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martes, 22 de octubre de 2013

Destino Final

¿Iremos al Cielo o el cielo vendrá a nosotros?

Hay muchas preguntas que pasan por nuestra mente al momento de pensar en cual será nuestro destino final como creyentes, muchos se cuestionan si seremos raptados, si sufriremos la gran tribulación, si iremos al cielo y en fin, son muchas las incógnitas que surgen acerca de donde habremos de pasar la eternidad.

Hoy con este tema yo quiero tratar de arrojar un poco de luz a lo que la palabra establece que pasara con nosotros, que hay que hacer para ser beneficiario de este gran acontecimiento, quienes participaran de estas cosas y quiénes no.

Cuando la Biblia nos habla de la vida eterna, la vida después del juicio final y la condenación de los que no son salvos, nos habla de una ciudad y de un reino que se ha de establecer sobre todas las Naciones me refiero al reino de Dios y de su mesías. La palabra dice que todos los reinos de este mundo pasaran a ser de Dios y de su Cristo y que todos aquellos que vencieren al pecado reinaran por toda una eternidad con Jesucristo en una nueva ciudad que descenderá del cielo.

Cuando pensamos en la eternidad, podríamos tener el concepto de algo aburrido, donde no pasa mucho – algo así como vivir en un campo de agricultura, donde lo único que hay para hacer es observar el lento crecimiento de las plantas.

Pero ¡una ciudad no es así! En una ciudad hay movimiento, hay actividad, hay amistades y fiestas y vida constante. Es emocionante vivir en la ciudad. Y será la mejor cosa imaginable vivir en esa ciudad. Vamos a leer lo que nos dice  la Biblia acerca de esta ciudad futura. Apocalipsis 21:1-5:

“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas”.

En los capítulos anteriores del libro de Apocalipsis, se habla de la ciudad de Babilonia como un símbolo de la humanidad en su rebelión contra Dios. Babilonia fue una ciudad muy grande, pero quedó destruida. Hoy sólo hay algunos montones de tierra donde antes quedaba esta ciudad majestuosa y poderosa. Dios usa esta ciudad para representar el destino de todo lo que hace la humanidad por su propia cuenta, en su propio orgullo. Todo será destruido.

En cambio, la ciudad celestial, la nueva Jerusalén, será eterna. Dios la está preparando para los suyos. Después del juicio final, este mundo será destruido, y Dios creará un mundo nuevo. Su ciudad, la nueva Jerusalén, descenderá del cielo para servir como capital de su reino.

En este mundo nuevo, no habrá muerte. No habrá tristeza. No habrá dolor. Será un mundo realmente perfecto. Ahora bien, ¿qué clase de personas podrán entrar en ese mundo nuevo? Obviamente, si Dios dejara la entrada libre, su paraíso pronto se convertiría en un infierno. Los versículos siguientes nos dicen quienes podrán entrar allí. Sigamos leyendo.

V. 6-8
Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda".

Estos versículos nos confrontan con dos claras opciones. La entrada a la nueva Jerusalén está abierta, pero se necesita una decisión. Si reconocemos nuestra necesidad de la salvación que Jesucristo ofrece, Él nos invita a beber del agua de la vida gratuitamente. Sólo tenemos que venir a Él con fe, la misma fe que vence el mundo.

Así podremos ser de los que salen vencedores, porque hemos vencido al mundo confiando en Jesucristo. Pero los que no quieren tomar la decisión de entregarse por completo a Cristo quedarán para siempre fuera de esta ciudad, en un lugar totalmente distinto - el lago de fuego y azufre.

El verso 8 nos dice qué clase de personas son éstas: son cobardes, porque prefieren quedar bien con el mundo en lugar de seguir a Cristo. Son incrédulos, porque se rehúsan a creer lo que Dios dice en su Palabra. Son asesinos, no sólo si matan a alguien, sino porque albergan el odio en su corazón. Cometen inmoralidad sexual, porque su brújula es el placer de la carne, no la pureza del corazón. Participan en las costumbres religiosas de la idolatría y el ocultismo.

Es muy importante entender que sólo hay dos grupos de personas en los versos 6 al 8. Algunas personas podrían leer la lista del verso 8 y pensar: "Yo no soy cobarde; ¡la semana pasada le partí la cara a alguien por insultarme! Tampoco he matado a nadie. Bueno, sí me he acostado con varias mujeres, pero ¡todo mundo hace eso!".

Esta lista no es una forma de justificarse. No es una lista de control, que puedes marcar con una palomita para saber si vas a entrar o no. Es, más bien, una descripción de la humanidad que rechaza la oferta de Dios. Si tú has hecho algo que aparece en la lista, puedes ser limpiado por la sangre de Jesucristo. Pero si no has sido perdonado por fe en El, te aseguro que apareces en esta lista.

La puerta ahora está abierta. ¿Quieres venir a Cristo para recibir de El la salvación? ¿Quieres beber del agua de la vida que Él te ofrece? Sólo así podrás entrar a la nueva Jerusalén. Sin duda, es un lugar al que vas a querer entrar. 

Vs. 9-14 “Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero”.
Esta ciudad es la nueva Jerusalén, mucho más bella aunque la primera Jerusalén. Las ciudades de este mundo suelen ser mugrosas y contaminadas, pero esta ciudad brilla con la gloria de Dios. La ciudad entera parece una sola piedra preciosa. Se encuentra protegida por un muro con doce puertas. Este muro tiene doce cimientos - en otras palabras, no se va a caer.

Sobre las doce puertas aparecen los nombres de las doce tribus de Israel, el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Sobre los cimientos del muro aparecen los nombres de los doce apóstoles, los líderes del pueblo de Dios en el Nuevo Testamento. Con esto queda claro que esta ciudad es un lugar para el pueblo de Dios. Allí entrarán todos los que son de Él.

Vs. 22-27
“Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brille en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.
Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero”.

Todas las ciudades tienen sus Iglesias o sus templos, pero esta ciudad no tiene ningún templo - porque Dios mismo la llena. En cierto sentido, podríamos decir que toda la ciudad es un templo - un lugar donde Dios está presente en todas partes, donde todo se hace para adorarle a Él.

No habrá noche en aquella ciudad. ¡No tendremos que dormir! Es por la noche que hay crímenes y destrucción, pero ¡allí no habrá noche! La luz de Dios la llenará siempre. Por lo tanto, no habrá limitaciones de movimiento. Sus puertas estarán abiertas todo el tiempo.

Todas las naciones de la tierra vivirán a la luz de esta ciudad. Sabemos que habrá gente redimida de todas las naciones, y esta frase nos indica que no perderán su identidad nacional. Los mexicanos seguirán siendo mexicanos, con lo mejor de su cultura. ¡Creo que esto significa que habrá tortillas en el cielo! Cada nación será representada, pero no habrá pleitos ni guerra entre las naciones. Más bien, todos vivirán en comunión con Dios, sirviéndole y amándole.

Ahora vamos a entrar al centro de la ciudad.

 
Cap. 22:1-6
“Después me mostró un río limpio de agua de vida,
resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos. Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto.


En el centro de la calle principal de la ciudad, llevando hacia
el trono de Dios y de Cristo, hay un río de agua cristalina – el agua de vida. Cualquiera puede llegar en el momento que desee y beber de esta agua.

Por ambos lados de este río crece el árbol de la vida. Cuando Adán y Eva pecaron y fueron expulsados del jardín del Edén, Dios puso un ángel para guardar la entrada. Así ya no podrían comer del árbol de la vida. Pero ahora, este árbol dará su fruto cada mes, y sus hojas servirán para traer salud a todas las naciones - como la mejor hierba. La maldición que vino sobre la tierra a causa del pecado de Adán y Eva será quitada por completo. Los siervos de Dios lo verán cara a cara, como lo hacían Adán y Eva antes de pecar. Todo lo que perdimos a causa del pecado, todo lo que Satanás quiso quitarnos, Dios nos restaurará - si seguimos a Jesucristo.

¿Te gustaría ser ciudadano de esta ciudad? ¿Te gustaría saber que tu destino te llevará allá? Te diré qué clase de personas entrarán allí. Los que entrarán a esta ciudad serán verdaderos adoradores. Si te has dado cuenta, en la descripción de la ciudad se menciona una y otra vez la presencia de Dios y la adoración.

En realidad, una persona que no ama ni conoce a Dios no le hallará sentido a la vida en esta ciudad. Es sólo si hemos aprendido a amar a Dios y a disfrutar de su presencia que podremos vivir a gusto en ese lugar. Eso comienza entregándole a Cristo el lugar de honor en nuestro corazón. ¿Te estás preparando para vivir en la nueva Jerusalén? ¿Tienes la seguridad de que podrás entrar a ese lugar?

Si no estás seguro ven hoy a Cristo. Entrégale por completo tu corazón. Reconoce ante El tus pecados, y empieza una nueva vida de fe en El y obediencia a su Palabra. Así podrás saber que Él te llevará a vivir en su ciudad para siempre y a ser parte de su reino eterno.