Quiero comenzar este tema tan
importante para nosotros como representantes del pueblo de Dios, contándoles un
fragmento redactado en el libro “El arte de la guerra”.
Cuenta
que: "Dos grandes armadas estaban a
punto de enfrentarse en una gran batalla Naval. El almirante a cargo de una de las fragatas le preguntó a uno de sus oficiales: "¿Dónde está el capitán Manuel?" Después de unos momentos de darle vueltas al asunto y evadir la pregunta, salió
a relucir que el oficial no se llevaba bien con el capitán es decir estaban
enemistados, y no mantenían comunicación. Al enterarse el almirante, mandó a
traer al capitán, tomó la mano derecha del oficial y la del capitán y las unió. Luego, señaló hacia las naves de la armada
opuesta y les dijo: "Miren, señores. Allá está el verdadero enemigo. Contra Él debe
de ser nuestra contienda. "Los dos hombres enseguida recapacitaron, se dieron la mano y
se prepararon para la batalla. La
victoria de su bando fue decisiva. No se perdió ninguna de sus naves, mientras
sus opositores perdieron la mayoría de las suyas".
La Iglesia de Jesucristo se encuentra peleando una batalla. En esta batalla no peleamos con armas convencionales. No buscamos matar a nadie. Más bien, es una batalla espiritual. Peleamos contra los poderes espirituales malignos y dañinos que pretenden mantener bajo su control a los seres humanos. Nuestras armas son espirituales: la oración, la fe, la Palabra de Dios.
Nuestro capitán ya ganó la batalla decisiva en la cruz. Allí El destruyó el arma más poderosa de nuestro enemigo cuando pagó la culpa de nuestro pecado. A nosotros nos queda llevar su victoria a cada rincón de la tierra. ¿Cómo nos podrá detener el enemigo? ¿Qué podrá usar en contra nuestra?
Estoy convencido de que una de las estrategias favoritas del enemigo para detener el avance del evangelio y la liberación de las personas es la discordia. Si él logra separarnos, sembrando sospechas, amargura y división, la Iglesia quedará debilitada y estancada. Si nos ponemos a pelear entre nosotros y se nos olvida quién es nuestro enemigo, él se reirá y quedaremos en ridículo.
Yo creo que es por esto que, antes de morir, Jesús oró por nosotros. El oró por ti y por mí. ¿Sabes lo que le pidió al Padre en oración? Jesús pidió que fuéramos uno. Este fue su gran deseo para nosotros. Abramos la Biblia en Juan 17:20-23 para leer sus palabras:
20 No ruego sólo por éstos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, 21 para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. 22 Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: 23 yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí.
Jesús pronunció estas palabras la última noche de su vida. El se había reunido para compartir una última cena con sus discípulos. Les había partido el pan, que representaba su cuerpo que sería partido por todos. Les había servido la copa, que simbolizaba la sangre que El pronto derramaría en sacrificio. Eran momentos de profunda emoción para nuestro Señor. El sabía lo que le esperaba, aunque sus discípulos no lo comprendían.
Sabía que le quedaba poco tiempo. Dio expresión a lo que estaba más cerca de su corazón. Pidió por sus discípulos, y por todos los que llegarían a creer en El debido a la predicación de ellos. En ese grupo entramos también nosotros. ¿Qué pidió Jesús, en ese momento de crisis? Pidió, como dice el verso 21, "para que todos sean uno".
Hermanos, la unión no es algo bonito, pero opcional. No es simplemente un lujo que sería agradable tener. Es algo esencial. El enemigo lucha por quitarnos la unión. Jesús anhela que la tengamos. Ahora bien, ¿qué tan unidos desea Jesús que estemos? Leamos de nuevo el verso 22.
Jesús quiere que estemos tan unidos como lo están El y su Padre. Dios no es un ser solitario; es una comunidad de tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios siempre ha existido en una sola esencia, pero en tres personas que se aman y se relacionan entre sí en amor perfecto.
Esto lo vemos desde los primeros capítulos de la Biblia, cuando Dios dice: "Hagamos al hombre a nuestra imagen" (Génesis 1:26). Hay una conferencia entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pero los tres están en perfecto acuerdo. El Padre ama al Hijo. El Hijo se somete a su Padre, porque lo ama. El Espíritu Santo exalta al Hijo. Ninguno es menos que otro. Ninguno se aprovecha de otro. Cada uno hace lo que hace con alegría.
Parece increíble, pero Jesús desea que nosotros tengamos esa clase de unión. El modelo para la unión de creyentes en Jesucristo es la unión que existe en Dios mismo. ¡Qué gran privilegio! Somos llamados a modelar el ser mismo de Dios. En
Dios encontramos una diversidad de tres personas unidas en un solo ser. Jesús quiere que su Iglesia sea una diversidad de personas unidas en un solo cuerpo.
Ahora bien, si esto es lo que Jesús quiere para nosotros, tenemos que hacernos la pregunta: ¿de qué clase de unión habla? Algunas personas dirían que la unión que Jesús desea para su Iglesia es la unión visible. Para ellos, la Iglesia muestra la unión cuando todos los creyentes se unen bajo una sola organización. Si tan sólo nos uniéramos todos a la misma institución, seríamos uno.
Pero ésta no es la clase de unión que Jesús busca de nosotros. Esa no es la clase de unión que tiene el Hijo con el Padre. Jesús quiere que seamos uno, así como El y el Padre son uno. La unión entre el Hijo y su Padre no se trata de algo visible. No es de institución o de organización. Más bien, la unión entre Jesucristo y su Padre es espiritual, porque Dios es Espíritu.
Esto significa que la unión que Jesús busca de nosotros no es simplemente la unión aparente o visible. No es cuestión de pertenecer a una sola institución. Tampoco es cuestión de dar una apariencia de unión cuando nos reunimos los domingos para alabar al Señor, y luego puñalearnos con la lengua al salir del culto. Más bien, se trata de tener una verdadera unión espiritual. Significa estar unidos en fe, en amor y en misión.
Imagina, por un momento, que pusieras una bola de lodo, piedras y hojas muertas en el congelador. Los dejas dos o tres días a congelar. ¿Cómo saldrán el lodo, las piedras y las hojas? ¡Bien unidos! Es la clase de unión que tienen algunas Iglesias. Están unidos, porque todos se han congelado juntos. Pero tan pronto hay un poco de calor - de división, de dificultad, de oposición - se pierde la unión.
Debemos tener, más bien, la unión que tienen los ingredientes de un pastel. La harina, el azúcar, la leche y los demás ingredientes se mezclan. Luego, con el calor del horno, se vuelven inseparables. Del mismo modo, bajo el fuego del Espíritu Santo, nosotros también nos volvemos inseparables - no por atracción humana, sino por el amor divino que vive en nuestro corazón.
¿Cómo podemos tener esta clase de unión? Es por la gloria que Cristo nos ha dado. Jesús dice: "Yo les he dado la gloria que tú me diste." Esto no significa que cada uno de nosotros tendrá una aureola en la cabeza. No es ésa la clase de gloria la que tenemos. Lo que significa es que, en base a lo que Cristo ha hecho, hemos recibido la gloria de Dios. Su gloria descansa sobre nosotros.
En el Antiguo Testamento, la gloria de Dios acompañó al pueblo de Israel durante su trayectoria en el desierto. Se manifestaba como una nube durante el día, y una columna de fuego por la noche. Siglos después, cuando Salomón dedicó el templo que él construyó para Dios, su gloria llenó el templo como una nube radiante. Su gloria fue tan intensa que los sacerdotes tuvieron que dejar de hacer su trabajo, porque no podían ver.
Sin embargo, el pueblo de Dios se rebeló contra El. Unos cuatrocientos años después, el profeta Ezequiel tuvo una visión de que la gloria se retiraba del templo. Ese templo fue destruido. Aunque fue reconstruido, la gloria nunca regresó a morar en un templo hecho por manos humanas.
Esa gloria perdida ha sido restaurada debido a lo que Cristo hizo por nosotros. El vivió una vida perfecta. Ofreció su vida en sacrificio, haciendo lo que millones de animales sacrificados jamás pudieron lograr. Resucitó al tercer día y venció al enemigo. Ahora, El ha derramado su gloria sobre cada persona que lo acepta.
Esto es lo que nos une - la gloria de Dios. Su gloria se manifiesta en nuestra vida y nos fortalece para perdonar, para amar y para vivir en sinceridad. Así es que podemos vivir en la verdadera unión que Jesús nos llama a mostrar. Es por fe en El. Es al caminar con El, muriendo día a día a nuestro ser egoísta y dejando que su amor nos llene, que nos unimos cada vez más a nuestros hermanos.
Cuando alcanzamos esta unión, el mundo lo nota. Jesús dice que El quiere que alcancemos la verdadera unión para que el mundo se dé cuenta de que El realmente fue enviado por su Padre. En otras palabras, nuestra misión de evangelizar al mundo sólo se hace con poder cuando estamos unidos.
Se cuenta la historia de un padre que, antes de morir, reunió a todos sus hijos. Tenía un montón de palos atados con una soga, y le dijo al hijo mayor que tratara de romper el montón de palos. Este lo intentó varias veces, pero no pudo. Eran muy fuertes. Luego, el padre desató la soga y le dijo a su hijo que los rompiera uno por uno. Esta vez, le fue fácil.
El padre les dijo a sus hijos: "Ustedes son como esos palos. Unidos, nadie los podrá destruir. Pero si se separan, pronto serán quebrados." Hermanos, yo estoy convencido de que Dios tiene cosas muy buenas preparadas para todos nosotros en el año 2016. Pero nos perderemos muchas de esas bendiciones si no estamos unidos.
Esa unión crecerá en la medida en que nos amamos los unos a los otros, oramos los unos por los otros y nos perdonamos los unos a los otros. Sobre todo, crecerá en la medida en que cada uno de nosotros camina de cerca con Jesucristo. Si vivimos confiando en El, confesando todo pecado y buscándole cada día, El nos unirá y nos dará la victoria.
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