Todos los seres humanos nacimos con las potencialidades para vencer. Por
supuesto, El pecado que heredamos de Adán, nos llevó a percibir el fracaso
como algo previsible. No obstante, al recibir la libertad por la muerte y el sacrificio del Señor Jesús y su resurrección, recobramos de nuevo esas potencialidades.
La derrota ha hecho su nido en el corazón del hombre. No es algo que lo determinen
las circunstancias reinantes porque, contrario a lo que podamos pensar,
fuimos llamados a sobreponernos a todas las condiciones difíciles.
Por esta razón no está mal afirmar que cada quien determina si se somete
al fracaso o se levanta, a pesar de los momentos difíciles que le salgan al
paso, y emprende el camino a la victoria.
¿Qué determina el éxito y la victoria?
Al interrogante respecto a qué determina el éxito y la victoria, es
necesario ofrecer una respuesta sencilla y práctica: yo diría que es la perseverancia.
Esta disposición a perseverar es fundamental en todas las áreas de
nuestra vida.
En cierta ocasión y refiriendo los momentos difíciles que
experimentarían sus seguidores al final de los tiempos, el Señor Jesús dijo: "Más
el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mateo 24:13).
No se trata de un asunto trivial sino por el contrario, de algo
trascendental. Allí se marca la diferencia: renunciamos ante los primeros
tropiezos o, por el contrario, seguimos adelante, ascendiendo los escalones
hacia la cima del éxito y de la victoria.
Si hemos tomado consciencia de nuestra condición de vencedores en Cristo
Jesús, podemos repetir lo que el apóstol Pablo en su carta a los cristianos del
primer siglo en Corinto: "Mas a Dios gracias, el cual nos lleva
siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo
lugar el olor de su conocimiento" (2 Corintios 2:44).
Observe con cuidado que –quien nos lleva en triunfo—es Cristo Jesús. No
somos nosotros en nuestras fuerzas y capacidades, sino Él. ¿Qué hacer entonces?
Avanzar tomados de Su mano. Él nos concede la victoria.
Aún así, los problemas no dejarán de emerger. Son propios de la
cotidianidad. Pero nosotros estamos llamados a sobreponernos. A asumir el papel
protagónico que nos corresponde, en nuestra condición de creyentes. "Si
Jesús es más poderoso que el que está en el mundo, yo como su discípulo soy
beneficiario directo de Su poder", podemos repetirnos una y otra vez.
El apóstol Pablo sabía que la victoria no era algo instantáneo sino que
obedecía a la perseverancia. Bajo éste convencimiento escribió: "Hermanos,
yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando
ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo
a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús"
(Filipenses 3:13, 14).
Usted es un vencedor. Convénzase de eso. Piense como ganador. Deje de
mirarlo todo alrededor desde el prisma de quien no ha tomado todavía conciencia
de lo que es en Cristo Jesús: además de una nueva criatura, alguien llamado a
tener la victoria en todo camino que emprende.
La mayoría de las personas que hallamos sumidas en el estancamiento, que
jamás progresaron y, por el contrario, viven quejándose a cada paso de que todo
les sale mal, es porque no se formaron ni para el presente ni para el futuro.
Sobre esa base, en muchas personas existe un concepto errado de que—para
progresar—es necesario ser un aventajado en el campo económico o, tal vez, ser
hijo de padres acaudalados.
¡Tremendo error! El Señor Jesús, que marcó el antes y el después de
nuestro curso histórico, expresó en cierta ocasión: "Las zorras
tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene
dónde recostar su cabeza" (Mateo 8:20).
Dejó marcada la enorme distancia que hay entre quienes, aún en las
Buenas Nuevas buscan enriquecerse y están a la expectativa de una
"Teología de la Prosperidad" y quienes siguen a Jesucristo, confiados
que Él proveerá no solo lo que necesitamos sino mucho más, abundantemente.
En Dios, estando en el centro mismo de Su voluntad. Él desarrollará su
plan en nuestras vidas y podremos llegar mucho más allá de lo que imaginamos.
¡El tiene grandes planes para usted y para mí!
¿Hay obstáculos?
La historia muestra que, permitir que Dios cumpla su propósito en
nuestras vidas y nos lleve a la victoria, no depende de nuestra situación
social, si tenemos muchos títulos académicos o si tenemos amigos influyentes en
la universidad, la iglesia o el trabajo.
Se requiere ante todo una absoluta dependencia de Aquél que todo lo
puede. Si vamos tomados de su mano, jamás, léalo bien: jamás iremos en derrota.
Hay un texto corto pero que reviste importancia y cabe tener en cuenta: "Mirad
a la piedra de donde fuisteis cortados" (Isaías 51:1). Debe
llevarnos a meditar en dos hechos: el primero, que conforme vamos ascendiendo
en el Señor, no podemos olvidar de dónde provenimos, pero también, que si
nuestra naturaleza es la de hijos de Dios, estamos llamados a vencer.
¿De dónde proviene nuestra grandeza frente a las dificultades?
Nuestra grandeza, como hijos de Dios, para enfrentar las adversidades,
proviene de un carácter formado en Cristo. Es un proceso en el que el Señor
trata con nosotros, fortalece las potencialidades y nos ayuda a sobreponernos
en las debilidades.
Nuestra naturaleza es la de vencedores. Quizá lo olvidemos con
frecuencia, pero si hacemos un alto en el camino, podemos encontrar el camino
para seguir avanzando, sin que nada ni nadie pueda detenernos.
¿Está dispuesto a asumir ese
reto?
Con frecuencia
hallamos personas, por todo el mundo, creyendo en herramientas ocultistas tales como el tarot, el horóscopo, los
riegos y múltiples prácticas que—consideran muchas personas—les traerán buena
suerte y por ende, les abrirán las puertas del éxito.
Sin embargo,
la realidad nos lleva a considerar que si algo contribuye decididamente al
éxito personal es el trabajo y que este principio se aplica también al
crecimiento espiritual, que gira en torno a la permanencia en las manos del
amado Dios de su poder.
Lo fundamental
es que se aprovechen bien, tanto el tiempo como las oportunidades.
Dios nos
concede múltiples posibilidades que, bien utilizadas, llevan a la realización
personal y espiritual, y al éxito. A esto se suma el sacar el mejor partido al
tiempo libre, que de paso genera satisfacción en cada uno de nosotros.
Debemos sumar
a nuestra existencia dos elementos esenciales que son la tenacidad y la
constancia, que nos ayudan a construir el presente y un mejor futuro.
Cuando
volvemos sobre las páginas de la Biblia encontramos que Dios llamó a personas
ocupadas, no a quienes se mantenían perdiendo el tiempo. Noé, Abraham, Moisés,
Gedeón, Jeremías, Ezequiel, Mateo, Juan, Lucas, son entre otros, ejemplos de
hombres que tuvieron sus ocupaciones y en medio de tales circunstancias, fueron
llamados por el Señor.
Ahora bien,
Dios nos llama con un propósito y una misión. Ni usted ni yo existimos por
accidente del universo. Por el contrario, desde el momento en que nacemos Dios
ya tiene un plan para nuestra existencia. Basta que nos sometamos a Él.
A ésta
disposición sumar cada día enormes cantidades de perseverancia porque
obviamente, camino al éxito, surgirán dificultades pero no podemos darnos por
vencidos ni experimentar un revés en el proceso de ascenso. El desánimo es un
instrumento de Satanás. Los cristianos, frente a los aparentes fracasos,
miramos oportunidades de salir adelante y mirar más allá de los escollos.
Dios honra la laboriosidad
Es interesante
notar que, además de llamar a personas ocupadas, Dios se honra y agrada con
nuestra laboriosidad.
¿Recuerda
acaso la parábola de los talentos que encontramos en el capítulo 25 de Mateo?
Allí hay una clara descripción de alguien que fue laborioso. Le dijo
"Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco
talentos sobre ellos" (Mateo 25:20).
En cambio hubo
quien no produjo nada, tal como lo leemos en los versículos 24 y 25.
Dios nos dio
todas las capacidades para vencer. Recordemos que cuando llama a alguien, le da
la provisión necesaria para cumplir con la misión.
Así lo
apreciamos cuando le hace el llamamiento a Jeremías; él le respondió:"He
aquí, no se hablar", e inmediatamente Dios salió al paso al
decirle: "He aquí he puesto mis palabras en tu boca" (Jeremías
1:9). Con Moisés, como recordará, ocurrió algo similar.
¿Desea
triunfar en la vida y tener crecimiento personal y espiritual? No importa cuán
ocupado estés. Dependa de Dios, sobre póngase a la dificultad y adelante.
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