El robo a Dios y al
prójimo así como jurar falsamente, son tres de los pecados comunes que desde la
antigüedad condenó Dios y sobre cuya ocurrencia advirtió que traería
Maldiciones.
La exhortación sobre estos
pecados está consignada en los escritos de tres profetas que ejercieron una
poderosa influencia en el pueblo de Israel: Zacarías, Hageo y Malaquías. Sus
escritos nos sirven de orientación hoy con el fin de que no incurramos en
iguales trasgresiones y para que las corrijamos en caso de que estemos cayendo
en ellas.
Robar a Dios
El pueblo de Israel tenía
un compromiso con Dios y era apartar la décima parte de sus ingresos para Dios,
fuera en efectivo o en especie. Los recursos estaban orientados a proveer para
los ministros. No obstante incurrieron en una práctica detestada por Dios: se
dejaban para sí los recursos que debían aportar a la obra.
El profeta lo describió de
la siguiente manera: "¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me
habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y
ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me
habéis robado." (Malaquías 3:8, 9)
Como pueblo estaban
desestimando el sello del Pacto que tenían con el Señor, y por tanto lo
trasgredían. La admonición es clara: aunque creían que sustraer los diezmos
podía quedar amparado por el ocultamiento, delante del Creador estaba a la luz.
Lo que se derivaba de este comportamiento era la maldición, afectando no solo
al individuo sino también a su familia y a toda la nación.
¿Hay posibilidad de
escapar de esta situación? Por supuesto que sí. Radica en volverse a Dios en
sincero arrepentimiento y con disposición de cambio: "Traed todos
los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora
en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los
cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde."
(Malaquías 3:10)
Es hora de que revise sus
actuaciones. Aunque para el Nuevo Testamento no encontramos una ordenanza
específica de que los cristianos diezmen, sí hallamos el compromiso de aportar
para la extensión de la obra del Señor con liberalidad. ¿Cuánto lleva usted sin
sumarse con aportes al sostenimiento de la congregación y la extensión del
Evangelio?
Recuerde siempre que aquél
que se arrepiente y restituye lo robado, se beneficia de nuevo con las
Bendiciones.
Las Maldiciones por robar y jurar falsamente
Cuando vamos a las Escrituras
encontramos una clara condenación de Dios para el robo y jurar falsamente,
actitud conocida en nuestro tiempo como el perjurio.
El profeta describió así
lo que vio: "De nuevo alcé mis ojos y miré, y he aquí un rollo que
volaba. Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: Veo un rollo que vuela, de veinte
codos de largo, y diez codos de ancho. Entonces me dijo: Esta es la maldición
que sale sobre la faz de toda la tierra; porque todo aquel que hurta (como está
de un lado del rollo) será destruido; y todo aquel que jura falsamente (como
está del otro lado del rollo) será destruido. Yo la he hecho salir, dice Jehová
de los ejércitos, y vendrá a la casa del ladrón, y a la casa del que jura
falsamente en mi nombre; y permanecerá en medio de su casa y la consumirá, con sus
maderas y sus piedras." (Zacarías 5:1-4)
Observe cuidadosamente que
robar—cualquiera que sea su manifestación, bien sea en el desenvolvimiento
laboral como la sustracción de cualquier cosa que le pertenezca a otra
persona—y jurar falsamente en el nombre de Jehová para sacar provecho, acarrea
destrucción.
La presencia de la
Maldición persistirá hasta que se produzca la desolación total, no solo de
quien incurre en la trasgresión, sino de toda su casa. Una vez que entra en el
hogar, la execración permanece hasta que todo quede reducido a cenizas.
La única forma de romper
las ataduras es arrepentirnos y buscar la misericordia del Señor, porque de lo
contrario persistirá la abominación y operará sin límites sobre el trasgresor y
su familia. Se produce la afectación no solo del hogar sino de una ciudad y una
región.
El profeta Hageo advirtió
que la Maldición cuando se desconocen los mandamientos de Dios, desencadena
ruina: "¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en
vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta? Pues así ha dicho Jehová
de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho, y
recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os
vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco
roto." (Hageo 1:4-6).
Este fenómeno lo podemos
apreciar hoy día al apreciar de qué manera el sistema crediticio y las tarjetas
de crédito están tomando tanta fuerza entre los consumidores, de tal manera que
millares de hombres y mujeres viven endeudados.
Las conversaciones, fuente de contaminación.
Es importante que tengamos
sumo cuidado con nuestras conversaciones. Son una fuente de intercambio de
información. Y quienes la suministran o la reciben, necesariamente la procesan
y guardan en su mente y su corazón el contenido.
El apóstol Pablo,
consciente de lo que implica todo cuanto decimos, exhortó a los creyentes a
través de Tito, a guardar sus palabras para no decir nada malo de nadie,
dañando su buena honra. Él escribió: "Que a nadie difamen, que no
sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los
hombres." (Tito 3.2)
Hablar contra alguien no
es algo que esté bien en un cristiano. Es un comportamiento característico del
mundo, no de aquellos que han sido redimidos por Jesucristo y que están en un
abierto proceso de crecimiento personal y espiritual.
Ahora, el apóstol Santiago
fue contundente al advertir que las palabras contaminan y como es natural,
desencadenan unas consecuencias en la persona: "Y la lengua es un
fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y
contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es
inflamada por el infierno." (Santiago 3:6).
En términos precisos
señala asimismo que el creyente en Jesús el Señor no tiene por qué estar
inmerso en murmuraciones: "Hermanos, no murmuréis los unos de los
otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y
juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino
juez." (Santiago 4:11)
Es de suma importancia que
recordemos algo: usted y yo debemos responder ante Dios por cada palabra que
pronunciemos: "Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen
los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio." (Mateo 12:36).
¿Se da cuenta de la
necesidad de ser sumamente meticulosos con todo cuanto decimos? No hacerlo
constituye una actitud necia que nos contamina y de paso, genera ataduras
porque hay poder en las palabras que pronunciamos, bien sea de bendición o de
maldición.
¿Te has contaminado?
Es muy probable que por no
medir las consecuencias de sus conversaciones, dichos o formas de expresarse en
diferentes circunstancias de la vida, se haya desatado en su contra la
contaminación e incluso, pesen sobre su vida maldiciones auto impuestas.
Es hora de que recuerde
que la única forma de romper esas ligaduras es reconociendo delante de Dios el
error, declarando sin poder tales afirmaciones y pedir el poder de Jesucristo
en su existencia para que se rompa cualquier cadena.
Tenga presente que las
personas que están en los caminos de Dios, pueden contar con Su protección en
la batalla que libra contra Satanás. No así quienes viven disipadamente porque
pierden su cobertura.
Ahora, es importante que
reconozcamos en alguien que está contaminado espiritualmente, actitudes que
riñen con los principios dinámicos de crecimiento personal y espiritual
contenidos en la Biblia. Estas personas, tal como leemos en la Biblia, se
encuentran influenciadas por el adversario: "Pero si tenéis celos
amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la
verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal,
animal, diabólica." (Santiago 3:14, 15)
Ahora observe algo
sumamente interesante Quien protege nuestro ser de toda contaminación es Dios,
y por tal motivo debemos movernos unidos a Él.
La Palabra dice: "Y
el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu,
alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor
Jesucristo." (1 Tesalonicenses 5:23)
Observe que la protección
de nuestro Padre celestial se produce en nuestro espíritu (a través del cual
nos comunicamos con Él), la mente (que gobierna nuestros pensamientos y por
supuesto, las actitudes) y sobre nuestro cuerpo (que es la parte física). Los
tres componentes esenciales de un ser humano.
Si estamos contaminados,
fruto de la necedad de nuestras palabras y conversaciones, existe una ruptura
en la comunicación de Dios con nuestro espíritu, y si hay tal divergencia, por
supuesto nuestra relación espiritual con el Señor no podrá afectar
positivamente nuestra mente, produciendo renovación y crecimiento.
Es esencial que
restablezcamos ese canal, con pureza. El autor sagrado advierte que: "Pero
el que se une al Señor, un espíritu es con él." (1 Corintios 6:17)
Sobre esa base, es importante que reconozca en dónde ha fallado, se arrepienta
y, tomado de la mano del Señor Jesús, reclame esa libertad.
De persistir en su
comportamiento distante de Dios, sin duda estará alejado de la relación con el
Señor y no podrá experimentar renovación y crecimiento personal y espiritual: "Pero
el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque
para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es
juzgado de nadie." (1 Corintios 2:14, 15)
Hoy es el día de volverse
a Dios. Tome nota que usted fue concebido por Él para experimentar cambios. Y
esa transformación comienza con nuestra forma de hablar, la cual debemos
cuidar, expresándonos y viviendo con sabiduría y no con necedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario