Imaginemos a una
madre de dos niños pequeños que decide ir al mercado para comprar unos alimentos que su
familia necesita. Ya no hay comida en la casa, y tiene que ir y
volver pronto para poder cocinar. Llevando a sus dos niños de la
mano, sale de la casa camino al mercado.
Al momento, uno de los niños se distrae con un
carro nuevo que ve pasar por la calle en dirección opuesta.
Jalando la mano de su madre, el niño trata de correr detrás del
carro para verlo mejor. "¡No, hijo! " - le dice
pacientemente su madre. "El mercado queda hacia acá, y si no llegamos
pronto, no habrá cena esta noche."
Los tres siguen caminando por la acera, pero no
han avanzado mucho cuando el otro niño espía una moneda
tirada en la tierra al lado del camino. Recoge la moneda, y luego se
tira al suelo y empieza a escarbar rápidamente en la tierra.
"Vamos, hijo", le dice su madre, "ya recogiste la
moneda". Pero el niño responde: "Mami, si hay una, ¡tiene que haber más!
Déjame escarbar un rato."
Con firmeza, la sufrida madre toma la mano de su
hijo y continúa el camino al mercado. A cada rato, los dos niños
se distraen con algo en el camino; pero ella sabe que tiene que
llegar al mercado y regresar pronto a la casa si le quiere
darle comida a su familia esa noche.
Me imagino a Dios en una situación parecida a la
de esa madre, y a nosotros como los chiquillos distraídos. Hace
dos mil años, Jesús nos enseñó a orar así: "Venga tu
reino" (Mateo 6:10).
Dios tiene un propósito en este mundo; es que se
establezca su reino en los corazones. Esto sólo puede suceder si
compartimos el evangelio con cada criatura, como Jesús nos
mandó en Marcos16:15:
"Vayan por todo el mundo y anuncien
las buenas nuevas a toda criatura."
Pero me parece que muchas veces somos como esos
niños. Nuestro Padre celestial tiene un propósito claro, que es
la proclamación de su mensaje a todas las naciones y la
demostración de su amor a todos los pueblos.
La pregunta para nosotros es ésta: ¿compartimos
el propósito que tiene nuestro Padre celestial? ¿Está nuestro
corazón en sintonía con el corazón de Dios? ¿Vamos de la mano con El
hacia la meta de compartir con todos? ¿O nos estamos
distrayendo? Hoy, daremos un vistazo al mundo para tratar de sintonizar
nuestro corazón con el de Dios.
Nuestro ejemplo es el apóstol Pablo. Como
apóstol, enviado por Jesucristo, él comprendió cuál era su misión. En
Romanos 15:21 encontramos una profecía del profeta Isaías que
funcionó como lema para Pablo:
"sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; Y los que nunca han oído de él, entenderán."
Su meta era que las personas que no conocían de Cristo, el único Señor verdadero, llegaran a conocer de El. ¿Es ésta tu meta también?
"sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; Y los que nunca han oído de él, entenderán."
Su meta era que las personas que no conocían de Cristo, el único Señor verdadero, llegaran a conocer de El. ¿Es ésta tu meta también?
Hay más de mil
millones de personas en este mundo que aún no han oído de
Jesucristo. Es penoso que conocen mas el termino Coca-Cola que Jesucristo.
Cuando hablar acerca de evangelizar
a los pueblos no alcanzados, hay un refrán que suele repetirse.
Lo he oído muchas veces. "Hay muchas necesidades aquí",
se dice. "Tenemos que terminar de evangelizar a nuestra nación y
llenar las necesidades de nuestra gente antes de pensar en
ir a otras naciones."
Les diré una cosa. ¡Nunca terminaremos de
evangelizar nuestra nación! Jesús les dijo a sus discípulos que no
terminarían de recorrer los pueblos de Judea antes de su
regreso, pero esto no era razón para no llevar su mensaje hasta los
confines de la tierra.Podemos hacer una cosa sin dejar de hacer la otra.
El apóstol Pablo comprendió esto muy bien. Las
Iglesias que él había plantado tenían necesidades. ¡Algunas de
sus necesidades eran muy graves! La Iglesia de Corinto, por
ejemplo, fue amenazada por falsas doctrinas, por severos
problemas morales, por divisionismo. Pablo podría haber pasado el
resto de su vida en Corinto, remediando los males. Pero lo que
hizo fue escribir cartas a las Iglesias que había plantado -
cartas que tenemos hoy en el Nuevo Testamento. No perdió de vista
su propósito de llevar el evangelio a lugares donde no se
conocía.
Había muchos no creyentes en los lugares donde
Pablo había sembrado Iglesias. El no abandonó su obra
pionera; instó, por ejemplo, a Timoteo a hacer el trabajo de
evangelizar. En cada región Pablo dejaba instrucciones claras, y
volvía esporádica-mente para fortalecer a las Iglesias.
Pero las necesidades abundantes que existían en esos
lugares no le servían de pretexto para olvidar el propósito
divino de llevar el mensaje a lugares nuevos.
Pablo tenía una pasión; la expresó en Romanos
15:20:
"Mi propósito ha sido predicar el evangelio donde
Cristo no sea conocido".
No permitió que nada lo desviara
de ese propósito. Como Iglesia de Jesucristo, no podemos perder
tampoco la perspectiva de llevar el evangelio a quienes no lo
conocen.
Es cierto que queda mucho por hacer aquí en nuestro país. Hay muchas personas no alcanzadas, y mucha
necesidad.
También es cierto que queda mucho por hacer en
toda Latinoamérica. Pero tenemos miles de Iglesias
evangélicas, cientos de agencias misioneras, miles de
voluntarios que viajan cada año para evangelizar, servir, entrenar,
construir ... Hay mucha necesidad, pero también hay muchos
recursos humanos.El problema es que no estamos haciendo nuestro papel de pregoneros comisionados.
Comparemos la situación de nuestra nación, de
nuestro pueblo y de nuestras tierras con la realidad de más de
mil millones de personas en este mundo que no tienen ningún
acceso al evangelio.
Estamos hablando de personas que viven en
lugares donde no hay ninguna Iglesia evangélica. Estamos hablando de
personas que, en toda su vida, no tendrán ni siquiera una
oportunidad para escuchar el nombre de Jesús y saber que pueden
recibir la salvación por fe en El.
Para estas personas, más de mil millones, no hay
Iglesias. No hay misioneros. No hay pastores. No hay Biblias.
Para algunos de ellos, la Biblia ni siquiera existe en su
idioma. Para otros, no es libro que fácilmente puedan conseguir. Han
pasado dos mil años desde que Jesús murió por ellos, y todavía
no tienen esperanza.
¿Quién falta? Faltan 1.500 millones de personas
en lugares donde el evangelio no se predica. Faltan 6.600 etnias
- es decir, grupos de cultura y de idioma donde el evangelio
no ha penetrado aún. Estas personas no han rechazado a Cristo; sino que nunca les hemos dado la oportunidad de conocerle y de aceptarle.
Hemos perdido de vista la perspectiva divina, la
urgencia de alcanzar a los que no han tenido la oportunidad
de oír el mensaje. Es como si el mundo fuera un paciente
de hospital, sufriendo de dos problemas: una pierna quebrada
y un ataque cardiaco. ¡Sería una tontería insistir en
ponerle yeso a la pierna antes de usar el desfibrilador para poner
a latir el corazón! Es cuestión de prioridad.
Como creyentes, cuando decidimos ignorar las
necesidades de los que nunca han oído el mensaje para dedicar toda
nuestra atención a otros asuntos, estamos cometiendo un error de
prioridades. Olvidamos lo más importante.
¿Quién irá? Sólo nosotros podemos contestar esa
pregunta. ¿Irás tú? ¿Te involucrarás en la misión de Dios?
Cuando Jesús andaba en la tierra, muchas personas trataron de
desviarlo. Querían que El se quedara solamente con ellos y atendiera
solamente a sus necesidades. Su respuesta se encuentra en Lucas
4:42-43:
"Cuando ya era de día, salió y se fue a un
lugar desierto; y la gente le buscaba, y llegando a donde estaba,
le detenían para que no se fuera de ellos.
Pero él les dijo: Es necesario que también
a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque
para esto he sido enviado".
El se mantuvo fiel a su misión. Nunca se desvió
del propósito de Dios.
¿Quién irá? Es hora de decidir si responderemos:
¡Yo iré! Oraré por el avance del evangelio. Daré para que otros
puedan ir. Si Dios me llama, iré al campo. Caminaré junto al
Señor, mirando la necesidad que El ve y dedicando mi vida a lo que
a El le importa. Es hora de dejar de ser niños
distraídos y convertirnos en hijos adultos que comparten el corazón de su
Padre.
Recordemos que El no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento. Meditemos en este sentir del Padre.
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