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jueves, 7 de mayo de 2015

CRISTO TERAPIA PARA SANAR TÚ AUTO-ESTIMA

Quiero dedicar este tema a aquellas personas que viven una vida con un constante sentimiento de inseguridad y dependencia de otros, debido a su baja autoestima.  Existe una cura permanente para este mal espiritual que aqueja a tantos  hoy en día y yo le he llamado Cristo terapia.

    Algunos años atrás, le preguntaron a un clava-dista muy famoso cómo manejaba la presión de los concursos internacionales en los que participaba. El respondió que, al subirse al trampolín, respiraba profundo y se recordaba a sí mismo estas frases: "Aunque fracase por completo en este clavado, mi madre me seguirá amando." Aquel atleta había descubierto un secreto muy importante para el éxito. 

Nuestro valor no depende de lo que logramos, sino de que somos amados. Qué bueno es recordar, como creyentes: "Aunque fracase por completo, mi Padre celestial me seguirá amando". Esto nos puede liberar de la presión de pensar que Dios sólo nos amará si somos exitosos. Hay gran libertad en saber que somos amados incondicionalmente.

Hoy en día, se habla mucho de la autoestima y del amor propio. Nos hemos dado cuenta de lo importante que es lo que pensamos de nosotros mismos, pues afecta nuestro comportamiento y lo que podemos lograr en la vida. Una Iglesia incluso decidió formar un grupo de apoyo para personas que sufrían de baja autoestima. Lastimosamente, el anuncio que se publicó en el boletín informativo presentaba un mensaje contradictorio. Decía: "El grupo de apoyo para los que sufren de baja autoestima se reunirá el jueves de 7:00 a 8:30 p.m. Favor de entrar por la puerta de atrás."

¿Qué dice la Biblia acerca de los temas de la autoestima y el amor propio? 

Tiene mucho que decirnos, en realidad. Vamos a considerar, primeramente, esta pregunta: "¿Debo amarme a mí mismo?" Algunas personas te dirán que no. Te dirán que la humildad cristiana consiste en pensar mal de ti mismo, en considerarte la basura de la tierra. ¿Será esto cierto? ¿Querrá Dios que pensemos mal de nosotros mismos?

Comenzaremos leyendo en Mateo 22:37-39:

37 Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el primero y grande mandamiento. 39 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

En estos versículos, Jesús nos enseña que todo lo que Dios quiere de nosotros se puede resumir con dos sencillas ideas: que lo amemos a Él por encima de todas las cosas, y que amemos a otros en la misma medida que nos amamos a nosotros mismos. Aquí descubrimos dos cosas muy importantes acerca del amor propio.

En primer lugar, el amor a nosotros mismos no es el amor más importante. En el corazón de cada persona hay un trono, y alguien está sentado en ese trono, reinando sobre su vida. Para muchos, esa persona es el yo. Ellos mismos están al centro de su propio universo. La raíz del pecado es querer usurpar el lugar de Dios.

Jesús nos enseña que esto no está bien. Tenemos que bajarnos del trono de nuestra vida y dejar que Dios ocupe el lugar que El se merece. De otro modo, si nosotros mismos queremos reinar, todo quedará fuera de lugar.

La segunda cosa que descubrimos es el lugar correcto del amor propio. Jesús nos dice que amemos al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Algunos han tomado estas palabras y han sacado la idea de que tenemos que aprender a amarnos a nosotros mismos antes de poder amar al prójimo. En otras palabras, debemos esforzarnos por sentirnos bien acerca de nosotros mismos y pensar en lo maravillosos que somos, hasta que logremos una buena autoestima - y sólo entonces podremos pensar en empezar a amar a los demás. Pero esto es tergiversar las palabras de Jesús. El supone que nos amamos. En otras palabras, lo normal para el ser humano es amarse a sí mismo. No debemos esperar para amar a los demás, como si tuviéramos que llegar a cierto nivel de amor propio para poder amarlos.

Lo que sí podemos sacar de estas palabras acerca del amor propio es que no está mal amarnos a nosotros mismos. No debemos odiarnos a nosotros mismos. Y puede ser que, por tu crianza o por cosas de la vida, realmente sientas que no tienes valor. Puede ser que te consideres inútil, despreciable e indigno de ser amado.

Presta atencion a lo que Dios dice de ti. Te dice que El te formó en el vientre de tu madre. Antes de que nacieras, ya tenía tus días escritos en su libro. Dice que recoge tus lágrimas en su redoma. Fuiste creado a su imagen. El modelo que Dios usó para diseñar te fue El mismo. Te ama tanto que Jesús dio su vida por ti en la cruz. No importa si eres joven o viejo, alto o chaparro, rico o pobre, tú tienes valor. Dios tiene un plan único para tu vida. El no cometió ningún error al crearte. Aun cuando has fallado, El no te ha dejado de amar. Sólo espera a que te arrepientas para recibirte con los brazos abiertos.

Si Dios te ama tanto, puedes amarte a ti mismo. Debes cuidarte. Dice Efesios 5:29
"Pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo hace con la iglesia". 

Una persona sana se cuida y vela por su propio bienestar. Esto indica un nivel correcto de amor propio, de apreciar el regalo del cuerpo que Dios nos ha dado. Por supuesto, habrá momentos en los que nos sacrificaremos por el bienestar de otros. Muchos padres sacrifican el sueño cuando sus hijos son pequeños. Otros se sacrifican por rescatar a alguien que está en peligro. Pero entiende bien esto: el amor no consiste en sacrificarnos porque nuestro bienestar no tiene valor, sino más consiste en sacrificar algo valioso - descanso, salud, hasta la vida misma - por algo más valioso.

Existe, entonces, uno amor propio que es saludable y correcto para el creyente. ¿Cómo te consideras a ti mismo? ¿Te das cuenta de que eres amado? ¿Te das cuenta de que Dios le ha dado valor a tu vida? Quizás alguien te haya dicho que no vales nada, que no sirves para nada, que nunca serás nada. En el nombre de Jesús, rechaza esas mentiras.

Pero también existe un amor propio que es enfermizo. Una vida centrada en mí mismo resulta vacía. Alguien ha dicho que el paquete más pequeño del mundo es un hombre envuelto en sí mismo. Cuando nuestra vida gira en torno a nosotros mismos – cuando vivimos solamente tratando de satisfacer nuestros deseos - pierde su sentido. Cada planeta necesita un sol para girar alrededor de él. Un planeta sin sol se pierde en el vacío del espacio sideral.

¿Cómo puedo tener una vida de significado? La verdadera satisfacción viene de vivir para algo más allá de mí mismo. Jesús nos muestra el sol alrededor del cual nuestra vida debe girar en Lucas 9:24, cuando dice: 
"Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará".

Si vivimos solamente para nosotros mismos, pensando solamente en lo que nosotros queremos, en lo que se nos antoja, en nuestros gustos, terminaremos perdiendo la vida. Sólo tenemos unas cuantas décadas para vivir sobre este planeta. Si las gastamos en distraernos, nos quedaremos al final con las manos vacías. Habremos perdido la vida.

En cambio, si invertimos nuestra vida en buscar a Cristo, en seguir le a El, en confiar en El y conocerle, en hacer su voluntad y amar a los demás, descubriremos una gran ironía. Al perder la vida - según la perspectiva del mundo - la habremos ganado. Tendremos una vida de gozo y satisfacción ahora, y una vida eterna en el más allá.

El ejemplo de esto lo vemos en el apóstol Pablo. El dijo lo siguiente en Gálatas 2:20: 
"He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí".

El apóstol Pablo no perdió su propia identidad. El seguía viviendo en su cuerpo, consciente del amor de Cristo por él. El valor y la aceptación que descubrió en Cristo fue precisamente lo que le permitió abandonar cualquier intento por vivir su vida de manera egoísta y dejar su viejo yo clavado en la cruz. No perdió su identidad, sino que encontró su verdadera identidad en Cristo y en vivir para El.

Si alguien te preguntara quién eres, ¿cómo le responderías? Quizás le contarías de dónde eres, a qué te dedicas, si estás casado o no, a qué equipo de fútbol le vas. Estas cosas, por más importantes que sean, no definen lo que eres. Si tú eres creyente, eres un hijo de Dios. Eres seguidor de Jesucristo. Le has entregado tu vida a El, y has recibido su vida a cambio.

¿De dónde vine? ¿Quién soy? La respuesta verdadera a estas preguntas sólo la encontramos en Jesucristo. Sólo cuando levantamos nuestra mirada de nosotros mismos y lo vemos a El, en su amor, su majestad y su gloria, podemos tener una vida de significado y satisfacción.

¿Conoces a Cristo? ¿Le has entregado tu vida a cambio de la suya? ¿Puedes decir realmente que vives por El? En Cristo está la vida verdadera. Ven a El hoy.