Un día llegué a visitar a Heriberto un compañero de trabajo, a su oficina, cuando Yo trabajaba como Contador de una Empresa. Sobre su escritorio vi un aparato muy extraño. Parecía alguna clase de máquina, pero en toda mi vida no había visto nada parecido. Le comenté que era muy interesante la máquina que adornaba su escritorio. "Gracias", me respondió. Luego le pregunté: "¿Cómo se llama?" Me respondió: "En realidad, no lo sé". Entonces quise saber, "¿Para qué sirve?" "Eso tampoco lo sé", "Lo encontré en una tienda de segunda mano y me gustó, pero sólo me sirve de adorno." Seguramente aquel aparato alguna vez tuvo alguna función, pero con el tiempo, se había olvidado y perdido. Se había convertido simplemente en un adorno inútil.
Pensemos ahora por un momento en el ministerio de la Palabra de Dios. ¿De qué sirve? Puede ser que hayamos olvidado la función de la Palabra de Dios, y la estemos tratando simplemente como un adorno. Pero la verdad es que el ministerio de la Palabra tiene una función muy importante. Si la estamos empleando bien, transformará nuestra vida e impactara en las vidas de los demas.
La semana pasada, vimos en la primera entrega de este tema, cómo el apóstol Pablo defendió su propio ministerio entre los tesalonicenses. De allí definimos algunas cualidades de un verdadero ministerio. Ahora vamos a ver algunos de los resultados que tuvo. Esto es lo que debe lograr cualquier ministerio de la Palabra de Dios. Si queremos que el ministerio de la Palabra dé un buen resultado en nuestras vidas, tenemos que entender estas cosas también. De otro modo, puede convertirse en un simple un adorno religioso que no logra nada.
Lea conmigo 1 Tesalonicenses 2:10-16 para que vemos tres cosas que el ministerio de la Palabra debe lograr en la vida de cada uno de nosotros:
10Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes; 11 así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, 12 y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria. 13 Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes. 14 Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea; pues habéis padecido de los de vuestra propia nación las mismas cosas que ellas padecieron de los judíos, 15 los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, 16 impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo.
En los versículos 10 al 12, el apóstol Pablo menciona dos aspectos de cualquier ministerio eficaz. El primero es el testimonio, y el segundo es el trato. Cualquier buen ministro del Señor llevará una vida ejemplar; no será mujeriego, mentiroso o maleducado. También tendrá un trato paternal con los que están bajo su cuidado.
La meta de esto - del ejemplo que da el líder cristiano, y del cuidado que tiene de los suyos - se dice claramente en el verso 12: es para enseñar a los demás a "llevar una vida digna de Dios, que los llama a su reino y a su gloria". Como creyentes, tú y yo hemos recibido un glorioso llamado. Dios nos ha invitado a ser parte de su reino, a ser sus hijos, parte de su familia real. Nos da privilegios especiales, como el acceso directo a su presencia por medio de la oración.
Dios nos ha recogido a nosotros del fango de pecado en el que vivíamos. Nos tomó del anonimato, del olvido y de la desesperanza para convertirnos en personas nobles. La Biblia nos dice en 2 Timoteo 2:12: "Si resistimos, también reinaremos con él". Cuando el reino de Jesucristo se establezca plenamente en esta Tierra, cada creyente tendrá una posición de honor en su gobierno. ¿Cómo debemos responder a este gran honor que Dios nos ha dado? La respuesta es que tenemos que aprender a caminar por la vida de una manera digna. Si por medio de la enseñanza de la Palabra te has llegado a dar cuenta de tu posición en Cristo, no es solamente para que te sientas especial. Es para que vivas de una manera que refleje tu posición en Cristo.
La vida de un hijo de Dios es y debe de ser una vida decente, una vida de honestidad, de valores, de integridad y sobre todo de dominio propio. Este es el ejemplo que Dios nos está llamando a dar al mundo. Este es el primer propósito del ministerio de la Palabra.
¿Estás viviendo de una manera digna de un hijo de Dios? ¿Reflejas en tu forma de vivir el honor del llamado que has recibido?
Vemos la segunda meta del ministerio de la Palabra en el verso 13. Es que el mensaje de Dios sea reconocido como tal. La proclamación eficaz de la Palabra de Dios tendrá el resultado de que los oyentes reconocerán que lo que escuchan no es simplemente un mensaje humano, la opinión de algún hombre. Es la Palabra misma de Dios.
Para que esto suceda, los que predicamos y enseñamos tenemos que asegurarnos de que realmente estemos predicando y enseñando la Palabra. Ser predicador o maestro es una gran responsabilidad, porque somos voceros de Dios mismo. Pero tenemos que asegurarnos de estar enseñando su verdad, no simplemente nuestras propias opiniones.
Me ha tocado oír sermones en los que el predicador leía un versículo, y luego se ponía a decir una serie de cosas que no tenían nada que ver con lo que acababa de leer. Su texto se convirtió simplemente en un pretexto para presentar sus propias ideas. No era una exposición de la Palabra de Dios, sino simplemente una opinión humana.
La tarea del predicador es exponer lo que Dios nos ha dicho en su Palabra, y aplicarla a la situación actual de sus oyentes. Pero esto también significa algo muy importante para los que escuchan la predicación. Significa que tenemos que recibir la Palabra de una manera digna. Tenemos que darle la obediencia y el respeto que se merece y sobre todo ponerla en practica, para que esta morde y tranforme nuestro caracter y nuestro estilo de vida.
Cuando era mas joven, a veces escuchaba los comentarios de otras personas al salir de un culto. "No me gustó ese mensaje", decían. "El predicador se está metiendo a mi vida privada". Seguramente todavía se hacen los mismos comentarios, pero como ahora yo soy el predicador, ¡todos se aseguran de hacerlos fuera del alcance de mi oído!
Pero la pregunta real, al escuchar cualquier mensaje, es ésta: ¿haré lo que Dios me está llamando a hacer? Si te parece que el predicador te está diciendo algo contrario a la Palabra de Dios, escudriña la Palabra para ver si es cierto o no. La Palabra siempre es la autoridad final. Pero si rechazas un mensaje de la Palabra simplemente porque no te gusta o porque no quieres cambiar algo en tu vida, debes reconocer algo. No estás rechazando la palabra de algún hombre, sino que estás rechazando la Palabra de Dios. Las consecuencias de hacer esto pueden ser graves.
Cuando vamos a la Igleia para escuchar la predicación de la Palabra, tanto los oyentes como quien predica tienen una responsabilidad. La responsabilidad del predicador es estudiar la Palabra y asegurarse de proclamar un mensaje que realmente venga de Dios. La responsabilidad del oyente o de la congregación es recibir ese mensaje usando como criterio la Palabra de Dios misma. No aceptes o rechaces lo que oyes porque te gusta o porque no te gusta. Examínalo para ver si realmente es lo que dice la Palabra, y si es así, ¡acéptalo! Ponlo en práctica en tu vida.
La tercera meta del ministerio se encuentra en los últimos versículos que leímos. Tiene que ver con el precio de seguir a Cristo.
Vemos la segunda meta del ministerio de la Palabra en el verso 13. Es que el mensaje de Dios sea reconocido como tal. La proclamación eficaz de la Palabra de Dios tendrá el resultado de que los oyentes reconocerán que lo que escuchan no es simplemente un mensaje humano, la opinión de algún hombre. Es la Palabra misma de Dios.
Para que esto suceda, los que predicamos y enseñamos tenemos que asegurarnos de que realmente estemos predicando y enseñando la Palabra. Ser predicador o maestro es una gran responsabilidad, porque somos voceros de Dios mismo. Pero tenemos que asegurarnos de estar enseñando su verdad, no simplemente nuestras propias opiniones.
Me ha tocado oír sermones en los que el predicador leía un versículo, y luego se ponía a decir una serie de cosas que no tenían nada que ver con lo que acababa de leer. Su texto se convirtió simplemente en un pretexto para presentar sus propias ideas. No era una exposición de la Palabra de Dios, sino simplemente una opinión humana.
La tarea del predicador es exponer lo que Dios nos ha dicho en su Palabra, y aplicarla a la situación actual de sus oyentes. Pero esto también significa algo muy importante para los que escuchan la predicación. Significa que tenemos que recibir la Palabra de una manera digna. Tenemos que darle la obediencia y el respeto que se merece y sobre todo ponerla en practica, para que esta morde y tranforme nuestro caracter y nuestro estilo de vida.
Cuando era mas joven, a veces escuchaba los comentarios de otras personas al salir de un culto. "No me gustó ese mensaje", decían. "El predicador se está metiendo a mi vida privada". Seguramente todavía se hacen los mismos comentarios, pero como ahora yo soy el predicador, ¡todos se aseguran de hacerlos fuera del alcance de mi oído!
Pero la pregunta real, al escuchar cualquier mensaje, es ésta: ¿haré lo que Dios me está llamando a hacer? Si te parece que el predicador te está diciendo algo contrario a la Palabra de Dios, escudriña la Palabra para ver si es cierto o no. La Palabra siempre es la autoridad final. Pero si rechazas un mensaje de la Palabra simplemente porque no te gusta o porque no quieres cambiar algo en tu vida, debes reconocer algo. No estás rechazando la palabra de algún hombre, sino que estás rechazando la Palabra de Dios. Las consecuencias de hacer esto pueden ser graves.
Cuando vamos a la Igleia para escuchar la predicación de la Palabra, tanto los oyentes como quien predica tienen una responsabilidad. La responsabilidad del predicador es estudiar la Palabra y asegurarse de proclamar un mensaje que realmente venga de Dios. La responsabilidad del oyente o de la congregación es recibir ese mensaje usando como criterio la Palabra de Dios misma. No aceptes o rechaces lo que oyes porque te gusta o porque no te gusta. Examínalo para ver si realmente es lo que dice la Palabra, y si es así, ¡acéptalo! Ponlo en práctica en tu vida.
La tercera meta del ministerio se encuentra en los últimos versículos que leímos. Tiene que ver con el precio de seguir a Cristo.
Los tesalonicenses sufrieron persecución a causa de su fe en Jesucristo. Fueron hostigados y procesados legalmente, en algunos casos, por la fe que habían profesado. Pero Pablo dice que esto no es algo sorprendente. Lo que sufrieron los tesalonicenses también lo estaban sufriendo las Iglesias en Judea. A nosotros nos ha tocado vivir un Evangelio comodo, sin persecuciones ni sufrimientos. Por
lo general, las personas que decidieron seguir a Cristo cuyas historias
se encuentran en el Nuevo Testamento tuvieron que sufrir por su fe. No
fue fácil. ¿Por qué lo hicieron? Simplemente porque se dieron cuenta de
que valía la pena. Lo que se gana con seguir a Cristo vale cualquier
precio.
El tercer propósito de la predicación de la Palabra es fortalecernos para enfrentar la persecución. Seguir a Cristo vale el precio. Cuando nosotros le seguimos, habrá un precio a pagar. Algunas personas te presentarán el evangelio como si fuera el secreto para una vida perfecta. Te prometerán que, si sigues a Cristo, tendrás dinero, salud y se lograrán todos tus sueños.
Nuestros hermanos en otras partes del mundo están pagando un precio mucho más alto que nosotros. Algunos pagan con su vida. Otros tienen que huir de sus hogares debido a la persecución. Otros pierden trabajos u oportunidades educacionales. ¿Qué precio pagamos tú y yo? Puede ser que nos malinterpreten, o que algunos se burlen de nosotros. Seguramente hay otros sacrificios que tendremos que hacer a causa de nuestra fe. Pero si escuchamos y obedecemos la Palabra de Dios, nos daremos cuenta de que la gloria de conocer a Cristo vale el sacrificio. El amor que El nos da, la paz y la esperanza que tenemos en El, la promesa de la vida eterna - el precio que pagamos es poco a comparación con todo esto.
Concluyo con una series de preguntas, para que meditemos y juntos tratemos de darle sus justas respuestas:
¿Estamos permitiendo que la Palabra de Dios dé frutos en nuestras vidas? ¿Nos estamos esfuerzando para vivir de una manera digna del llamado que hemos recibidos? ¿Hemos preparado nuestros corazones para escuchar y obedecer la Palabra de Dios? ¿Estamos dispuestos a pagar el precio?
Permitamos que la poderosa Palabra de Dios haga su obra en nosotros. Dios les continue bendiciendo.