Quiero
dedicar este tema a aquellas personas que viven una vida con un constante
sentimiento de inseguridad y dependencia de otros, debido a su baja
autoestima. Existe una cura permanente
para este mal espiritual que aqueja a tantos hoy en día y yo le he
llamado Cristo terapia.
Algunos años atrás, le preguntaron a un clava-dista muy famoso cómo manejaba la presión de los concursos internacionales
en los que participaba. El respondió que, al subirse al trampolín, respiraba
profundo y se recordaba a sí mismo estas frases: "Aunque fracase por
completo en este clavado, mi madre me seguirá amando." Aquel atleta había descubierto un secreto muy
importante para el éxito.
Nuestro valor no depende de lo que logramos, sino de que somos amados. Qué bueno es recordar, como creyentes: "Aunque fracase por completo, mi Padre celestial me seguirá amando". Esto nos puede liberar de la presión de pensar que Dios sólo nos amará si somos exitosos. Hay gran libertad en saber que somos amados incondicionalmente.
Nuestro valor no depende de lo que logramos, sino de que somos amados. Qué bueno es recordar, como creyentes: "Aunque fracase por completo, mi Padre celestial me seguirá amando". Esto nos puede liberar de la presión de pensar que Dios sólo nos amará si somos exitosos. Hay gran libertad en saber que somos amados incondicionalmente.
Hoy en día, se habla mucho de la autoestima y
del amor propio. Nos hemos dado cuenta de lo importante que es lo que pensamos
de nosotros mismos, pues afecta nuestro comportamiento y lo que podemos lograr
en la vida. Una Iglesia incluso decidió formar un grupo de apoyo para personas
que sufrían de baja autoestima. Lastimosamente, el anuncio que se publicó en
el boletín informativo presentaba un mensaje contradictorio. Decía: "El grupo
de apoyo para los que sufren de baja autoestima se reunirá el jueves de 7:00 a
8:30 p.m. Favor de entrar por la puerta de atrás."
¿Qué dice la Biblia acerca de los temas de la
autoestima y el amor propio?
Tiene mucho que decirnos, en realidad. Vamos a considerar, primeramente, esta pregunta: "¿Debo amarme a mí mismo?" Algunas personas te dirán que no. Te dirán que la humildad cristiana consiste en pensar mal de ti mismo, en considerarte la basura de la tierra. ¿Será esto cierto? ¿Querrá Dios que pensemos mal de nosotros mismos?
Tiene mucho que decirnos, en realidad. Vamos a considerar, primeramente, esta pregunta: "¿Debo amarme a mí mismo?" Algunas personas te dirán que no. Te dirán que la humildad cristiana consiste en pensar mal de ti mismo, en considerarte la basura de la tierra. ¿Será esto cierto? ¿Querrá Dios que pensemos mal de nosotros mismos?
Comenzaremos leyendo en Mateo 22:37-39:
37 Jesús le dijo: Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38
Este es el primero y grande mandamiento. 39 Y el segundo es semejante: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo.
En estos versículos, Jesús nos enseña que
todo lo que Dios quiere de nosotros se puede resumir con dos sencillas ideas:
que lo amemos a Él por encima de todas las cosas, y que amemos a otros en la
misma medida que nos amamos a nosotros mismos. Aquí descubrimos dos cosas muy importantes
acerca del amor propio.
En primer lugar, el amor a nosotros mismos no es el amor más importante. En el corazón de cada persona hay un trono, y alguien está sentado en ese trono, reinando sobre su vida. Para muchos, esa persona es el yo. Ellos mismos están al centro de su propio universo. La raíz del pecado es querer usurpar el lugar de Dios.
En primer lugar, el amor a nosotros mismos no es el amor más importante. En el corazón de cada persona hay un trono, y alguien está sentado en ese trono, reinando sobre su vida. Para muchos, esa persona es el yo. Ellos mismos están al centro de su propio universo. La raíz del pecado es querer usurpar el lugar de Dios.
Jesús nos enseña que esto no está bien.
Tenemos que bajarnos del trono de nuestra vida y dejar que Dios ocupe el lugar
que El se merece. De otro modo, si nosotros mismos queremos reinar, todo
quedará fuera de lugar.
La segunda cosa que descubrimos es el lugar
correcto del amor propio. Jesús nos dice que amemos al prójimo como nos amamos
a nosotros mismos. Algunos han tomado estas palabras y han sacado la idea de
que tenemos que aprender a amarnos a nosotros mismos antes de poder amar al
prójimo. En otras palabras, debemos esforzarnos por sentirnos bien acerca de
nosotros mismos y pensar en lo maravillosos que somos, hasta que logremos una buena
autoestima - y sólo entonces podremos pensar en empezar a amar a los demás. Pero esto es tergiversar las palabras de
Jesús. El supone que nos amamos. En otras palabras, lo normal para el ser
humano es amarse a sí mismo. No debemos esperar para amar a los demás, como si
tuviéramos que llegar a cierto nivel de amor propio para poder amarlos.
Lo que sí podemos sacar de estas palabras
acerca del amor propio es que no está mal amarnos a nosotros mismos. No debemos
odiarnos a nosotros mismos. Y puede ser que, por tu crianza o por cosas de la
vida, realmente sientas que no tienes valor. Puede ser que te consideres inútil,
despreciable e indigno de ser amado.
Presta atencion a lo que Dios dice de ti. Te dice que
El te formó en el vientre de tu madre. Antes de que nacieras, ya tenía tus días
escritos en su libro. Dice que recoge tus lágrimas en su redoma. Fuiste creado
a su imagen. El modelo que Dios usó para diseñar te fue El mismo. Te ama tanto
que Jesús dio su vida por ti en la cruz. No importa si eres joven o viejo, alto o
chaparro, rico o pobre, tú tienes valor. Dios tiene un plan único para tu vida.
El no cometió ningún error al crearte. Aun cuando has fallado, El no te ha
dejado de amar. Sólo espera a que te arrepientas para recibirte con los brazos
abiertos.
Si Dios te ama tanto, puedes amarte a ti
mismo. Debes cuidarte. Dice Efesios 5:29:
"Pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo hace con la iglesia".
Una persona sana se cuida y vela por su propio bienestar. Esto indica un nivel correcto de amor propio, de apreciar el regalo del cuerpo que Dios nos ha dado. Por supuesto, habrá momentos en los que nos sacrificaremos por el bienestar de otros. Muchos padres sacrifican el sueño cuando sus hijos son pequeños. Otros se sacrifican por rescatar a alguien que está en peligro. Pero entiende bien esto: el amor no consiste en sacrificarnos porque nuestro bienestar no tiene valor, sino más consiste en sacrificar algo valioso - descanso, salud, hasta la vida misma - por algo más valioso.
"Pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo hace con la iglesia".
Una persona sana se cuida y vela por su propio bienestar. Esto indica un nivel correcto de amor propio, de apreciar el regalo del cuerpo que Dios nos ha dado. Por supuesto, habrá momentos en los que nos sacrificaremos por el bienestar de otros. Muchos padres sacrifican el sueño cuando sus hijos son pequeños. Otros se sacrifican por rescatar a alguien que está en peligro. Pero entiende bien esto: el amor no consiste en sacrificarnos porque nuestro bienestar no tiene valor, sino más consiste en sacrificar algo valioso - descanso, salud, hasta la vida misma - por algo más valioso.
Existe, entonces, uno amor propio que es
saludable y correcto para el creyente. ¿Cómo te consideras a ti mismo? ¿Te das
cuenta de que eres amado? ¿Te das cuenta de que Dios le ha dado valor a tu
vida? Quizás alguien te haya dicho que no vales nada, que no sirves para nada,
que nunca serás nada. En el nombre de Jesús, rechaza esas mentiras.
Pero también existe un amor propio que es
enfermizo. Una vida centrada en mí mismo resulta vacía. Alguien ha dicho que el
paquete más pequeño del mundo es un hombre envuelto en sí mismo. Cuando nuestra
vida gira en torno a nosotros mismos – cuando vivimos solamente tratando de
satisfacer nuestros deseos - pierde su sentido. Cada planeta necesita un sol
para girar alrededor de él. Un planeta sin sol se pierde en el vacío del
espacio sideral.
¿Cómo puedo tener una vida de significado? La
verdadera satisfacción viene de vivir para algo más allá de mí mismo. Jesús nos
muestra el sol alrededor del cual nuestra vida debe girar en Lucas 9:24, cuando
dice:
"Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará".
"Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará".
Si vivimos solamente para nosotros mismos,
pensando solamente en lo que nosotros queremos, en lo que se nos antoja, en
nuestros gustos, terminaremos perdiendo la vida. Sólo tenemos unas cuantas
décadas para vivir sobre este planeta. Si las gastamos en distraernos, nos quedaremos
al final con las manos vacías. Habremos perdido la vida.
En cambio, si invertimos nuestra vida en
buscar a Cristo, en seguir le a El, en confiar en El y conocerle, en hacer su voluntad
y amar a los demás, descubriremos una gran ironía. Al perder la vida - según la
perspectiva del mundo - la habremos ganado. Tendremos una vida de gozo y
satisfacción ahora, y una vida eterna en el más allá.
El ejemplo de esto lo vemos en el apóstol
Pablo. El dijo lo siguiente en Gálatas 2:20:
"He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí".
"He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí".
El apóstol Pablo no perdió su propia
identidad. El seguía viviendo en su cuerpo, consciente del amor de Cristo por
él. El valor y la aceptación que descubrió en Cristo fue precisamente lo que le
permitió abandonar cualquier intento por vivir su vida de manera egoísta y
dejar su viejo yo clavado en la cruz. No perdió su identidad, sino que encontró
su verdadera identidad en Cristo y en vivir para El.
Si alguien te preguntara quién eres, ¿cómo le
responderías? Quizás le contarías de dónde eres, a qué te dedicas, si estás casado
o no, a qué equipo de fútbol le vas. Estas cosas, por más importantes que sean,
no definen lo que eres. Si tú eres creyente, eres un hijo de Dios. Eres
seguidor de Jesucristo. Le has entregado tu vida a El, y has recibido su vida a
cambio.
¿De dónde vine? ¿Quién soy? La respuesta
verdadera a estas preguntas sólo la encontramos en Jesucristo. Sólo cuando levantamos
nuestra mirada de nosotros mismos y lo vemos a El, en su amor, su majestad y su
gloria, podemos tener una vida de significado y satisfacción.
¿Conoces a Cristo? ¿Le has entregado tu vida
a cambio de la suya? ¿Puedes decir realmente que vives por El? En Cristo está la
vida verdadera. Ven a El hoy.