No se si usted ha notado que vivimos en un mundo de cosas descartables. En lugar de usar botellas de vidrio retornables, las bebidas se venden en latas y botellas descartables. En lugar de servir la comida en platos que se pueden reusar, los restaurantes usan cubiertos desechables. Algunos años atrás, una compañía trató de vender ropa desechable - hecha de papel. Nunca se hizo muy popular; entre otras cosas, me imagino que sería un poco preocupante salir en días lluviosos vestido en ropa de papel.
En este mundo, mucho es descartable. En realidad, parece que hasta las personas son descartables. Si un amigo nos falla, lo desechamos y buscamos otro. Si un empleado comete un error, pronto lo corren de la empresa. El mundo trata a la gente como trata una botella de agua - los usa y los desecha.
Dios no es así. Para Dios, la gente no es descartable. Tú no eres desechable. Jesucristo vino a este mundo precisamente para rescatar y restaurar lo que se había perdido. Aunque le hayas fallado, El quiere restaurarte - si tú te acercas a El y le
permites que haga su obra en ti.
En este mundo, mucho es descartable. En realidad, parece que hasta las personas son descartables. Si un amigo nos falla, lo desechamos y buscamos otro. Si un empleado comete un error, pronto lo corren de la empresa. El mundo trata a la gente como trata una botella de agua - los usa y los desecha.
Dios no es así. Para Dios, la gente no es descartable. Tú no eres desechable. Jesucristo vino a este mundo precisamente para rescatar y restaurar lo que se había perdido. Aunque le hayas fallado, El quiere restaurarte - si tú te acercas a El y le
permites que haga su obra en ti.
Hoy veremos cómo fue restaurado uno de los seguidores de Jesús y cómo El puede restaurarnos a nosotros también.
Volvamos, por un momento, a las últimas horas antes de la crucifixión de Jesús. Dos de sus discípulos, Pedro y Juan, lo habían seguido de lejos hasta llegar a la casa del sumo sacerdote. De algún modo habían entrado al patio interior de la casa, donde varias personas conversaban alrededor de un fuego de brazas.
En medio de la ansiedad, la preocupación, la duda y el temor de ese momento, Pedro tres veces negó conocer a Jesús. El que pocas horas antes había jurado serle fiel hasta la muerte ahora declaraba que no lo conocía. En eso, cantó el gallo; su voz sirvió para despertar en Pedro la conciencia de lo que acababa de hacer. Salió de allí, llorando amargas lágrimas de arrepentimiento.
Algunos días después de su resurrección, Pedro, Juan y varios de los demás discípulos se volvieron a encontrar con Jesús. No es casualidad que se encontraran alrededor de otro fuego de brazas. Así como Pedro había negado tres veces a Jesús, ahora Jesús le da tres oportunidades para ser restaurado. Pedro había declarado, la noche en que Jesús fue traicionado, que no lo abandonaría - aunque todos los demás discípulos lo hicieran. Ya sabemos en qué terminó la valentía de Pedro.
Ahora, Jesús le pregunta: "¿Me amas más que estos?" Pedro ya no se atreve a declarar lo mucho que ama a Jesús; le responde: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús entonces le encarga: "Apacienta mis corderos". Tres veces hay un intercambio similar entre Jesús y Pedro. Tres veces lo negó, ahora tres veces Jesús lo restaura.
Pero Pedro ya no tiene la valentía de antes. En lugar de declarar su compromiso total, él simplemente depende del conocimiento de Jesús: "Tú sabes que te quiero". Vemos un Pedro mucho más humilde que antes. Ver esta historia en Juan 21:15-19:
Es interesante considerar la diferencia entre Pedro y otro de los discípulos que también le falló a Jesús. Me refiero, por supuesto, a Judas Iscariote, quien lo traicionó. Judas entregó a Jesús en manos de sus enemigos a cambio de dinero; Pedro se rehusó a defenderlo a cambio de proteger su pescuezo. ¿Son tan diferentes estas cosas? Podríamos decir que la acción de Judas fue premeditada, mientras que Pedro actuó con impetuosidad; esto es cierto. Pero creo que la mayor diferencia, en realidad, es lo que hicieron después. Judas reconoció que había hecho mal; quiso devolver el dinero que había recibido a cambio. Luego, fue y se ahorcó. Pero la Biblia nunca registra que Judas haya orado con arrepentimiento, ni que haya pedido perdón. Se dio cuenta de su error, pero sólo miró hacia adentro, hacia su propia culpabilidad. Nunca miró hacia arriba, a Dios.
¿Podría Jesús haber restaurado a Judas, como lo hizo con Pedro? Yo creo que sí. Lo que hizo imperdonable el pecado de Judas no fue su gravedad, sino el hecho de que Judas no se dejó restaurar. No buscó el perdón. Tuvo remordimiento, pero no arrepentimiento de corazón.
Si tú le has fallado al Señor, El también te quiere restaurar a ti. Como lo hizo con Pedro, El desea darte un nuevo comienzo. No es algo que te tienes que ganar o merecer. La gracia es algo inmerecido. Sólo lo puedes recibir como un regalo. Como Pedro, simplemente tienes que acercarte a Jesús - aunque sea con temor y con vergüenza - y dejar que El te restaure.
Quizás pienses que tu pecado es muy grande, que Dios no podría perdonarte a ti. De alguna manera lo has negado, y crees que El ya no podría amarte. No cometas el error que cometió Judas. No te alejes del perdón de Dios y la restauración que El quiere realizar en tu vida. Ven a Cristo. Ven a El.
Cuando Cristo te restaura, El lo hace con un propósito. Para Pedro, su propósito fue especial. Pedro predicó el primer sermón en el día de Pentecostés, abriendo la puerta a la salvación a miles de personas mediante su proclamación de la Palabra. Escribió dos libros del Nuevo Testamento, y estableció iglesias. Como le encargó Jesús, él cuidó las ovejas.
Cuando Cristo nos restaura a nosotros, es también para que podamos ser de bendición en la vida de otros. Cuando nos mantenemos alejados de Dios porque hemos pecado, otras personas sufren. Nuestra familia, nuestros amigos, todos los que nos rodean - en lugar de que la bendición de Dios fluya a través de nosotros para tocar sus vidas, les comunicamos amargura y falta de amor. Es sólo cuando nuestro corazón ha quedado limpio y libre por la gracia de Jesucristo que podemos ser de bendición a otros también.
Pero para que esto suceda, hay una lección muy importante que tenemos que aprender. Pedro también tuvo que aprender esta lección. Al final de su conversación, Jesús le había dicho que él moriría como mártir para glorificar a Dios en su vejez. Según la tradición, Pedro fue crucificado boca abajo, porque no se consideraba digno de ser crucificado de la misma manera que su Señor.
Cuando Jesús le dijo esto, Pedro vio que Juan venía caminando detrás de ellos. De inmediato, su mente se enfocó en el destino del otro discípulo. Quizás por la vergüenza que sentía, quizás para distraer la atención de sus propios errores, Pedro preguntó: "¿Y éste, qué?" ¿Qué será de él? Si a mí me va a tocar morir como mártir por la causa del evangelio, ¿qué le tocará a él?
La respuesta de Cristo fue muy directa. "Si quiero que él siga viviendo hasta que yo regrese, ¿qué tiene que ver eso contigo?
Tú sígueme no más." Aparentemente, algunas personas luego llegaron a creer que el apóstol Juan viviría hasta la segunda venida de Cristo, pero esto no es lo que dijo Jesús. Simplemente le dijo a Pedro, "Eso no te interesa. Tú preocúpate por lo tuyo". Leamos estas palabras en Juan 21:20-25:
21:20 Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar? 21:21 Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste? 21:22 Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. 21:23 Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? 21:24 Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero. 21:25 Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.
Como seres humanos, siempre nos estamos comparando con otros creyentes. Queremos saber por qué nos toca sufrir, cuando a otro creyente le parece ir muy bien. Queremos saber por qué a otro creyente le va bien en el trabajo, y a nosotros nos tocó un patrón egoísta y rezongón. Queremos saber por qué Dios le dio a otro una bendición, y no nos la dio a nosotros.
Mientras vivamos en ese plan, nunca lograremos ser felices. Si constantemente miramos las experiencias de otros para ver si Dios los ha bendecido a ellos más que a nosotros, será muy fácil tropezar con algo en el camino. Tan pronto empecemos a señalar con el dedo hacia las bendiciones de otros y decir "¿y éste, qué?", Jesús nos responde "¿A ti qué? Tú sígueme no más".
Cuando miramos la vida de otro creyente, no sabemos qué sufrimientos ocultos tendrá; no sabemos cuáles planes tendrá Dios para su futuro. Cuando nos ponemos a lamentar porque Dios parece tener mejores planes para otra persona que para nosotros, no sabemos cuáles bendiciones Dios está a punto de derramar sobre nuestra vida. Nos amargamos y nos frustramos, y ¡todo por nada!
¿Cuál es la solución? Jesús nos dice que quitemos la mirada de los demás, y la pongamos en El. "Tú sígueme no más". Cuando nuestros ojos están puestos en Jesús, buscando su voluntad para nuestra vida, tratando de agradarle a El, dándole a El las gracias por las bendiciones que hemos recibido, ya no nos queda tiempo para el triste e inútil juego de la comparación.
¿Alguna vez has observado a los corredores que compiten en las carreras cortas? Tienen la mirada puesta en una cosa: el final. Si se voltean a ver dónde está la competencia, pierden velocidad y se pueden tropezar. Sólo pueden ganar si mantienen la vista fija en la meta. Nosotros sólo podemos ganar la carrera de la vida si nuestra mirada está puesta en Jesús, nuestra meta.
¡Qué bueno es saber que, para Dios, no somos descartables! El tiene planes y propósitos para nuestra vida. Aunque le hayamos fallado, El quiere restaurarnos. ¿Necesitas su restauración hoy mas que nunca? Acércate hoy a Cristo y escucha sus palabras de verdad en tu corazón. Escúchale decirte que te ama, que te perdona, que tiene un futuro preparado para ti. No mires hacia los lados. Mira sólo a Jesús, manten tu mirada puesta hacia El y llegaras a la meta y a la victoria.
Volvamos, por un momento, a las últimas horas antes de la crucifixión de Jesús. Dos de sus discípulos, Pedro y Juan, lo habían seguido de lejos hasta llegar a la casa del sumo sacerdote. De algún modo habían entrado al patio interior de la casa, donde varias personas conversaban alrededor de un fuego de brazas.
En medio de la ansiedad, la preocupación, la duda y el temor de ese momento, Pedro tres veces negó conocer a Jesús. El que pocas horas antes había jurado serle fiel hasta la muerte ahora declaraba que no lo conocía. En eso, cantó el gallo; su voz sirvió para despertar en Pedro la conciencia de lo que acababa de hacer. Salió de allí, llorando amargas lágrimas de arrepentimiento.
Algunos días después de su resurrección, Pedro, Juan y varios de los demás discípulos se volvieron a encontrar con Jesús. No es casualidad que se encontraran alrededor de otro fuego de brazas. Así como Pedro había negado tres veces a Jesús, ahora Jesús le da tres oportunidades para ser restaurado. Pedro había declarado, la noche en que Jesús fue traicionado, que no lo abandonaría - aunque todos los demás discípulos lo hicieran. Ya sabemos en qué terminó la valentía de Pedro.
Ahora, Jesús le pregunta: "¿Me amas más que estos?" Pedro ya no se atreve a declarar lo mucho que ama a Jesús; le responde: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús entonces le encarga: "Apacienta mis corderos". Tres veces hay un intercambio similar entre Jesús y Pedro. Tres veces lo negó, ahora tres veces Jesús lo restaura.
Pero Pedro ya no tiene la valentía de antes. En lugar de declarar su compromiso total, él simplemente depende del conocimiento de Jesús: "Tú sabes que te quiero". Vemos un Pedro mucho más humilde que antes. Ver esta historia en Juan 21:15-19:
Es interesante considerar la diferencia entre Pedro y otro de los discípulos que también le falló a Jesús. Me refiero, por supuesto, a Judas Iscariote, quien lo traicionó. Judas entregó a Jesús en manos de sus enemigos a cambio de dinero; Pedro se rehusó a defenderlo a cambio de proteger su pescuezo. ¿Son tan diferentes estas cosas? Podríamos decir que la acción de Judas fue premeditada, mientras que Pedro actuó con impetuosidad; esto es cierto. Pero creo que la mayor diferencia, en realidad, es lo que hicieron después. Judas reconoció que había hecho mal; quiso devolver el dinero que había recibido a cambio. Luego, fue y se ahorcó. Pero la Biblia nunca registra que Judas haya orado con arrepentimiento, ni que haya pedido perdón. Se dio cuenta de su error, pero sólo miró hacia adentro, hacia su propia culpabilidad. Nunca miró hacia arriba, a Dios.
¿Podría Jesús haber restaurado a Judas, como lo hizo con Pedro? Yo creo que sí. Lo que hizo imperdonable el pecado de Judas no fue su gravedad, sino el hecho de que Judas no se dejó restaurar. No buscó el perdón. Tuvo remordimiento, pero no arrepentimiento de corazón.
Si tú le has fallado al Señor, El también te quiere restaurar a ti. Como lo hizo con Pedro, El desea darte un nuevo comienzo. No es algo que te tienes que ganar o merecer. La gracia es algo inmerecido. Sólo lo puedes recibir como un regalo. Como Pedro, simplemente tienes que acercarte a Jesús - aunque sea con temor y con vergüenza - y dejar que El te restaure.
Quizás pienses que tu pecado es muy grande, que Dios no podría perdonarte a ti. De alguna manera lo has negado, y crees que El ya no podría amarte. No cometas el error que cometió Judas. No te alejes del perdón de Dios y la restauración que El quiere realizar en tu vida. Ven a Cristo. Ven a El.
Cuando Cristo te restaura, El lo hace con un propósito. Para Pedro, su propósito fue especial. Pedro predicó el primer sermón en el día de Pentecostés, abriendo la puerta a la salvación a miles de personas mediante su proclamación de la Palabra. Escribió dos libros del Nuevo Testamento, y estableció iglesias. Como le encargó Jesús, él cuidó las ovejas.
Cuando Cristo nos restaura a nosotros, es también para que podamos ser de bendición en la vida de otros. Cuando nos mantenemos alejados de Dios porque hemos pecado, otras personas sufren. Nuestra familia, nuestros amigos, todos los que nos rodean - en lugar de que la bendición de Dios fluya a través de nosotros para tocar sus vidas, les comunicamos amargura y falta de amor. Es sólo cuando nuestro corazón ha quedado limpio y libre por la gracia de Jesucristo que podemos ser de bendición a otros también.
Pero para que esto suceda, hay una lección muy importante que tenemos que aprender. Pedro también tuvo que aprender esta lección. Al final de su conversación, Jesús le había dicho que él moriría como mártir para glorificar a Dios en su vejez. Según la tradición, Pedro fue crucificado boca abajo, porque no se consideraba digno de ser crucificado de la misma manera que su Señor.
Cuando Jesús le dijo esto, Pedro vio que Juan venía caminando detrás de ellos. De inmediato, su mente se enfocó en el destino del otro discípulo. Quizás por la vergüenza que sentía, quizás para distraer la atención de sus propios errores, Pedro preguntó: "¿Y éste, qué?" ¿Qué será de él? Si a mí me va a tocar morir como mártir por la causa del evangelio, ¿qué le tocará a él?
La respuesta de Cristo fue muy directa. "Si quiero que él siga viviendo hasta que yo regrese, ¿qué tiene que ver eso contigo?
Tú sígueme no más." Aparentemente, algunas personas luego llegaron a creer que el apóstol Juan viviría hasta la segunda venida de Cristo, pero esto no es lo que dijo Jesús. Simplemente le dijo a Pedro, "Eso no te interesa. Tú preocúpate por lo tuyo". Leamos estas palabras en Juan 21:20-25:
21:20 Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar? 21:21 Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste? 21:22 Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. 21:23 Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? 21:24 Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero. 21:25 Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.
Como seres humanos, siempre nos estamos comparando con otros creyentes. Queremos saber por qué nos toca sufrir, cuando a otro creyente le parece ir muy bien. Queremos saber por qué a otro creyente le va bien en el trabajo, y a nosotros nos tocó un patrón egoísta y rezongón. Queremos saber por qué Dios le dio a otro una bendición, y no nos la dio a nosotros.
Mientras vivamos en ese plan, nunca lograremos ser felices. Si constantemente miramos las experiencias de otros para ver si Dios los ha bendecido a ellos más que a nosotros, será muy fácil tropezar con algo en el camino. Tan pronto empecemos a señalar con el dedo hacia las bendiciones de otros y decir "¿y éste, qué?", Jesús nos responde "¿A ti qué? Tú sígueme no más".
Cuando miramos la vida de otro creyente, no sabemos qué sufrimientos ocultos tendrá; no sabemos cuáles planes tendrá Dios para su futuro. Cuando nos ponemos a lamentar porque Dios parece tener mejores planes para otra persona que para nosotros, no sabemos cuáles bendiciones Dios está a punto de derramar sobre nuestra vida. Nos amargamos y nos frustramos, y ¡todo por nada!
¿Cuál es la solución? Jesús nos dice que quitemos la mirada de los demás, y la pongamos en El. "Tú sígueme no más". Cuando nuestros ojos están puestos en Jesús, buscando su voluntad para nuestra vida, tratando de agradarle a El, dándole a El las gracias por las bendiciones que hemos recibido, ya no nos queda tiempo para el triste e inútil juego de la comparación.
¿Alguna vez has observado a los corredores que compiten en las carreras cortas? Tienen la mirada puesta en una cosa: el final. Si se voltean a ver dónde está la competencia, pierden velocidad y se pueden tropezar. Sólo pueden ganar si mantienen la vista fija en la meta. Nosotros sólo podemos ganar la carrera de la vida si nuestra mirada está puesta en Jesús, nuestra meta.
¡Qué bueno es saber que, para Dios, no somos descartables! El tiene planes y propósitos para nuestra vida. Aunque le hayamos fallado, El quiere restaurarnos. ¿Necesitas su restauración hoy mas que nunca? Acércate hoy a Cristo y escucha sus palabras de verdad en tu corazón. Escúchale decirte que te ama, que te perdona, que tiene un futuro preparado para ti. No mires hacia los lados. Mira sólo a Jesús, manten tu mirada puesta hacia El y llegaras a la meta y a la victoria.