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domingo, 17 de enero de 2016

EL PODER DE LA IGLESIA VIENE DE EVANGELIZAR

Se cuenta la historia de un pobre perrito que había sido golpeado por un carro, y yacía a la orilla de la carretera. Un doctor que pasaba por aquel camino, observó que el perro seguía vivo, detuvo su carro y lo recogió. Cuando llegó a su casa, se dio cuenta de que el cachorro solo tenía unas leves heridas y estaba un poco aturdido; pero no había sufrido lesiones graves.  Reanimó al perro, limpió sus heridas y tomando lo en sus brazos lo llevó del garaje a la casa. 

De repente, dando un fuerte brinco, el perro se soltó y se fue corriendo. "¡Perro malagradecido!" - pensó el doctor, y luego se olvidó del asunto y regresó a la casa. A la tarde siguiente se escuchó un ruido en la puerta en forma de arañazos. Cuando el doctor abrió, allí estaba el perrito que había curado - había regresado junto con otro perrito que también estaba lesionado.

En realidad, ese perrito nos da un gran ejemplo de lo que debe ser el evangelismo. Hemos llegado a pensar que el evangelismo tiene que ser algo grande y espectacular y quizás esa forma de pensar ha sido la verdadera causa de nuestro pasmado crecimiento. Ciertamente Dios ha usado a grandes hombres, tales como Billy Graham, Yiye Ávila y otros para predicar el evangelio a grandes multitudes, sin embargo; el evangelismo es simplemente cuestión de presentar a las personas  necesitadas y enfermas por el pecado con el gran Doctor que sana nuestras almas.

¿Por qué le tenemos tanto miedo al evangelismo? ¿Por qué se nos hace tan difícil? Hoy vamos a conocer la historia de uno de los grandes evangelistas de los primeros años de la Iglesia. En su ejemplo encontramos varias claves para que nosotros también podamos evangelizar de manera natural, con poder y con alegría.

Primero, debemos comprender claramente qué es el evangelismo. La palabra evangelio viene del griego, y significa "buenas noticias". El evangelismo, entonces, es compartir buenas noticias. Pero no estamos hablando de cualquier noticia. Es la noticia especial de lo que Dios ha hecho por nosotros en .......Jesucristo.

Fuimos creados por un Dios amoroso para que viviéramos como sus hijos. El nos dio todo lo que pudiéramos necesitar, pero le dimos la espalda. Decidimos creer las suaves mentiras de un engañador. Cambiamos nuestro hogar divino por un lugar de mala muerte. Nos rebelamos contra nuestro amoroso Papá y nos fuimos detrás de un mentiroso charlatán.

Pero Dios no dejó de amarnos. Para que pudiéramos regresar a El, era necesario que se pagara un rescate por nuestra desobediencia, y que nuestro secuestrador Satanás fuera derrotado. Jesús vino a hacer esto. El vivió una vida perfecta. Murió en la cruz la muerte que nosotros merecíamos, pagando así nuestro rescate. Derrotó a Satanás, quitando el poder que él tenía sobre nosotros.

Ahora, sólo tenemos que aceptar la oferta de rescate, de perdón y restauración. En Cristo, Dios ya pagó el precio de nuestro rescate. Pero tenemos que aceptarlo y salir de nuestro lugar de secuestro. Tenemos que reconocer ante Dios nuestro pecado, dándole la espalda, y creer que Jesús nos ha rescatado. Si confiamos de todo corazón en lo que El hizo por nosotros, quedamos libres. Somos perdonados, y Dios nos recibe como sus hijos. Este es el mensaje del evangelio.

Uno de los grandes evangelizadores de la Iglesia en sus primeros años fue un hombre llamado Felipe. En cierta ocasión, un ángel del Señor se le apareció y le mandó viajar por cierto camino. Mientras iba caminando, se encontró con un funcionario del gobierno de Etiopía. Este hombre había ido a Jerusalén para adorar a Dios, y ahora regresaba a su país.

Queda claro que este hombre estaba buscando a Dios, porque había ido al templo en Jerusalén. Estamos rodeados de personas que están buscando a Dios, aunque quizás no lo reconozcan. Dios puede abrirnos los ojos para que los reconozcamos, como lo hizo con Felipe.

El Espíritu Santo le dijo a Felipe que se acercara al carro donde viajaba el funcionario, y escuchó que el hombre leía en voz alta de uno rollo del profeta Isaías. Felipe le preguntó si entendía lo que leía, y él le respondió que no, que no había quién se lo explicara. Entonces Felipe, invitado por el funcionario, subió a su carro y se sentó con él.

Resulta ser que estaba leyendo Isaías 53, el gran pasaje profético de los sufrimientos de Jesús. Felipe aprovechó la oportunidad para hablarle, partiendo de ese mismo pasaje de la Escritura, acerca de Jesús. No habían avanzado mucho cuando el etíope cayó bajo convicción del Espíritu Santo y se convirtió. Señaló un lugar junto a la carretera donde había agua, y dijo: "¿Qué impide que yo sea bautizado?"

Bajaron del carro, y Felipe lo bautizó. Al salir del agua, el Espíritu Santo llevó a Felipe a otro lugar, mientras que el funcionario siguió alegre su camino. Usted puede encontrar esta historia en Hechos 8:26-40:

Dios ha registrado esta historia en su Palabra como un ejemplo para nosotros. Pensemos, entonces, en algunas cosas que podemos aprender y poner en práctica en nuestras propias vidas.

La primera cosa que descubrimos aquí es que el evangelismo es una actividad sobrenatural. En todo este relato vemos destellos de lo sobrenatural. Un ángel se le aparece a Felipe; el Espíritu le habla en el camino; al final de la historia, el mismo Espíritu Santo se lleva a Felipe a otro lugar. En todo lo que sucede, se ven las huellas digitales de Dios.

Una de las razones por las que le tenemos tanto temor a evangelizar es que pensamos que lo tenemos que hacer todo nosotros mismos. Convertimos el evangelismo en una actividad
humana. Entonces pensamos: "¡Yo no soy capaz de convencer a esa persona! ¡Yo no tengo todas las respuestas a sus preguntas! ¡No sé qué decirle!" Nos sentimos incapaces e insuficientes, y entonces nos quedamos callados.

Tenemos que entender que Dios está con nosotros para guiarnos cuando evangelizamos. El está obrando en todo momento - antes de cualquier encuentro evangelístico, durante la conversación y aun después de que terminemos. No estamos solos en esto. Dios está obrando. Jesús dijo, antes de irse: "Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos..." (Hechos 1:8). El Espíritu Santo de Dios está presente en cada creyente para guiarnos al evangelizar.

Ahora, ¿significa esto que vamos a recibir instrucciones de ángeles antes de evangelizar a alguien, o que vamos a desaparecer milagrosamente después del encuentro? Bueno, no descartemos la posibilidad; Dios hace milagros hoy en día también. Pero muchas veces, su obra es menos obvia. El puede obrar induciéndonos a hablar con cierta persona. Puede traer a nuestra memoria el versículo o la historia bíblica que necesitamos en el momento preciso. El también obra en el corazón de la persona con quien hablamos, de maneras que nosotros no podemos ver.

No tengas temor de hablar con otros acerca de Cristo. Primero, dile en oración que tú estás dispuesto a aprovechar las oportunidades que El te da. Segundo, cuando tengas la oportunidad en una conversación de hablar de Cristo, pídele al Espíritu Santo que te ayude en ese momento. Tercero, confía en que Dios está obrando en el corazón de la persona con quien estás hablando.

Quizás no veamos que la persona se convierta en ese momento. Pero podemos confiar en la promesa de Dios, que su Palabra nunca vuelve vacía. El usará la semilla de verdad que sembramos para bien.

Otra cosa que notamos en esta historia es que el evangelio cruza barreras. Felipe y el etíope eran de naciones diferentes, de culturas diferentes y hasta de colores diferentes. Felipe era judío, mientras que el etíope era africano. El Espíritu Santo movió a Felipe a ver más allá de cualquier barrera humana y reconocer que el etíope también era un ser humano, amado por Dios, que necesitaba el evangelio.

Puede ser que Dios te llame a compartir su Palabra con personas que no se parecen a ti. Si El te mueve en esa dirección, no resistas su voz. No pierdas la oportunidad de compartir con alguien, aunque su piel, su cultura o su lenguaje sea diferente al tuyo.

La tercera cosa que descubrimos en esta historia es que el evangelismo trae alegría y regocijo. Leemos en el verso 39 que el eunuco siguió alegre su camino. Se sentía muy feliz por haber conocido la verdad, por haber recibido la salvación. Dios no nos dice cómo se sentía Felipe, pero estoy seguro de que él también compartía la alegría del etíope.

Si tú has compartido el evangelio con alguien, has experimentado lo que yo también he sentido en muchas ocasiones: el gozo de ser usado por Dios. Es una alegría que no se puede explicar. Cristo dijo que hay regocijo en el cielo por un pecador que se arrepiente. Esa fiesta en el cielo alcanza el corazón de la persona que Dios ha usado para compartir su mensaje también. Hermano, ¡no te pierdas ese gozo!


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