaria pesada más moderna, es humanamente imposible. Pero para Dios, ¡nada es imposible! Cristo nos está llamando a orar, confiando en el poder del Dios que hace lo imposible.
La religiosidad te enseña a repetir oraciones prescritas una multitud de veces, como si Dios fuera muy olvidadizo y hubiera que decirle las cosas muchas veces para que no las olvide. Pero Jesús nos enseña que la oración que Dios está buscando es la oración de confianza. Déjame preguntarte esto: cuando oras, ¿de veras crees que Dios es capaz de transformar la situación? ¿De veras crees que El es capaz de hacer cosas grandes?
Un niño se estaba portando mal en la iglesia: hacía bulla, se movía y distraía a todos los demás. Por fin, su papá lo recogió debajo del brazo y se levantó para llevarlo afuera. El niño miró a toda la congregación y les suplicó: "¡Hermanos, oren por mí!" Ese niño sabía que la oración era su única esperanza.
¡Ojalá tuviéramos tú y yo la convicción de ese niño! ¡Ojalá sintiéramos la urgencia de orar, sabiendo que es nuestra única esperanza! Quiero que pienses en esa montaña que enfrentas ahora. Podría ser un problema familiar, un ser querido que está lejos del Señor, una necesidad económica, un problema en tu propio corazón. ¿Crees que Dios pueda cambiar esa situación? ¿Crees que Dios pueda hacerlo?
Si de veras lo crees, empieza hoy a orar al Señor. Confía en su poder. Acuérdate de todos sus milagros. Pídele que te ayude a confiar más en El. Haz lo que esté en tus manos; toma la acción que tú puedas. Cuando hayas hecho lo que puedes, descansa en el Señor. Confía plenamente en El. No te apures ni te desesperes.
Pero hay algo más que tienes que entender. Si tú guardas rencor en tu corazón, tu oración perderá por completo su poder. Jesús te dice que, si tú no perdonas a la persona que tiene algo contra ti, tu Padre celestial tampoco te perdonará.
¿Qué significa perdonar? ¿Significa fingir que el daño no sucedió? No, el perdón no es así. Para empezar, el perdón significa dejar la venganza en manos de Dios. Significa que, cualquiera que haya sido el daño que te hicieron, tú entregas en manos de Dios la venganza, porque El dice: "La venganza es mía, yo pagaré" (Romanos 12:19).
La venganza no es lo mismo que la justicia. Si alguien ha cometido un delito o un crimen contra ti, perdonar no significa que no irás a la policía, si la situación lo requiere. Tampoco significa que no te protegerás, si crees que la persona puede volver a cometer el mismo delito. Pero significa que, en tu corazón, no buscarás dañar a la persona sólo por desquitarte.
Luego, el perdón significa restaurar la relación con la persona si muestra arrepentimiento. En sus enseñanzas acerca del perdón, Jesús enseñó que tenemos la obligación de perdonar completamente sólo a la persona que se arrepiente - es decir, que nos pide perdón con sinceridad. Por ejemplo, Jesús dice en Lucas 17:3: "Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo."
Aunque no se arrepienta, debes dejar la venganza en manos de Dios; pero cuando hay arrepentimiento, la relación tiene que ser restaurada. Si no hay arrepentimiento, cuídate de no guardar rencor, y ora para que la persona pueda arrepentirse.
Así podrás estar seguro de que tus oraciones elevadas con fe serán oídas y contestadas por tu amoroso Padre celestial. Por medio de la oración viene la solución. ¿Cuál es tu montaña? ¿Cuál es esa situación que Dios te está llamando a poner en oración, con fe? No te conformes con hojas inútiles de religiosidad. Confía de corazón en el Señor, y déjale mover tu montaña. Tomemos unos momentos para orar juntos.
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