No sé
cuántos de ustedes conocen la fábula de la liebre y la tortuga, en la que se
cuenta que: Una Tortuga y una liebre se enfrentaron en una carrera de
campeonato. La liebre como era más veloz acordó con la tortuga salir un día más
tarde para darle así la oportunidad de que esta avanzara. La meta estaba a tres días de caminos por lo
que la tortuga poniendo todo su esfuerzo comenzó a correr y a avanzar.
Al día
siguiente la liebre salió a toda velocidad, como había acordado. Cuando había
recorrido un trayecto de aproximadamente dos horas, le paso por el lado a la tortuga a toda
velocidad, haciéndole gestos de burla por su lentitud y alardeando de su gran
velocidad y destreza. No habían pasado cinco minutos cuando ya la liebre había
desaparecido de su vista.
Cuando la
liebre había avanzado un trayecto de dos día de camino, se encontró con otras
liebres y se detuvo a conversar y a
burlase de la lentitud de la tortuga por la gran distancia de ventaja que le
llevaba.
Las liebres
comenzaron a saltar por los árboles, a jugar y a divertirse. Estaban tan
entretenidas que se quedaron dormidas del cansancio. La liebre olvido por
completo que estaba en una competencia. Cuando la liebre se espanta y se
recuerda que la tortuga podía haber avanzado en su descuido, solo faltaban Diez
minutos para terminar la carrera, entonces sale apresurada a tratar de alcanzar
la meta, pero ya la tortuga que se había esforzado por avanzar y no había
descansado durante todo el camino, estaba cruzando la línea de los vencedores.
La liebre
muy decepcionada y frustrada luego de haber perdido la carrera, se acerca a la
tortuga y le pregunta ¿Qué fue lo que hiciste para lograr vencerme? La tortuga
le contesto –Me despoje de mi caparazón y de todo lo que me pesaba y nunca me
detuve hasta llegar a la meta.-
Este relato
me trae a la mente la gran similitud que
tiene con la carrera que recorremos a través de la vida como creyentes para poder
alcanzar la salvación del alma. El apóstol Pablo compara la vida en Cristo con
una gran carrera.
Todos nosotros sabemos que la vida en Cristo no es sencilla,
el vivir en El, el aceptarlo a Él, el hacer solo su voluntad y su propósito no
es fácil. Es por esto que necesitamos del Espíritu Santo para ser fortalecidos y
del poder de Dios para lograr los propósitos que Él tiene para nosotros, para
que así los podamos alcanzar.
La Palabra
nos habla en Hebreos 12:1-2: “Por tanto, nosotros
también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos
de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera
que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la
fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el
oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.”
En este
pasaje somos llamados primeramente a despojarnos de todo peso, es decir de
todas aquellas cosas que nos impiden avanzar en Cristo y a correr con paciencia
la carrera que está establecida para nosotros. Dice, poniendo los ojos en Jesús el autor y
consumador de la fe.
Este pasaje
presenta nuestro andar cristiano y nuestra vida cristiana, como una carrera que
necesitamos correr y nos da tres indicaciones de como poder ser vencedores y
llegar a la meta: Despojándonos de todo peso, con paciencia y sobre todo poniendo nuestros ojos en Jesús,
quién es el autor y consumador de nuestra Fe.
La Tortuga
de nuestro relato se despojó de todo lo que le pesaba, se despojó de su coraza que
aunque la protegía, le impedía poder avanzar con ligereza y con toda su
paciencia puso sus ojos en la meta, no
importándole lo rápido que fuera la liebre, su único objetivo era llegar a la
meta.
Hay muchas
cosas en la vida que aunque nos hacen sentir protegidos y nos dan una aparente
seguridad de vida, se convierten en grandes corazas que nos impiden poder
avanzar con rapidez a las metas de nuestras vidas.
Hay muchos
que al igual que la liebre se confían en sus facultades, en sus posesiones y en
los éxitos que han obtenido, se han enfocado en sus logros y se han entretenido
en las cosas materiales olvidando por
completo las cosas espirituales, dirigiéndose así a toda velocidad al camino
del fracaso y de la pérdida de su alma.
El Apóstol
Pablo haciendo referencia a estas cosas
nos dice lo siguiente:
“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro así aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” Filipenses 3:12-14.
Pablo
no se contaba así mismo por haber ganado el premio, sino que desestimaba
aquellas cosas que quedaron atrás prosiguiendo a la meta al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Había una meta a la cual llegar, un premio
qué recibir. El no consideraba este premio como ya recibido, sino que enfocaba
su vida en recibir este premio. El era una persona con objetivos y con la meta
de alcanzar el supremo llamamiento de Dios.
Él decía en su carta a los Corintios 9:24-27:
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren,
pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo
aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir
una corona corruptible,
pero nosotros, una incorruptible.
Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo,
no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en
servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser
eliminado.”
Este hombre
de Dios corría la carrera buscando una corona incorruptible no terrenal. Tenía
su objetivo establecido y su meta era recibir esa corona de las manos del
Señor, no permitiría que nada ni nadie
interfiriera en su objetivo. El no corría con inseguridad, Él sabía cuál
era su meta y estaba seguro del premio que le esperaba.
Así como los
atletas se disciplinan teniendo en mente su meta de ganar las carreras, así
también Dios espera de nosotros que disciplinemos nuestros cuerpos, poniendo
atención no sea que mientras le predicamos a otro, no vayamos a ser nosotros mismo descalificados. No olvidemos que nosotros
también corremos la misma carrera, y
que el mismo premio nos espera también.
Peleemos la buena batalla de la fe, echemos
mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuimos llamados. La carrera se
convierte en batalla y la batalla se convierte en guerra. El atleta es también
un soldado y el soldado es también un guerrero. Y un buen soldado tiene que
aprender a resistir duramente.
En
conclusión tenemos que ser perseverantes hasta el final como hizo la tortuga y
no detenernos no importa cuales sean las circunstancias que se nos presenten,
nuestra única meta es alcanzar el reino de Dios el cual cada día se hace más
violento y solo los valientes y perseverantes lo arrebataran. No te detengas en
el camino como hizo la Liebre avanza con paciencia a la meta y recibirás como
recompensa la corona incorruptible de la salvación y la vida eterna.
Pastor: Pablo Ramos
No hay comentarios:
Publicar un comentario