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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Jesús sigue trabajando para completar su obra en ti


¿Cuándo se terminó la obra de Jesús? 
¿Cuánto terminó El su trabajo? 
¿Crees que fue en la cruz? 

Quizás cuando Jesús murió en la cruz, pagando la pena de nuestros pecados y liberándonos del poder de Satanás, su trabajo terminó, y ahora está descansando. No es así.


Aunque la obra de Jesús en la cruz es algo que se hizo una vez por todas, y que jamás se tendrá que repetir, El no dejó de trabajar después de morir en la cruz.   Escucha las primeras palabras del libro de Hechos: "Estimado Teófilo, en mi primer libro me referí a todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar hasta el día en que fue llevado al cielo".



Lucas, el escritor del libro de Hechos, nos dice que Jesús apenas había comenzado su obra cuando fue llevado al cielo. ¡Eso significa algo muy importante! Significa que Jesús sigue obrando. El está trabajando hasta el día de hoy. ¿Está trabajando en tu vida? ¡Estoy seguro que sí!



Dios bendice la vida de cada persona que vive en este planeta. Como dijo Jesús, El hace caer su lluvia sobre justos e injustos. Aun los que niegan la existencia de Dios disfrutan de sus bendiciones. Sin embargo, la obra de Dios tiene un enfoque, un punto central. La obra de Dios está enfocada en la Iglesia de Jesucristo.



En este tiempo vamos a regresar a los comienzos de la Iglesia relatados en el libro de Hechos. Veremos cómo empezó la Iglesia, para qué existe y cómo debe ser. Queda claro que Cristo amó a la Iglesia, pues El se dio a sí mismo por ella. Mi deseo es que tú y yo podamos aprender a amarla también.



Tomamos la historia al final del tiempo que pasó Jesús en la tierra. ¿Alguien recuerda cuántos días pasaron entre su resurrección y su regreso al cielo? ¿Durante cuántos días se apareció a sus discípulos, mostrándoles que realmente había resucitado? Así es, cuarenta días pasaron entre su resurrección y su asunción.



En cierta ocasión, Jesús les dijo a sus discípulos que se acercaba el cumplimiento de una antigua promesa. Los profetas del Antiguo Testamento anunciaron que, en los últimos días, el Espíritu Santo sería derramado sobre toda clase de personas. Un ejemplo se encuentra en Joel 2:28-29:



 "Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.  Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días".



Jesús les dice a sus discípulos que esta profecía estaba a punto de cumplirse; dentro de pocos días, el Espíritu Santo sería derramado sobre ellos, y les traería poder.



Ellos en seguida le hicieron una pregunta que nos puede parecer extraña, pero para ellos era muy natural. Le preguntaron si, en ese momento, iba a restaurar a Israel como reino. Ellos seguían pensando en las cosas como habían sido durante la era del Antiguo Testamento, cuando el pueblo de Dios era la nación de Israel, su canal de revelación al mundo.



No habían llegado a comprender aún que, con la venida de Jesús, el reino de Dios se estaba ampliando. No comprendían que el reino de Dios ahora se extendería a personas de toda lengua, raza y nación, y que se establecería en los corazones, no con fronteras políticas.



Con el tiempo, lo comprenderían. Jesús no perdió tiempo tratando de explicarles lo que ya les había dicho varias veces antes. Sólo les dio sus instrucciones: debían esperar la venida del Espíritu Santo, y entonces recibirían poder para testificar de
Jesús empezando allí mismo en Jerusalén, llegando a Judea y Samaria y terminando en los últimos rincones de la tierra.



Abramos la Biblia para leer el relato de estos eventos en Hechos 1:1-11:



 "En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido; a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndose les durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios. 

Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. 

Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. 

Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo".


Jesús se fue al cielo. Los ángeles les dijeron a los discípulos que El regresaría de la misma forma en que lo habían visto irse. Es decir, Jesús volverá visiblemente, en las nubes. En el plan de Dios para la historia humana, este es el próximo evento crítico. Mientras tanto,  Jesús sigue obrando para establecer su reino.
  

Una cualidad esencial de un reino es el poder. Ningún país durará mucho si no tiene ejército, o al menos acuerdos de defensa con otro país más poderoso. Sin poder militar, pronto será conquistado. El poder del reino de Dios es un poder diferente. El reino de Dios no avanza a filo de espada o de bomba nuclear, una realidad que los creyentes a veces han olvidado.



El poder del reino de Dios viene de su Espíritu Santo, el Espíritu que los discípulos pronto recibirían. Ese mismo Espíritu sigue estando presente en cada creyente y en la Iglesia. El es quien nos da poder para trabajar y ver el reino de Dios expandirse en la tierra.



Pausemos por un momento para tratar de reunir los hilos que hemos mencionado hasta aquí. Después de terminar su obra de redención en la cruz, Jesús se demostró a sus discípulos para que se dieran cuenta de que su resurrección es una realidad. Antes de volver al cielo, les indicó que su obra de establecer el reino de Dios continuaría por medio del Espíritu Santo. El vendría para darles poder para testificar de El. Después de esto, Jesús regresó al cielo, de donde pronto volverá.



En los breves momentos que nos quedan, quisiera considerar dos temas sobresalientes de esta pasaje. Se trata del poder de la
Iglesia y la tarea de la Iglesia. El poder de la Iglesia para hacer su obra de extender el reino de Dios viene del Espíritu Santo.



Al decir esto, tenemos que entender bien cómo se manifiesta el Espíritu Santo. Muchas veces creemos que el Espíritu Santo se manifiesta donde hay mucho alboroto, gritos y risas y otras cosas notables. Pero cuando la Biblia nos habla de lo que produce el Espíritu Santo, menciona cosas como el amor, el gozo, la paz, la paciencia y otras cualidades de carácter.



El Espíritu Santo puede obrar en una iglesia calmada y ordenada. El orden no interfiere con la obra del Espíritu Santo; al contrario, Pablo nos dice que todo se haga decentemente y con orden. Igualmente, una iglesia puede tener mucho movimiento y manipulación de emociones, pero carecer por completo de la obra del Espíritu Santo. Si ves una iglesia donde hay gritos y desmayos, pero la vida de sus miembros es caótica e inmoral, lo más seguro es que no es el Espíritu Santo el que está obrando allí.



¿Cómo, entonces, podemos permitir que el Espíritu Santo haga su obra y dé poder a la Iglesia? La Biblia nos dice que no apaguemos al Espíritu, y veo dos maneras de hacer esto. La primera forma es tolerar el pecado en nosotros mismos. No es en vano que se le llama el Espíritu Santo, el Espíritu de Santidad.
Cuando los miembros de una iglesia empiezan a tolerar el pecado, el poder del Espíritu Santo empieza a menguar en ellos.



Por supuesto, en cualquier iglesia habrá visitantes que aún no conocen a Cristo. Habrá inmadurez. No debemos caer en el legalismo de ver siempre los errores de los demás. Más bien, cada uno de nosotros debe examinarse regularmente y confesar su pecado, abandonando las cosas que no nos agradan. De no hacerlo, empezaremos a perder el poder del Espíritu.



La segunda forma en que perdemos el poder del Espíritu es cuando dejamos de confiar en El. En la vida de muchas iglesias llega un momento en que todos miran a su alrededor, y dicen: ¡Algo está mal! La iglesia no está creciendo. Estamos estancados.



Cuando llega ese momento, una reacción común es la de buscar más actividades para que la iglesia se motive. La actividad no tiene nada de malo, y al contrario, puede ser señal de una iglesia sana. Pero cuando programamos actividad tras actividad, sin buscar primero a Dios en oración y dependencia consciente sobre su poder, cambiamos el poder del Espíritu Santo por el poder del ingenio humano. El ingenio humano jamás puede substituir el poder de Dios.



Hermanos, Dios nos está llamando en este dia a volver a confiar en su poder para hacer su obra. Tenemos una tarea que no podemos hacer. No podemos alcanzar para Cristo a la gente que nos rodea. ¡No lo podemos hacer! Pero Dios lo puede hacer,
usándonos a nosotros. Sólo será posible si confiamos en el poder del Espíritu, dejamos que El nos guíe y quitamos de nuestra vida cualquier estorbo a su poder.



La comisión que Jesús nos ha dado es demasiado importante como para perder el poder. El nos ha mandado a ser sus testigos, testigos de Jesús. Debemos ser sus testigos a nuestros vecinos, a nuestros familiares, a nuestros amigos, y hasta los confines de la tierra. Es que el mensaje de Jesús y su salvación es tan precioso que todos lo deben escuchar.



¿Cuál es la mayor necesidad de cada persona? La mayor necesidad de cada persona no es la comida, el trabajo o el alojamiento. La mayor necesidad de cada persona es recibir el perdón de sus pecados y conocer a Dios. ¡Nunca lo olvidemos! Mientras ayudamos a la gente con ropa, con comida, con trabajo, ¡no se nos olvide hablarles de Cristo! El es su mayor necesidad.



Cristo no ha dejado de trabajar. El sigue trabajando en este mundo y a través de su Iglesia. 
¿Estás dispuesto a entregarle tu vida a El, para que su Espíritu obre plenamente en ti?
¿Quieres ver su poder obrar en tu vida y en tu iglesia?
 Oremos juntos para que esto suceda. Que Dios alumbre tu entendimiento para que resplandezca su luz en tu vida.

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