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sábado, 28 de junio de 2014

EL AMOR AL DINERO NOS ALEJA DE DIOS


¿Sabían ustedes que una persona puede quedarse ciega por sólo dos centavos? ¡Es verdad! Por sólo dos centavos, dos monedas de cobre, una persona puede quedarse completamente sin visión. Observen. Tomamos estas dos monedas de un centavo, las ponemos frente a nuestros ojos, y ¡listo! ¡Ya no vemos nada! No vemos a nuestros familiares, no vemos a nuestros hermanos en Cristo, no vemos al mundo necesitado que nos rodea, no vemos la Palabra de Dios.

Algunos de ustedes me acusarán de tenderles una trampa, pero lo hago con sólo un propósito: ilustrar la verdad acerca del dinero.


¿Sabían ustedes que Jesús habló más del dinero que de casi cualquier otro tema? Dijo más acerca del dinero, por ejemplo, que del cielo. ¿Por qué será? Creo que lo hizo por este motivo: el dinero es uno de los ídolos más comunes de nuestra era. El dinero nos puede dejar ciegos a la verdad de la vida y de Dios. Puede fácilmente convertirse en un ídolo.

Vivimos en el país más materialista del mundo. Quien llegó a este país con el propósito de hacer una vida mejor fácilmente puede dejarse seducir por los encantos de lo material. Por eso, una de las cosas más importantes para nosotros es conocer la verdad acerca del dinero.

Hoy consideraremos tres verdades muy importantes. Si guardamos en la mente y el corazón estas tres cosas, estaremos preparados para una vida mejor. La primera realidad es ésta:

I. El dinero no trae la felicidad.

Leamos lo que nos dice 1 Timoteo 6:10:

Es importante notar que este versículo no dice que el dinero es la raíz de toda clase de males; es el amor al dinero. Sin embargo, cuando empezamos a buscar en el dinero nuestra felicidad, lo empezamos a amar. Pensamos que si tan sólo pudiéramos ganar más, entonces pagaríamos nuestras deudas y seríamos felices. O quizás creemos que, si pudiéramos ahorrar cierta cantidad de dinero, tendríamos estabilidad económica, y no tendríamos más preocupaciones. Quizás pensamos que el dinero para poder comprar algún aparato o alguna posesión nos traerá la felicidad.


Hay muchas maneras en que podemos enamorarnos del dinero. Sin embargo, noten cuál es el producto del amor al dinero: por codiciarlo, según el verso, algunos se han alejado de Dios y se han causado muchas penas.

El resultado de amar al dinero es el sufrimiento.  Irónicamente, el dinero parece ofrecernos una vida libre de sufrimiento. Pensamos que, si fuéramos ricos, no sufriríamos; podríamos resolver cualquier problema y comprar lo que se nos antoje - ¡una vida sin problemas!

Pero lo que trae el dinero es precisamente lo opuesto. A continuación les mostrare algunas frases que han salido delos labios de algunas personas adineradas acerca de las riquezas.

Juan Rockefeller dijo: 
"He ganado muchos millones, pero no me han traído ninguna felicidad". 

W. H. Vanderbilt comentó: 

"El cuidado de $200.000.000 es suficiente para matar a cualquiera. No hay ningún placer en él".
Henry Ford, fundador de la compañía que lleva su nombre, relató:
"Yo era más feliz cuando trabajaba de mecánico". 

Y Andrés Carnegie, famoso multimillonario y filántropo, observó: "Los millonarios casi nunca sonríen". 

¡Estas palabras las dijeron los que tenían la oportunidad de saber de primera mano lo que puede comprar el dinero! Pero no les pudo comprar la felicidad. 

El dinero puede hacer muchas cosas: puede comprar una cama, pero no descanso; libros, pero no sabiduría; comida, pero no apetito; una casa, pero no un hogar; medicina, pero no salud; diversión, pero no felicidad; religión, pero no salvación.

Por eso, es tan importante que tomemos en cuenta las palabras de Hebreos 13:5: 

"Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré". 

Si aprendemos a estar agradecidos con Dios por lo que El nos ha dado en lugar de desear constantemente más, podemos librarnos del amor al dinero y encaminarnos hacia la verdadera felicidad. Recuerda: el dinero no puede hacerte feliz.

Hay una segunda verdad acerca del dinero que debe de traernos gran esperanza:

II. Dios puede suplir todas nuestras necesidades

Una de las razones por las que fácilmente convertimos al dinero en un ídolo es porque dejamos de confiar en que Dios es capaz de suplir nuestras necesidades. Al olvidarnos del amor y del cuidado de nuestro Padre celestial, empezamos a afanarnos por tener posesiones materiales, y así alcanzar una medida de seguridad.

Observen con cuidado lo que nos dice el apóstol Pablo en Filipenses 4:19. A los hermanos filipenses Pablo les asegura:

"Mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten". ¡Qué gloriosa seguridad es ésta! Y fíjense de qué depende su generosidad: "conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús".

Dios retira fondos del banco de Cristo Jesús para satisfacer todas nuestras necesidades. Pregunta: ¿cuándo se acabarán los depósitos que Dios tiene en ese banco? ¿Cuándo se quedará sin fondos? ¡Nunca! Si Dios nos bendijera de acuerdo con nuestras capacidades o nuestra propia riqueza, ¡estaríamos en grave peligro! Pero ¡Dios nos bendice conforme a sus riquezas en Cristo!

Al llamarnos, entonces, a evitar el amor al dinero, Dios no nos está llamando a vivir en la miseria. Al contrario; El puede y quiere suplir todas nuestras necesidades. No nos dará todos nuestros antojos; es un buen padre, y ningún buen padre les da a sus hijos todo lo que se les antoje. Pero sí podemos confiar en que su provisión será suficiente.

La observación del salmista David también lo confirma. El dice: 

"He sido joven y ahora soy viejo, pero nunca he visto justos en la miseria, ni que sus hijos mendiguen pan" (Salmo 37:25). 

Dios cuida de los suyos, dándonos trabajo suficiente, ayuda cuando la necesitamos, sabiduría para manejar las finanzas y bendiciones de muchas clases.

Observen también lo que dice 2 Corintios 9:8: 

"Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra". 

Dios puede hacer abundar su gracia hacia nosotros, de tal forma que, sin importar las circunstancias que vivamos, siempre tengamos todo lo necesario. Su provisión viene de muchas formas, pero siempre llega a tiempo.

¡Dios puede suplir tus necesidades también! Estoy convencido de ello. Sin embargo, notemos algo muy interesante. Los versículos que he citado en Filipenses y 2 Corintios se encuentran en el contexto de las ofrendas. Leamos 2 Corintios 9:6-11 para ver
esto:

Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. 
9:7 Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.  9:8 Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra;  9:9 como está escrito:  Repartió, dio a los pobres;  Su justicia permanece para siempre.
9:10 Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, 
9:11 para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios. 


¿Se dan cuenta? Cuando Pablo nos dice que Dios puede hacer abundar su gracia para nosotros haciendo que tengamos siempre lo necesario, lo hace para animarnos a la generosidad. Nos llama a dar con gozo, con generosidad y con dedicación, porque Dios es capaz de suplir nuestras necesidades. Esto nos lleva a la tercera verdad acerca del dinero:

III. Puedes servir al dinero, o puedes servir a Dios con tu
dinero

Leamos con atención las palabras de Jesús en Mateo 6:19-21:

19 No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan;
20 sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
21 Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también
vuestro corazón.
 


¿Dónde está lo que más atesoramos? En otras palabras, ¿qué es lo más importante para nosotros? ¿Estamos más interesados en el balance de nuestra cuenta bancaria, o en servir a Dios con nuestra vida? ¿Prestamos más atención al avance de la casa que estamos construyendo, o al avance del Reino de Dios?

Lo que más valoramos demuestra el estado real de nuestro corazón. Si nuestra atención está enfocada en las cosas de este mundo - riquezas, dinero, posesiones - en lugar de estar enfocada en Dios, nuestro corazón estará en este mundo.

Fíjense en el verso 24: 

"Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas".

Si amamos al dinero, se convertirá en nuestro amo. Es imposible tener dos amos. Uno podría quizás tener dos jefes, aunque no funcionaría muy bien; pero tener dos amos es imposible. Si estamos sirviendo a las riquezas, entonces, no podemos estar sirviendo a Dios a la misma vez. Si nuestra esperanza está puesta en las riquezas, no podemos estar esperando al mismo tiempo en Dios.

¿Cuál es la solución? La solución está en poner nuestras riquezas al servicio de Dios. Cuando usamos lo que tenemos para hacer lo que a Dios le agrada, cortamos el poder de las riquezas sobre nosotros. Cuando las usamos para sostener a nuestra familia, para ayudar a otros, para sostener la obra de la Iglesia y el avance del Reino - Dios es exaltado.

Conclusión.-

Sé que a algunos de ustedes se les dificulta diezmar y ofrendar.

Un joven se acercó a su pastor para contarle que tenía ese mismo problema. Quería diezmar, pero simplemente no veía la forma en que sus gastos se podrían ajustar a su salario, si él diezmaba. Después de escucharle, su pastor le propuso un trato.

El trato fue éste: si el joven empezaba a diezmar, al final del mes el pastor personalmente le prometía entregarle la cantidad que le faltaba para ajustar y pagar todas sus cuentas. ¿Qué les parece? ¿Buen trato? Al joven le pareció que sí, y le dijo a su pastor que, bajo esas condiciones, él estaría dispuesto a empezar a diezmar.

El pastor le dijo entonces: Tú estás dispuesto a diezmar,
confiando en que yo te supliré todo lo que te falta. ¿Cómo es que estás dispuesto a confiar en mí para suplir tus necesidades, pero no estás dispuesto a confiar en Dios?

Yo a ti te hago la misma pregunta. En realidad, éste es el meollo del asunto. 

El dinero no tendrá ningún poder sobre nosotros si aprendemos a ser generosos hacia Dios, dándole a El lo suyo primero, y confiando en que El hará que lo demás alcance. Es un gozo tan grande poder sostener el avance del reino de Dios mediante nuestras ofrendas. No te pierdas ese gozo. Más bien, aprende a manejar el dinero reconociendo que no te puede traer la felicidad, recordando que Dios quiere suplir todas tus necesidades, y sirviendo a Dios con tu dinero en lugar de servir al dinero como si fuera tu dios. Recordemos que hay un dicho enuncia: "Que todo el que le tiene amor al dinero cae en la sospecha de hacerlo todo por dinero".

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jueves, 19 de junio de 2014

EL SEXO Y LA PAREJA MATRIMONIAL

¿Qué clase de trabajo quieres que tenga tu futuro esposo? Sería interesante encuestar a las jóvenes solteras y escuchar sus diversas respuestas. Seguramente alguna diría: "Me quiero casar con un doctor o un abogado, para no tener preocupaciones por el dinero". Quizás otra diría: "Me daría mucho gusto casarme con un pastor o evangelista, para apoyar a un hombre que sirve al Señor".

Una conocida autora de novelas de detective tuvo una respuesta inusual. Ella declaró que el mejor esposo era un arqueólogo. Dicho sea de paso que su esposo lo era. Pero ¿por qué un arqueólogo? Dijo ella: "Conforme más años tenga su esposa, más interesante le será".

¡Qué interesante consejo! Pero quizás no sea el más práctico. Para empezar, no hay muchos arqueólogos en este mundo. Hoy vamos a considerar algunos consejos más prácticos y más acertados, porque vienen del Creador mismo del matrimonio. Dios es el que inventó el matrimonio; no es una invención humana. Por lo tanto, El nos da los mejores consejos al respecto. Leamos algunas de ellas en 1 Corintios 7, empezando con los versos 1 al 7:

7:1 En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer; 7:2 pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia
mujer, y cada una tenga su propio marido. 7:3 El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. 7:4 La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. 7:5 No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia. 7:6 Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento. 7:7 Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo; pero 
cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro.

Cada instrucción que encontramos en la Biblia, la Palabra de Dios, se dio dentro de una situación particular. Es importante comprender la situación en la que se dio cada mensaje, para poder aplicarlo correctamente a nuestra propia situación. Por lo tanto, volvamos por unos momentos a la situación de la Iglesia de Corinto.

Era una situación de extremos. ¿Te has dado cuenta que los seres humanos somos muy propensos a ir a los extremos? Así era en Corinto también. Algunos miembros de la Iglesia pensaban que la gracia y la misericordia de Dios les daban permiso para cometer inmoralidad sexual. Pensaban que lo que hacían con sus cuerpos no afectaba el bienestar de su espíritu. En el capítulo 6, Pablo contesta esta idea equivocada y nos enseña la importancia de la pureza sexual.

Pero en Corinto también había creyentes que iban al otro extremo. Ellos enseñaban que el sexo era algo sucio, y que los mejores creyentes no tenían relaciones sexuales - aun dentro del matrimonio. Incluso había matrimonios que habían decidido vivir en la misma casa, pero no tener contacto físico.

Seguramente los que pensaban así veían a los miembros de la congregación que se entregaban al pecado sexual con desprecio, y con cierta razón. Estaban cometiendo pecado. Le escriben entonces a Pablo, justificando su posición y diciéndole: "¿No es verdad que es mejor no tener relaciones sexuales?" Pablo les responde: Sí, hasta cierto punto. En otras palabras, es bueno tener control sobre nuestros apetitos, en lugar de permitir que nos controlen.

Pero están en un error si prohíben el matrimonio. Por evitar el extremo de la inmoralidad, van al otro extremo y desechan algo que Dios ha creado para nuestro bien. Esto nos lleva a la siguiente conclusión: el deleite matrimonial es un bien que debe ser cultivado.

Frente a las personas que consideraban que era mejor que las parejas casadas no tuvieran relaciones, Pablo responde que no. Es mejor que cada hombre tenga su esposa, y que cada mujer tenga su marido. Deben esforzarse por satisfacerse el uno al otro.

De otro modo, como hay tanta inmoralidad, será fácil que el enemigo los tiente a buscar satisfacción en relaciones pecaminosas y peligrosas. Al disfrutar cada uno de la relación matrimonial, la inmoralidad empieza a perder su atractivo.

El rey Salomón dio un consejo parecido, en Proverbios 5: "Bebe el agua de tu propio pozo, el agua que fluye de tu propio manantial... ¡Bendita sea tu fuente! ¡Goza con la esposa de tu juventud! Es una gacela amorosa, es una cervatilla encantadora. ¡Que su amor te cautive todo el tiempo!"

En otras palabras, en lugar de perder tu vigor y tu vida con mujeres extrañas, disfruta la relación con tu esposa. Concéntrate en hacerla feliz, y recibirás a cambio la felicidad también. Pero esto es algo que hay que cultivar.

Cuando se siembra un jardín, es necesario gastar tiempo y esfuerzo en cultivarlo. Hay que usar el azadón para ablandar la tierra, regarla si no llueve, sembrar bien la semilla y arrancar las plantas indeseadas. Si no se cultiva el jardín, ¿cuál será el resultado? ¿Dará buen fruto? Más bien, sólo dará una cosecha de mala hierba.

Del mismo modo, se tiene que cultivar el amor en el matrimonio. Requiere un esfuerzo. Hay que separar tiempo para estar juntos como pareja, para conversar, para jugar y divertirse. Sólo así podrá traer gozo y satisfacción la relación física. Así el hombre y su esposa gozarán juntos su relación física.

Volvamos a los versículos que leímos en 1 Corintios. Los versos 3 y 4 sorprenderían a muchas personas, porque enseñan que el hombre tiene la responsabilidad de deleitar a su esposa, y no sólo la mujer al hombre. Algunas culturas machistas consideran que la mujer es básicamente una sierva sexual del hombre, pero un matrimonio cristiano no es así. En el matrimonio cristiano, existe una responsabilidad compartida de buscar lo que al otro le agrada.

Esto también nos lleva a comprender bien el verso 5. Alguien podría hacer abuso de este versículo, usándolo para obligar a su esposa a tener relaciones cuando ella no quiere. Pero esto va en contra del principio de responsabilidad mutua que acabamos de describir. Además de esto, el apóstol Pablo no tiene esa clase de situación en mente.

Más bien, se refiere a las parejas que han decidido dejar por completo de tener relaciones. Frente a ellos, dice: "No se nieguen el uno al otro". En otras palabras, no dejen por completo de darse el uno al otro. Un matrimonio sano lo requiere. En un matrimonio sano, por supuesto, existe también un respeto mutuo que no permite la obligación. El amor siempre tiene que ser voluntario.

Hemos dicho, entonces, que el deleite matrimonial es un bien que debe ser cultivado. Pero ¿qué les podemos decir a los solteros? Pablo les habla en los versículos siguientes. Leamos los versos 8 y 9:

7:8 Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; 7:9 pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando.

El apóstol Pablo no estaba casado. La mayoría de los apóstoles sí lo estaban; Pedro, por ejemplo, tenía suegra. De hecho, algunos dicen bromeando que la razón por la que él negó a Jesús fue porque éste le sanó la suegra. Pero Pablo no estaba casado. Algunos estudiosos piensan que era viudo, aunque también es posible que nunca se haya casado.

Por eso, él dice: "sería mejor que se quedaran como yo". Aquí hay un principio muy importante: el matrimonio es bueno, pero no es el mayor bien. Algunas personas parecen creer que una persona soltera es desdichada y miserable, pero Pablo no lo ve así. Más tarde, él comenta que el soltero tiene más tiempo para dedicar al servicio del Señor.

Sin embargo, si el deseo es muy fuerte, es mucho mejor casarse que quemar de pasión. En lugar de abrirse a la posibilidad de caer en fornicación, el creyente soltero que desea casarse debe hacerlo, buscando una pareja adecuada, desde luego. Aquí tenemos que aplicar el principio de no entrar en yugo desigual. Si un
creyente se va a casar, tiene que ser con una pareja creyente también. Ignorar esta regla bíblica nos causará mucho sufrimiento.

Pero el matrimonio no es lo mejor que hay en esta vida. Lo mejor que existe es el amor de Cristo. Hoy en día oímos canciones románticas que nos hablan de un amor eterno entre un hombre y una mujer. No quiero ser un aguafiestas, pero ni siquiera el matrimonio es eterno. Jesús nos enseñó que, en el reino futuro de Dios, no habrá matrimonio. Seremos como los ángeles del cielo.

Cuando estemos en nuestros cuerpos glorificados después del regreso de Cristo, seguramente las parejas casadas se acordarán de su relación anterior, y se querrán. Pero ya no estarán unidos por el matrimonio. Es por esto que, con mucha sabiduría, los votos matrimoniales declaran la fidelidad "hasta que la muerte nos separe". Cuando llega la muerte, el matrimonio deja de existir.

Pero no es así con el amor de Cristo. Si lo conocemos a El, entramos en una relación que realmente es eterna. Si Cristo es nuestro Señor, nuestro Salvador, nuestro Amigo, nunca dejará de serlo. Si somos parte de su esposa, la Iglesia, jamás perderemos esa relación.

Muchas personas piensan que la mejor cosa que existe en este mundo es casarse y tener hijos, porque un día nos moriremos, pero nuestros hijos quedarán. La actitud bíblica responde: "Sí, eso es muy bueno, pero hay algo mejor. Cásate si quieres; haces bien en hacerlo. Pero no te pierdas una relación con Jesucristo."

Si estás casado, invierte esfuerzo en la relación con tu pareja. Cultiva tu jardín. Si eres soltero y quieres casarte, empieza a orar y a buscar una pareja cristiana. Pero no te pierdas lo mejor: ser parte de la novia de Cristo. Comenzamos este mensaje hablando de profesiones para esposos. El mejor Esposo tiene la profesión de carpintero - pero irónicamente, a ese carpintero lo clavaron en una cruz de madera.

El fue voluntariamente a esa cruz por amor a su esposa, la Iglesia. El matrimonio humano es como una flecha que señala hacia algo mucho más grande - el amor de Cristo. ¿Lo conoces? ¿Lo vives? ¿Le has abierto tu corazón?

sábado, 7 de junio de 2014

EL FRACASO O EL ÉXITO, TU DECIDES

Todos los seres humanos nacimos con las potencialidades para vencer. Por supuesto, El pecado que heredamos de Adán, nos llevó a percibir el fracaso como algo previsible. No obstante, al recibir la libertad por la muerte y el sacrificio del Señor Jesús y su resurrección, recobramos de nuevo esas potencialidades.
La derrota ha hecho su nido en el corazón del hombre. No es algo que lo determinen las circunstancias reinantes porque, contrario a lo que podamos pensar, fuimos llamados a sobreponernos a todas las condiciones difíciles.
Por esta razón no está mal afirmar que cada quien determina si se somete al fracaso o se levanta, a pesar de los momentos difíciles que le salgan al paso, y emprende el camino a la victoria.

¿Qué determina el éxito y la victoria?
Al interrogante respecto a qué determina el éxito y la victoria, es necesario ofrecer una respuesta sencilla y práctica: yo diría que es la perseverancia.
Esta disposición a perseverar es fundamental en todas las áreas de nuestra vida.
En cierta ocasión y refiriendo los momentos difíciles que experimentarían sus seguidores al final de los tiempos, el Señor Jesús dijo: "Más el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mateo 24:13).
No se trata de un asunto trivial sino por el contrario, de algo trascendental. Allí se marca la diferencia: renunciamos ante los primeros tropiezos o, por el contrario, seguimos adelante, ascendiendo los escalones hacia la cima del éxito y de la victoria.

Si hemos tomado consciencia de nuestra condición de vencedores en Cristo Jesús, podemos repetir lo que el apóstol Pablo en su carta a los cristianos del primer siglo en Corinto: "Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento" (2 Corintios 2:44).
Observe con cuidado que –quien nos lleva en triunfo—es Cristo Jesús. No somos nosotros en nuestras fuerzas y capacidades, sino Él. ¿Qué hacer entonces? Avanzar tomados de Su mano. Él nos concede la victoria.
Aún así, los problemas no dejarán de emerger. Son propios de la cotidianidad. Pero nosotros estamos llamados a sobreponernos. A asumir el papel protagónico que nos corresponde, en nuestra condición de creyentes. "Si Jesús es más poderoso que el que está en el mundo, yo como su discípulo soy beneficiario directo de Su poder", podemos repetirnos una y otra vez.
El apóstol Pablo sabía que la victoria no era algo instantáneo sino que obedecía a la perseverancia. Bajo éste convencimiento escribió: "Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Filipenses 3:13, 14).
Usted es un vencedor. Convénzase de eso. Piense como ganador. Deje de mirarlo todo alrededor desde el prisma de quien no ha tomado todavía conciencia de lo que es en Cristo Jesús: además de una nueva criatura, alguien llamado a tener la victoria en todo camino que emprende.
La mayoría de las personas que hallamos sumidas en el estancamiento, que jamás progresaron y, por el contrario, viven quejándose a cada paso de que todo les sale mal, es porque no se formaron ni para el presente ni para el futuro.
Sobre esa base, en muchas personas existe un concepto errado de que—para progresar—es necesario ser un aventajado en el campo económico o, tal vez, ser hijo de padres acaudalados.
¡Tremendo error! El Señor Jesús, que marcó el antes y el después de nuestro curso histórico, expresó en cierta ocasión: "Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza" (Mateo 8:20).
Dejó marcada la enorme distancia que hay entre quienes, aún en las Buenas Nuevas buscan enriquecerse y están a la expectativa de una "Teología de la Prosperidad" y quienes siguen a Jesucristo, confiados que Él proveerá no solo lo que necesitamos sino mucho más, abundantemente.
En Dios, estando en el centro mismo de Su voluntad. Él desarrollará su plan en nuestras vidas y podremos llegar mucho más allá de lo que imaginamos. ¡El tiene grandes planes para usted y para mí!
¿Hay obstáculos?
La historia muestra que, permitir que Dios cumpla su propósito en nuestras vidas y nos lleve a la victoria, no depende de nuestra situación social, si tenemos muchos títulos académicos o si tenemos amigos influyentes en la universidad, la iglesia o el trabajo.
Se requiere ante todo una absoluta dependencia de Aquél que todo lo puede. Si vamos tomados de su mano, jamás, léalo bien: jamás iremos en derrota.
Hay un texto corto pero que reviste importancia y cabe tener en cuenta: "Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados" (Isaías 51:1). Debe llevarnos a meditar en dos hechos: el primero, que conforme vamos ascendiendo en el Señor, no podemos olvidar de dónde provenimos, pero también, que si nuestra naturaleza es la de hijos de Dios, estamos llamados a vencer.
¿De dónde proviene nuestra grandeza frente a las dificultades?
Nuestra grandeza, como hijos de Dios, para enfrentar las adversidades, proviene de un carácter formado en Cristo. Es un proceso en el que el Señor trata con nosotros, fortalece las potencialidades y nos ayuda a sobreponernos en las debilidades.
Nuestra naturaleza es la de vencedores. Quizá lo olvidemos con frecuencia, pero si hacemos un alto en el camino, podemos encontrar el camino para seguir avanzando, sin que nada ni nadie pueda detenernos.
¿Está dispuesto a asumir ese reto?
Con frecuencia hallamos personas, por todo el mundo, creyendo en herramientas ocultistas tales como el tarot, el horóscopo, los riegos y múltiples prácticas que—consideran muchas personas—les traerán buena suerte y por ende, les abrirán las puertas del éxito.
Sin embargo, la realidad nos lleva a considerar que si algo contribuye decididamente al éxito personal es el trabajo y que este principio se aplica también al crecimiento espiritual, que gira en torno a la permanencia en las manos del amado Dios de su poder.

Lo fundamental es que se aprovechen bien, tanto el tiempo como las oportunidades.
Dios nos concede múltiples posibilidades que, bien utilizadas, llevan a la realización personal y espiritual, y al éxito. A esto se suma el sacar el mejor partido al tiempo libre, que de paso genera satisfacción en cada uno de nosotros.
Debemos sumar a nuestra existencia dos elementos esenciales que son la tenacidad y la constancia, que nos ayudan a construir el presente y un mejor futuro.
Cuando volvemos sobre las páginas de la Biblia encontramos que Dios llamó a personas ocupadas, no a quienes se mantenían perdiendo el tiempo. Noé, Abraham, Moisés, Gedeón, Jeremías, Ezequiel, Mateo, Juan, Lucas, son entre otros, ejemplos de hombres que tuvieron sus ocupaciones y en medio de tales circunstancias, fueron llamados por el Señor.
Ahora bien, Dios nos llama con un propósito y una misión. Ni usted ni yo existimos por accidente del universo. Por el contrario, desde el momento en que nacemos Dios ya tiene un plan para nuestra existencia. Basta que nos sometamos a Él.
A ésta disposición sumar cada día enormes cantidades de perseverancia porque obviamente, camino al éxito, surgirán dificultades pero no podemos darnos por vencidos ni experimentar un revés en el proceso de ascenso. El desánimo es un instrumento de Satanás. Los cristianos, frente a los aparentes fracasos, miramos oportunidades de salir adelante y mirar más allá de los escollos.
Dios honra la laboriosidad
Es interesante notar que, además de llamar a personas ocupadas, Dios se honra y agrada con nuestra laboriosidad.
¿Recuerda acaso la parábola de los talentos que encontramos en el capítulo 25 de Mateo? Allí hay una clara descripción de alguien que fue laborioso. Le dijo "Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos" (Mateo 25:20).
En cambio hubo quien no produjo nada, tal como lo leemos en los versículos 24 y 25.
Dios nos dio todas las capacidades para vencer. Recordemos que cuando llama a alguien, le da la provisión necesaria para cumplir con la misión.
Así lo apreciamos cuando le hace el llamamiento a Jeremías; él le respondió:"He aquí, no se hablar", e inmediatamente Dios salió al paso al decirle: "He aquí he puesto mis palabras en tu boca" (Jeremías 1:9). Con Moisés, como recordará, ocurrió algo similar.

¿Desea triunfar en la vida y tener crecimiento personal y espiritual? No importa cuán ocupado estés. Dependa de Dios, sobre póngase a la dificultad y adelante.

lunes, 2 de junio de 2014

CUANDO DIOS NO DICE NADA

Ninguna vida es libre de dolor. A veces pensamos que alguien vive sin problemas, pero al conocerlo mejor, descubrimos que también enfrenta la enfermedad, los problemas familiares o la muerte de algún ser querido. El sufrimiento es algo que todos conocemos.

¿Cómo respondemos al sufrimiento? Los que somos creyentes seguramente diríamos que nuestra primera respuesta debe ser la oración. Esto es verdad. Dios nos llama a orar. Pero ¿alguna vez has tenido la experiencia de orar, y no recibir ninguna respuesta? A veces parece que Dios está en silencio frente a nuestros ruegos.

En este día vamos a meditar en el sufrimiento y el silencio de Dios. Abramos juntos la Biblia en el Salmos 22, y leamos los versos 1 al 11, para empezar:

1 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué   estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? 2 Dios mío, clamo de día, y no respondes; Y de noche, y no hay para mí reposo. 3 Pero tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel.
4 En ti esperaron nuestros padres; Esperaron, y tú los libraste. 5 Clamaron a ti, y fueron librados; Confiaron en ti, y no fueron avergonzados. 6 Mas yo soy gusano, y no hombre; Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. 7 Todos los que me ven me escarnecen; Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: 8 Se encomendó a Jehová; líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía.
9 Pero tú eres el que me sacó del vientre; El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre. 10 Sobre ti fui echado desde antes de nacer; Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios. 11 No te alejes de mí, porque la angustia está cerca; Porque No hay quien ayude.

El rey David, autor de este salmo, expresa una conversación consigo mismo, un diálogo interno. ¿Alguna vez te has sentido así? ¿Has estado entre dos opciones, viendo primero una y luego otra? Esta era su situación. Sentía que Dios lo había abandonado.

Al mismo tiempo, se acordaba de las cosas grandes que Dios había hecho en el pasado. Se acordaba de los milagros que Dios había hecho al sacar a su pueblo de Egipto. Se acordaba del maná en el desierto, y las murallas de Jericó. Decía: Con buena razón te alabaron nuestros padres; pero ahora, ¿dónde estás? El clamaba a Dios, pidiéndole socorro. Su voz no se callaba. Él no estaba en silencio, ¡pero Dios sí! David no veía ninguna respuesta a su oración.

Y sin embargo, él seguía clamando. Todo este salmo es una oración, un clamor a Dios. Frente al aparente silencio de Dios, David no dejó de hablarle. Aunque se sentía totalmente abandonado, aunque parecía que Dios lo ignoraba por completo, David no dejaba de orar.

Es en estos momentos que la oración se vuelve más auténtica. Llevemos esto en nuestro corazón: frente al dolor y el silencio de Dios, tenemos que seguirle hablando. No podemos conformarnos con pedirle ayuda una vez a Dios, y darle la espalda cuando parece que no responde.

Es en estos momentos que nuestra fe se fortalece, pero sólo si no dejamos de buscar a Dios. Hay algo que a veces no comprendemos. Podemos expresarle con sinceridad a Dios nuestros sentimientos. ¿Habrá sido cierto que Dios había abandonado a David en este momento? ¿Sería verdad que estaba lejos de él? No, no era cierto; pero era lo que David sentía, y también sentía la confianza de expresarle a Dios sus sentimientos.

No tengas miedo de expresarle a Dios lo que sientes. En los momentos de dolor, el error que cometemos es dejarle de hablar, porque no queremos ofenderle. Este salmo nos enseña que no debemos dejar de hablar con Dios, sino que podemos sentir la libertad de expresarle nuestros sentimientos.

Sigamos leyendo ahora los versos 12 al 21:

12 Me han rodeado muchos toros; Fuertes toros de Basán me han Cercado. 13 Abrieron sobre mí su boca Como león rapaz y rugiente. 14 He sido derramado como aguas, Y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, Derritiéndose en medio de mis entrañas. 15 Como un tiesto se secó mi vigor, Y mi lengua se pegó a mi paladar, Y me has puesto en el polvo de la muerte.
16 Porque perros me han rodeado; Me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies. 17 Contar puedo todos mis huesos; Entre tanto, ellos me miran y me observan. 18 Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes. 19 Mas tú, Jehová, no te alejes; Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme. 20 Libra de la espada mi alma, Del poder del perro mi vida. 21 Sálvame de la boca del león, Y líbrame de los cuernos de los búfalos

Si hemos llegado al punto de desesperación que enfrentaba David, podemos comprender sus palabras. Nuestros problemas y nuestros enemigos son como fuertes toros, bien alimentados, que nos amenazan con sus cuernos y nos dejan sin escapatoria.

Como leones, rugen y abren la boca para mostrarnos sus colmillos. El temor nos quita toda fuerza; es como si nuestro corazón se derritiera. No podemos responder a los ataques. Por la preocupación y la aflicción, hemos enflaquecido tanto que podemos contar nuestros huesos. En lugar de compadecerse, la gente se burla y se aprovecha de nuestra situación.

Si hemos llegado al colmo del dolor y hemos sentido el silencio de Dios, podemos entender las palabras de David. Las hemos vivido. Pero aun en medio del dolor, él sabe que Dios lo está llamando a confiar en Él. Es por esto que no le deja de hablar; aunque se siente totalmente abandonado y desahuciado, viene a su memoria también la verdad que ha conocido de Dios.

Ya hemos visto que recuerda las grandes obras de Dios en el pasado. También se acuerda de su historia personal con Dios. Los versos 9 al 11 describen su conciencia de haber sido formado por Dios, de haber sido cuidado por El desde su niñez. Si Dios ha tenido propósitos para tu vida desde que eras pequeño, Él no te abandonará ahora.

También en los versos 19 al 21 expresa su confianza en Dios. Después de describir completamente sus sufrimientos, respira profundo y declara su esperanza en el Señor. Cuando te encuentras en el dolor y has llorado y te has desahogado, llega ese momento en el que te rindes y le dices al Señor: No sé qué va a pasar, pero espero en ti. David llegó a ese punto, y su fe se afirmó.

Leamos los versos 22 al 31 para ver hasta dónde llega a confiar en el Señor.

22 Anunciaré tu nombre a mis hermanos; En medio de la congregación te alabaré. 23 Los que teméis a Jehová, alabadle; Glorificadle, descendencia toda de Jacob, Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel. 24 Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, Ni de él escondió su rostro; Sino que cuando clamó a él, le oyó. 25 De ti será mi alabanza en la gran congregación; Mis votos pagaré delante de los que le temen. 26 Comerán los humildes, y serán saciados; Alabarán a Jehová los que le buscan; Vivirá vuestro corazón para siempre. 27 Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. 28 Porque de Jehová es el reino, Y él regirá las naciones. 29 Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra; Se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo, Aun el que no puede conservar la vida a su propia alma. 30 La posteridad le servirá; Esto será contado de Jehová hasta la postrera generación. 31 Vendrán, y anunciarán su justicia; A pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto.

Cuando confiamos en el Señor, podemos tener la seguridad de que le alabaremos, porque El no ignora nuestros sufrimientos. Podemos estar seguros también de que su gloria alcanzará a todas las naciones. Podemos incluso saber que generaciones futuras lo alabarán, porque Él siempre es fiel.

La segunda cosa importante que quiero que nos llevemos de este salmo es lo siguiente: Dios nos llama a confiar en Él. Aun en medio de la desesperación, después de expresarle al Señor nuestros sentimientos, ¡recordemos con quién estamos hablando! Aunque nuestra fe sea tenue, sigamos confiando en el Señor.

Hasta aquí, hemos visto en este salmo un ejemplo a seguir. David, como nosotros, sufrió por sí mismo. Cuando nosotros sufrimos, podemos aprender de él. Sin embargo, este salmo también habla del sufrimiento de Otro. Este no sufrió por sí mismo, sino que sufrió por nosotros.

Cuando Jesús colgaba en la cruz, El citó el primer verso de este salmo. Dijo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46).

Es importante comprender algo. En los días de Jesús, los salmos y otras obras de la literatura muchas veces se conocían por su primera frase. Por lo tanto, cuando Jesús cita el primer verso de este salmo, Él se refiere al salmo entero.

De esta manera, todo este salmo se convierte en una profecía de la obra salvadora de Jesús. Él fue separado del Padre, el Dios que hizo grandes obras para liberación de su pueblo. ¡Lo increíble es que, con esta separación, Él logró la mayor liberación! Clamó al Padre, separado de El por nuestro pecado, y la única respuesta fue el silencio.

Si recorremos el salmo, nos damos cuenta de las formas en que concuerda perfectamente con la experiencia de Jesucristo. La gente se burlaba de Él y de su confianza en el Señor, como lo registran los versos 6 al 8. Sin embargo,  El - como nadie más - había sido dedicado a Dios desde el vientre de su madre, como lo dicen los versos 9 y 10.

Los versos 12 al 18 describen la muerte en la cruz: los fuertes soldados que rodearon a Jesús y lo clavaron en la cruz, el cansancio y la sed que vienen de colgar bajo el sol abrasador, el hecho de que ninguno de sus huesos fue quebrado y los podía contar todos, la gente que lo miraba, ¡hasta la manera en que echaron suertes sobre su ropa!

Y aun así, Cristo expresó su confianza en el Señor, tal como lo dicen los versos 19 al 21. Cuando murió, dijo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23:46). Aunque se sentía abandonado por el Padre, y aunque el pecado nuestro que El cargaba en ese momento lo separaba del Padre, Él sabía que esto no sería el final de la historia.

¡Así fue! El proclamó el nombre del Señor a sus hermanos, los discípulos, como lo declara el verso 22. Por la predicación de su evangelio, todos los confines de la tierra se vuelven al Señor, como lo declara el verso 27. Muchas generaciones han llegado a creer en el Señor gracias a Él, como lo declaran los versos 30 y 31.

En todo esto vemos que Dios vino a nosotros para redimirnos por medio de su sufrimiento. Jesús, el Hijo de Dios, bebió el trago más amargo del sufrimiento hasta la última gota, y lo hizo para que nosotros pudiéramos tener esperanza. Frente a nuestro sufrimiento, podemos tener esperanza porque Él nos ha rescatado para una vida mejor.

No servimos a un Dios que se ha mantenido lejos de nuestro sufrimiento, un Dios que realmente está en silencio. Servimos a un Dios que se hizo uno de nosotros, y que sufrió en carne propia en la persona de su Hijo el silencio de la muerte. Todo esto fue para que nosotros pudiéramos tener vida y escuchar su voz romper el silencio de nuestra soledad.

La respuesta final a nuestro sufrimiento es Jesucristo. No  porque Él lo explica, sino porque Él lo comparte. Al compartir nuestro sufrimiento, nos ofrece una vida mejor. Por esto, si tú en este día  enfrentas el aparente silencio de Dios, no dejes de mirar hacia Jesucristo. Él es la Palabra de Dios que rompe el silencio.