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martes, 10 de febrero de 2015

COMO MEDIR EL CRECIMIENTO DE LOS CREYENTES EN LA IGLESIA.

Quiero introducir este tema recordando un evento gracioso que viví hace ya un tiempo. Una vez, le dije a una persona que acababa de conocer: "Háblame de ti". Quería saber un poco de su vida y empezar a hacer amistad. De inmediato, pude ver que tenía buen sentido del humor. La persona comenzó el relato de su vida con estas palabras: “Voy a comenzar por el principio. Nací cuando era muy pequeño..."

Me reí, porque me parecía muy obvio. ¡Claro que para comenzar debe de ser por el principio y que naciste cuando eras muy pequeño! ¿Quién nace cuando es grande? Sería muy difícil para las madres si sus bebés nacieran grandes, ¿no es cierto? Pero existe una clase de nacimiento que sucede cuando somos grandes. Me refiero al nuevo nacimiento. Esto es el comienzo de la nueva vida en Cristo, que sucede cuando nos arrepentimos del pecado y reconocemos a Cristo como Señor y Salvador.

Nacemos de nuevo cuando físicamente somos grandes, pero espiritualmente somos pequeños. Cuando un bebé nace, tiene que crecer. Tiene que alimentarse y cuidarse para que llegue a ser, con el tiempo, un hombre o una mujer de madurez. La Iglesia no debe ser como una cuna, donde un montón de bebés piden atención y uno o dos adultos los tratan de atender. Debe ser, más bien, como una familia; debe haber algunos que acaban de nacer, otros que están madurando y los ayudan a cuidar, y otros que ya han llegado a ser adultos.

En otras palabras, si tú has llegado a conocer a Cristo, has empezado un proceso de crecimiento. ¿Cómo vas en ese proceso? ¿Estás creciendo? Algunas familias ponen una cinta o una marca en la pared para indicar el crecimiento de sus hijos. Pueden decir: a esta edad sólo llegabas hasta aquí, pero ahora ¡mira cuánto has crecido! Si Dios te mostrara las marcas que tiene en su pared para indicar tu crecimiento, ¿hasta dónde llegarías? ¿Cómo se compara tu estatura espiritual ahora con la que tenías hace uno o dos años?

Hoy vamos analizar una oración que hizo el apóstol Pablo por los miembros de una Iglesia que él no conocía. El tampoco nos conoció a nosotros, pero sospecho que pediría lo mismo por nuestras vidas. Esta oración nos demuestra las medidas del crecimiento. Es como lo que hace un pediatra cuando mide a un bebé: mide su longitud, su peso y la circunferencia de la cabeza. Todas estas cosas tienen que estar bien para indicar que hay un crecimiento saludable.

Del mismo modo, en esta oración vemos lo que representa un crecimiento saludable para un creyente. Te invito a usarlo para medir tu propio crecimiento, y ver dónde te hace falta crecer más. Preste atención a lo que dice su Biblia en Colosenses 1: 9 al 14:

9 Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, 10 para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; 11 fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; 12 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; 13 el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, 14 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.

La Iglesia de Colosas no había sido fundada por el apóstol Pablo. Más bien, había sido fundada por uno de sus ayudantes llamado Epafras. El no conocía personalmente a esta Iglesia, pero se interesaba por el bienestar de sus hermanos y hermanas en Cristo. Al recibir noticias de ellos, no dejaba de orar por ellos. Debemos también hacer lo mismo por nuestros hermanos.

¿Qué pedía por ellos? Su oración se enfocaba en varias áreas que marcan el crecimiento de un hijo de Dios. Los que hemos sido redimidos por la sangre de Cristo y hemos recibido el perdón de nuestros pecados, como dice el verso 14, debemos estar creciendo en estas áreas. Hoy vamos a hablar de dos de ellas y la estableceremos como principio para vivir una vida digna.

"Conocer plenamente su voluntad con toda sabiduría y comprensión espiritual" (v. 9). Para crecer como creyente, debes estar conociendo cada vez más la voluntad de Dios. Debes tener cada vez más sabiduría y comprensión espiritual. En otras palabras, tu mente y tu forma de pensar deben estar cambiando.

Es lo que sucede con un niño, ¿no es cierto? Cuando es muy pequeño, tiene cierta forma de pensar. Conforme va creciendo, aprende muchas cosas. Aprende a leer, a escribir, a hacer matemáticas. Aprende a jugar con otros niños y a compartir. En la escuela aprende y se desarrolla.

Del mismo modo, como creyentes, tenemos que crecer y desarrollar nuestra forma de pensar. Lo más importante para nosotros es aprender lo que le agrada a Dios. Tenemos que aprender a ver el mundo como Dios lo ve, en lugar de juzgar según las apariencias. Tenemos que aprender a tomar decisiones sabias en cada aspecto de la vida.

¿Cómo aprendemos esto? Lo aprendemos de muchas maneras. La Biblia es nuestro libro de texto, y lo estudiamos en la escuela - la Iglesia - y también en la casa. Recibimos consejos de creyentes más maduros, que nos ayudan a entender las cosas. El Espíritu Santo nos guía para aprender. Pero es necesario que pongamos empeño en aprender. 

Una vez, un niño llegó a la casa después de jugar en la casa de un amigo. Su madre había preparado su cena favorita - todos los platos que más le gustaban. Pero no se veía muy feliz el niño, y cuando se sirvió la cena, casi no comió nada. ¿Por qué? Porque se había llenado de dulces en la casa de su amigo.

Del mismo modo, si tú y yo llenamos nuestra mente de cosas que no tienen mucha importancia, no podremos darle a la Palabra de Dios la atención que se merece. Podemos pasar tanto tiempo entretenidos en cosas triviales y pasajeras que forman parte del diario vivir, que ya no le damos a Dios el lugar que El se merece en nuestra vida. Nuestro crecimiento queda pasmado y truncado.

Un niño debe hacer la tarea cuando llega a la casa, antes de ponerse a hacer otras cosas. Si deja la tarea para después, se distraerá con la televisión y los juegos y cualquier otra cosa. No está mal que haga estas cosas, pero la tarea escolar tiene que venir primero. De igual modo, no está mal que tengamos otras distracciones y entretenimientos en nuestra vida, pero crecer en conocer la voluntad de Dios tiene que ser la prioridad para nosotros también.

¿Qué debes hacer en este tiempo como creyente para conocer la voluntad de Dios y crecer en sabiduría y comprensión espiritual? 


Si no tienes ya la costumbre de invertir un poco de tiempo todos los días en leer la Biblia y conocerla mejor, empieza por allí. Separa un tiempo para dedicarlo a Dios. Comienza a memorizar y meditar sobre la Palabra. Asiste a las enseñanzas bíblicas para aprender más de Dios. Pero el conocimiento no es la meta final. El propósito de aprender no es simplemente tener la cabeza llena de información, sino poder ponerla en acción y en practica. No hacer como hacen los estudiantes perpetuos.

No se cuanto de ustedes han escuchado hablar del estudiante perpetuo. Es aquella persona que nunca termina de estudiar, sino que sigue buscando un título tras otro. Siempre aprende, pero nunca se pone a trabajar. Se llena de información, pero no le saca provecho personal a lo que sabe.

En realidad, a esta clase de persona la escuela le parece más cómoda que el mundo personal y hasta laboral. Le da miedo ponerse a trabajar, y prefiere seguir estudiando. Por supuesto, es muy importante el estudio. Espero que todos nuestros hijos estudien y sobresalgan en la escuela. Pero el propósito de estudiar es poder poner en práctica lo que hemos aprendido.


Todo lo que nosotros hacemos tiene que tener un resultado final, cuando no podemos medir el resultado de lo que nos ha costado esfuerzo todo ha sido en vano. Me explico, si un soldado pasa toda su vida entrenado y nunca va a la batalla, nunca podrá obtener una medalla, así si un creyente pasa toda su vida llenándose de conocimientos y nunca los pone en práctica, nunca se multiplicara, nunca tendrá frutos y es por sus frutos que se conoce el buen árbol.

En otras palabras para el soldado es buena práctica el mantenerse en forma, pero para ganar batallas, así como para el creyente es necesario escudriñar las escrituras, orar, ayunar, adorar, pero nada de esto le servirá de nada si no se reproduce, si no da frutos, si no gana a otros para Cristo.

Recuerdo la historia de un boxeador que entreno tanto, que cuando llego al enfrentamiento con su adversario ya estaba cansado razón por la que perdió la pelea. Se sobre-entreno.

Después de orar para que conozcamos plenamente la voluntad de Dios, Pablo dice: "para que vivan de una manera digna del Señor, agradándole en todo" (v. 10). 


Tenemos que poner en práctica lo que vamos aprendiendo del Señor. De este modo, nuestra vida cada vez más se acercará a lo que Dios quiere. La meta es que vivamos dignamente del Señor que nos rescató. No hay nada mas agradable a los ojos de Dios que el ver las almas perdidas aceptar el perdón a través del arrepentimiento, su plan es que nadie se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento. Aunque el Espíritu Santo es quien convence al pecador, nuestro papel es llevar el plan de salvación a los perdidos.

La Biblia nos dice que nosotros somos el templo de Cristo. ¿Llevamos vidas dignas de nuestro Señor y Salvador Jesucristo? ¿Le agrada nuestra forma de vivir? El nombre de Cristo es como, una marca que llevamos sobre nuestra vida. ¿Se avergonzará El de que llevemos su marca sobre nosotros, o le dará gusto?

Lo que significa llevar una vida digna de Cristo no es dejar el trabajo y la familia para dedicarse a leer la Biblia y orar todo el día. Más bien, es caminar con Dios tan de cerca que el olor de Cristo se detecta en cada área de tu vida. Cuando vives una vida digna de Cristo, te conocen en el trabajo por ser honesto y buen trabajador. Cuando vives una vida digna de Cristo, tu familia sabe que tú los amas y que siempre serás fiel. Cuando vives una vida digna de Cristo, tu forma de hablar cambia.

Estoy seguro que ninguno de nosotros vive una vida totalmente digna de Cristo. Queda la pregunta: ¿estamos creciendo? ¿Nos estamos esforzando por reflejar en nuestra vida la gloria del Salvador que nos amó y nos rescató de las tinieblas para caminar en su maravillosa luz? El crecimiento resultará en una vida cada vez más digna de nuestro Salvador.

Un gran filósofo  dijo alguna vez que muchos creyentes se parecían a los estudiantes de escuela que buscan las respuestas a los problemas de matemáticas en las últimas páginas del texto, en lugar de aprender a resolverlos. No hay atajo para llegar a la madurez. Sólo puedes llegar por experiencia, conociendo la Palabra de Dios, poniéndola en práctica y llevando buenos frutos para el reino.

¿Qué te hace falta hacer para tomar el siguiente paso en tu crecimiento? Considera cómo estás aprendiendo. ¿Qué te propones hacer este año para crecer en el conocimiento de la verdad de Dios? Si eres creyente, el Espíritu Santo vive en ti y la Palabra de Dios está en tus manos. Sólo es cuestión de que te pongas a aprender y a trabajar en expandir lo que ya has aprendido.

¿Cuáles áreas de tu vida deben cambiar? ¿Qué hay en tu vida que no es digno de Cristo? Empieza a orar y a pedirle que te ayude a vencer en esa área de tu vida. Busca el apoyo de tus hermanos. Empieza hoy el trabajo de crecer. Sólo así puedes llevar una vida digna de tu Salvador ya que nadie se puede reproducir si primeramente no crece.


Tratemos por todos los medios de alcanzar la estatura del varón perfecto, es una tarea muy ardua, pero no imposible. Que Dios nos ayude y nos bendiga.

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