El título de este mensaje a simple interpretación o a simple vista parecería
un tema de un mensaje suicida, pero nada que ver, más bien es un mensaje que
proporciona vida y que es de mucho interés para todos.
No sé si usted ha notado que todo el mundo quiere tener una vida buena,
algunos estudian para eso, otros trabajan con ese propósito y hay personas que
hasta son capaces de matan a otros para poder lograr vivir bien. Escuche
hablar de alguien que al parecer, lo había logrado. Este era un señor de avanzada
edad. Sin embargo, uno de sus amigos lo encontró en una ocasión sentado
sobre una banca en el parque llorando. "¿Qué te pasa, porque estas
tan triste y preocupado?" - le preguntó al anciano. Su respuesta fue:
"Soy multimillonario. Me acabo de casar con una bella joven.
Vivimos en una enorme casa lujosa, y tengo un carro nuevo y muy
veloz." Su amigo le preguntó: "Entonces, ¿qué te pasa? ¿Por qué
lloras?" El anciano, con una cara de gran tristeza, le contestó: "¡Es
que no recuerdo donde vivo!" Que penoso.
Parece ser que en cada vida, aun la más perfecta, siempre existe algún
problema. ¿Te ha sucedido alguna vez que piensas tener todo en orden y bajo
control, que tu vida ya se está resuelta, cuando de repente aparecen otros
problemas? A la verdad es bueno esforzarnos por tener una vida buena. Pero la
vida nunca se perfecciona - al menos, por mucho tiempo. Creo que Dios nos está
llamando por medio de las imperfecciones y los problemas de esta vida a ver más
allá de lo que nos rodea. Él nos llama a buscar una vida más allá del simple
esfuerzo por sobrevivir o tener todo en orden.
Jesús nos dijo algo muy interesante. En el evangelio de Juan capitulo
12:24, El usa esta comparación diciendo:
"Ciertamente les aseguro que si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Pero si muere, produce mucho
fruto."
Cualquier semilla sólo podrá crecer y dar su fruto si se muere. Tiene
que entregar su propia existencia al caer en la tierra. Sólo así puede vivir.
Este principio se aplica primeramente a Jesús mismo. El dio su vida y fue
enterrado para poder dar muchos frutos, frutos de vida eterna para muchas
personas. Pero este principio también es aplicable a nuestra vida. Sólo
podremos tener la vida verdadera si morimos. La vida del creyente es una vida
que viene a través de la muerte.
Esta es una verdad que no nos gusta contemplar. Pero es la realidad.
Nuestra vida sólo es posible por medio de la muerte de Cristo, pero esto
requiere que nosotros también muramos. Vamos a examinar juntos lo que la Biblia
dice al respecto. Comencemos hablando de la muerte de Cristo.
Es con buena razón que la cruz es el símbolo central del cristianismo,
no como un amuleto o cómo piensan los productores de películas de terror que
con la cruz podemos espantar a los demonios, ni como un símbolo de fanatismo. Sino
porque lo que Jesucristo hizo en la cruz del calvario, morir para perdón de
nuestros pecados, este es el verdadero centro de nuestra fe. Si Cristo no
hubiera muerto en la cruz, nada más de lo que creemos tendría sentido. Sus
enseñanzas sólo servirían para condenarnos, porque no las guardamos
perfectamente. Su ejemplo sólo serviría para darnos más vergüenza, porque no lo
seguimos cabalmente.
Fue por medio de su muerte en la cruz que Jesucristo nos rescató del
pecado. Ahora bien, tenemos que comprender que, ante los ojos de Dios, cada
creyente ha muerto con Cristo. Aquel día en que Jesucristo fue levantado entre
el cielo y la tierra para entregar su vida sobre una áspera cruz, tú y yo - si
creemos en El - también fuimos levantados para morir al pecado. Así lo dice la
Biblia en Romanos 6:6.
"Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue
crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a
fin de que no sirvamos más al pecado."
Cuando Cristo murió en la cruz, el viejo yo murió con El. Esta es una
realidad espiritual, no simplemente una ilustración o ejemplo. Pablo repite la
misma idea en Gálatas 2:20:
"He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo
yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la
fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí."
El viejo hombre o la vieja mujer murieron en la cruz, ante los ojos de
Dios.
Voy a poner un ejemplo que nos puede ayudar a entender esto con mayor
claridad. En cierta ocasión, los israelitas estaban bajo ataque por los
filisteos según lo narra la biblia en 1 Samuel 17:8 y 9. Había un gigante de
los filisteos llamado Goliat que salió a desafiar a los israelitas.
"Escojan a uno de sus guerreros", dijo,
"y que pelee contra mí. Si yo gano, todos ustedes nos servirán a nosotros.
Si él gana, nosotros seremos sus siervos."
Nadie tuvo el valor de enfrentar a este gigante hasta que salió David,
un joven pastor de ovejas. Su confianza puesta en el Señor, él tomó del arroyo
cinco piedras para usar en su honda. Con una piedra a la sien del gigante,
David ganó la batalla. Ese día, David peleó, pero todos los israelitas ganaron.
Podríamos decir que, en cierto sentido, todo el ejército y hasta todo el pueblo
de Israel estaba allí con David. El los representaba a todos.
Del mismo modo, si hemos puesto nuestra confianza en Jesús, Él también
es nuestro representante. Cuando El murió en la cruz, nosotros también morimos.
Con Cristo hemos muerto a la pena del pecado, porque El murió en nuestro lugar.
Nuestro pecado merecía la muerte. Jesús murió en nuestro lugar, así que es como
si nosotros ya hubiéramos muerto. Nuestra pena ya fue pagada. Todo esto es lo
que Dios ve cuando mira al creyente. El ve que morimos con Cristo, y ya no
somos culpables ante sus ojos. Ya no le debemos nada. Lo que Cristo hizo por
nosotros jamás se puede repetir. Es algo totalmente único. Como dice 1
Pedro 3:18,
"Porque Cristo murió por los pecados una vez
por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. El
sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que volviera a la
vida."
Lo que Jesús hizo jamás se puede repetir. El hizo lo que no podíamos
hacer nosotros. No es un simple ejemplo o una inspiración; es un evento único
en la historia. En El tenemos que poner toda nuestra confianza. Dicho esto, sin
embargo, su muerte también es un modelo para nuestra vida.
Lucas 9:22-24 nos dice:
22 -El Hijo del hombre
tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los ancianos, los jefes de
los sacerdotes y los maestros de la ley. Es necesario que lo maten y que
resucite al tercer día. 23 Dirigiéndose a
todos, declaró: -Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo,
lleve su cruz cada día y me siga. 24 Porque el que quiera
salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la
salvará.
Pronunció estas palabras en profecía de su muerte, anunciando que sería
rechazado, muerto y resucitado. Pero en seguida dice que lo mismo tiene que
suceder con cualquier persona que quiera ser su discípulo: tiene que rechazar
sus derechos sobre sí mismo y morir a su propia vida para seguir a Cristo.
Me parece que esto representa una de las partes más olvidadas del
llamado de Cristo. Nos gusta la idea de que Cristo murió por nosotros para que
no tengamos que morir jamás. Nos sentimos muy bien al saber que El hizo lo que
nosotros no podríamos hacer, y que por fe podemos recibir el beneficio de lo
que Él ha hecho en la cruz. Pero allí apagamos la transmisión radial. No
queremos escuchar la siguiente parte, su llamado a morir al viejo yo para vivir
la nueva vida que Él nos da.
Si ignoramos esto, ignoramos una de las realidades más importantes para
vivir la vida cristiana de verdad. Sólo podemos vivir una vida de verdadera
espiritualidad si aprendemos a practicar la muerte en nuestra vida diaria. La
nueva vida sólo viene a través de la muerte, como dice romanos 6:4:
"Por tanto, mediante el bautismo fuimos
sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el
poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva."
El apóstol Pablo expresa la misma idea en Gálatas 6:14,
cuando dice:
En cuanto a mí, jamás se me ocurra jactarme de otra
cosa sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido
crucificado para mí, y yo para el mundo."
Al identificarnos con Cristo, morimos al mundo. Pero esto no es sólo en
el momento de la conversión; es una necesidad diaria. Cristo nos llama en Lucas
9:23 a tomar nuestra cruz cada día y seguirle. Esto no significa que
la vida cristiana es un martirio constante, una vida de total sufrimiento que
simplemente tenemos que aguantar. Al contrario, el gozo es una de las
manifestaciones del frutos del Espíritu Santo en la vida del creyente. Pero
tenemos que comprender que esa vida de gozo y paz viene a través de la muerte
al viejo yo. Lo podemos tener ahora, pero sólo si estamos dispuestos a pasar
por esa puerta de dar muerte a nuestro yo egoísta.
El mundo actual nos dice que no debemos negarnos nada ni reprimir
nuestros impulsos, porque de otro modo, no seremos felices. La Biblia nos llama
a negarnos a nosotros mismos y morir a los impulsos de la carne, para poder
vivir para Dios. En la muerte hay dolor. La realidad es que la vida cristiana
envuelve sacrificio y dolor, pero es con un propósito.
Quizás usted en este día se encuentre batallando con un pecado o con una
tentación en su vida. No trates simplemente de controlarlo o domesticarlo. No
puedes tratar tu viejo yo egoísta conoce trata a una mascota, que entrenas para
no ensuciar mucho la alfombra y con quien te diviertes. Tenemos que morir a ese
viejo yo. Cada vez que quiera levantar la cabeza, tenemos que vernos clavados
en la cruz con Cristo. Sólo así podremos también resucitar con El a una vida
nueva, mejor, diferente.
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