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viernes, 15 de agosto de 2014

DESOBEDECER ATRAE MALDICION

El robo a Dios y al prójimo así como jurar falsamente, son tres de los pecados comunes que desde la antigüedad condenó Dios y sobre cuya ocurrencia advirtió que traería Maldiciones.
La exhortación sobre estos pecados está consignada en los escritos de tres profetas que ejercieron una poderosa influencia en el pueblo de Israel: Zacarías, Hageo y Malaquías. Sus escritos nos sirven de orientación hoy con el fin de que no incurramos en iguales trasgresiones y para que las corrijamos en caso de que estemos cayendo en ellas.
Robar a Dios
El pueblo de Israel tenía un compromiso con Dios y era apartar la décima parte de sus ingresos para Dios, fuera en efectivo o en especie. Los recursos estaban orientados a proveer para los ministros. No obstante incurrieron en una práctica detestada por Dios: se dejaban para sí los recursos que debían aportar a la obra.
El profeta lo describió de la siguiente manera: "¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado." (Malaquías 3:8, 9)
Como pueblo estaban desestimando el sello del Pacto que tenían con el Señor, y por tanto lo trasgredían. La admonición es clara: aunque creían que sustraer los diezmos podía quedar amparado por el ocultamiento, delante del Creador estaba a la luz. Lo que se derivaba de este comportamiento era la maldición, afectando no solo al individuo sino también a su familia y a toda la nación.
¿Hay posibilidad de escapar de esta situación? Por supuesto que sí. Radica en volverse a Dios en sincero arrepentimiento y con disposición de cambio: "Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde." (Malaquías 3:10)
Es hora de que revise sus actuaciones. Aunque para el Nuevo Testamento no encontramos una ordenanza específica de que los cristianos diezmen, sí hallamos el compromiso de aportar para la extensión de la obra del Señor con liberalidad. ¿Cuánto lleva usted sin sumarse con aportes al sostenimiento de la congregación y la extensión del Evangelio?
Recuerde siempre que aquél que se arrepiente y restituye lo robado, se beneficia de nuevo con las Bendiciones.
Las Maldiciones por robar y jurar falsamente
Cuando vamos a las Escrituras encontramos una clara condenación de Dios para el robo y jurar falsamente, actitud conocida en nuestro tiempo como el perjurio.
El profeta describió así lo que vio: "De nuevo alcé mis ojos y miré, y he aquí un rollo que volaba. Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: Veo un rollo que vuela, de veinte codos de largo, y diez codos de ancho. Entonces me dijo: Esta es la maldición que sale sobre la faz de toda la tierra; porque todo aquel que hurta (como está de un lado del rollo) será destruido; y todo aquel que jura falsamente (como está del otro lado del rollo) será destruido. Yo la he hecho salir, dice Jehová de los ejércitos, y vendrá a la casa del ladrón, y a la casa del que jura falsamente en mi nombre; y permanecerá en medio de su casa y la consumirá, con sus maderas y sus piedras." (Zacarías 5:1-4)
Observe cuidadosamente que robar—cualquiera que sea su manifestación, bien sea en el desenvolvimiento laboral como la sustracción de cualquier cosa que le pertenezca a otra persona—y jurar falsamente en el nombre de Jehová para sacar provecho, acarrea destrucción.
La presencia de la Maldición persistirá hasta que se produzca la desolación total, no solo de quien incurre en la trasgresión, sino de toda su casa. Una vez que entra en el hogar, la execración permanece hasta que todo quede reducido a cenizas.
La única forma de romper las ataduras es arrepentirnos y buscar la misericordia del Señor, porque de lo contrario persistirá la abominación y operará sin límites sobre el trasgresor y su familia. Se produce la afectación no solo del hogar sino de una ciudad y una región.
El profeta Hageo advirtió que la Maldición cuando se desconocen los mandamientos de Dios, desencadena ruina: "¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta? Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto." (Hageo 1:4-6).
Este fenómeno lo podemos apreciar hoy día al apreciar de qué manera el sistema crediticio y las tarjetas de crédito están tomando tanta fuerza entre los consumidores, de tal manera que millares de hombres y mujeres viven endeudados.
Las conversaciones, fuente de contaminación.
Es importante que tengamos sumo cuidado con nuestras conversaciones. Son una fuente de intercambio de información. Y quienes la suministran o la reciben, necesariamente la procesan y guardan en su mente y su corazón el contenido.
El apóstol Pablo, consciente de lo que implica todo cuanto decimos, exhortó a los creyentes a través de Tito, a guardar sus palabras para no decir nada malo de nadie, dañando su buena honra. Él escribió: "Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres." (Tito 3.2)
Hablar contra alguien no es algo que esté bien en un cristiano. Es un comportamiento característico del mundo, no de aquellos que han sido redimidos por Jesucristo y que están en un abierto proceso de crecimiento personal y espiritual.
Ahora, el apóstol Santiago fue contundente al advertir que las palabras contaminan y como es natural, desencadenan unas consecuencias en la persona: "Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno." (Santiago 3:6).
En términos precisos señala asimismo que el creyente en Jesús el Señor no tiene por qué estar inmerso en murmuraciones: "Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez." (Santiago 4:11)
Es de suma importancia que recordemos algo: usted y yo debemos responder ante Dios por cada palabra que pronunciemos: "Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio." (Mateo 12:36).
¿Se da cuenta de la necesidad de ser sumamente meticulosos con todo cuanto decimos? No hacerlo constituye una actitud necia que nos contamina y de paso, genera ataduras porque hay poder en las palabras que pronunciamos, bien sea de bendición o de maldición.
¿Te has contaminado?
Es muy probable que por no medir las consecuencias de sus conversaciones, dichos o formas de expresarse en diferentes circunstancias de la vida, se haya desatado en su contra la contaminación e incluso, pesen sobre su vida maldiciones auto impuestas.
Es hora de que recuerde que la única forma de romper esas ligaduras es reconociendo delante de Dios el error, declarando sin poder tales afirmaciones y pedir el poder de Jesucristo en su existencia para que se rompa cualquier cadena.
Tenga presente que las personas que están en los caminos de Dios, pueden contar con Su protección en la batalla que libra contra Satanás. No así quienes viven disipadamente porque pierden su cobertura.
Ahora, es importante que reconozcamos en alguien que está contaminado espiritualmente, actitudes que riñen con los principios dinámicos de crecimiento personal y espiritual contenidos en la Biblia. Estas personas, tal como leemos en la Biblia, se encuentran influenciadas por el adversario: "Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica." (Santiago 3:14, 15)
Ahora observe algo sumamente interesante Quien protege nuestro ser de toda contaminación es Dios, y por tal motivo debemos movernos unidos a Él.
La Palabra dice: "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo." (1 Tesalonicenses 5:23)
Observe que la protección de nuestro Padre celestial se produce en nuestro espíritu (a través del cual nos comunicamos con Él), la mente (que gobierna nuestros pensamientos y por supuesto, las actitudes) y sobre nuestro cuerpo (que es la parte física). Los tres componentes esenciales de un ser humano.
Si estamos contaminados, fruto de la necedad de nuestras palabras y conversaciones, existe una ruptura en la comunicación de Dios con nuestro espíritu, y si hay tal divergencia, por supuesto nuestra relación espiritual con el Señor no podrá afectar positivamente nuestra mente, produciendo renovación y crecimiento.
Es esencial que restablezcamos ese canal, con pureza. El autor sagrado advierte que: "Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él." (1 Corintios 6:17) Sobre esa base, es importante que reconozca en dónde ha fallado, se arrepienta y, tomado de la mano del Señor Jesús, reclame esa libertad.
De persistir en su comportamiento distante de Dios, sin duda estará alejado de la relación con el Señor y no podrá experimentar renovación y crecimiento personal y espiritual: "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie." (1 Corintios 2:14, 15)
Hoy es el día de volverse a Dios. Tome nota que usted fue concebido por Él para experimentar cambios. Y esa transformación comienza con nuestra forma de hablar, la cual debemos cuidar, expresándonos y viviendo con sabiduría y no con necedad.

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