AIRADOS, PERO NO PEQUÉIS; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo.
Se cuenta la historia de un pastor que había pasado
una semana mala, y estaba bien enojado con su congregación. El domingo por la mañana, a la hora del culto, se paró detrás del púlpito y les dijo: "¡Todos los miembros de esta Iglesia se van a ir al infierno, si no cambian!" Todos lo miraron espantados, salvo un hombre que estaba sentado en la última fila. Ese hombre se empezó a reír a carcajadas.
El pastor repitió lo que había dicho, esta vez más fuerte. "¡Todos los miembros de esta Iglesia se van a ir al infierno, si no cambian!" El hombre se reía aun más. Por fin, el pastor le preguntó: "¿Por qué se ríe?" El hombre le contestó: "Es que no soy miembro de esta Iglesia. ¡Sólo estoy de visita!"
Aquel pobre pastor, que se había dejado llevar por el enojo, parecía un tonto. Cuando nos dejamos llevar por el enojo, así quedamos nosotros también. Hay razones justificadas por las que nos podríamos enojar. Debemos enojarnos cuando vemos la injusticia. Debemos enojarnos cuando vemos que se difama el nombre de Dios. Pero nosotros solemos enojarnos solamente cuando nos vemos personalmente afectados. En otras palabras, nos enojamos por razones egoístas. Es por esto que la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere.
El pastor repitió lo que había dicho, esta vez más fuerte. "¡Todos los miembros de esta Iglesia se van a ir al infierno, si no cambian!" El hombre se reía aun más. Por fin, el pastor le preguntó: "¿Por qué se ríe?" El hombre le contestó: "Es que no soy miembro de esta Iglesia. ¡Sólo estoy de visita!"
Aquel pobre pastor, que se había dejado llevar por el enojo, parecía un tonto. Cuando nos dejamos llevar por el enojo, así quedamos nosotros también. Hay razones justificadas por las que nos podríamos enojar. Debemos enojarnos cuando vemos la injusticia. Debemos enojarnos cuando vemos que se difama el nombre de Dios. Pero nosotros solemos enojarnos solamente cuando nos vemos personalmente afectados. En otras palabras, nos enojamos por razones egoístas. Es por esto que la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere.
Es importante resolver rápidamente el enojo. En Efesios 4:26-27, el apóstol Pablo cita el (Salmo 4:4 ) y luego le añade otro pensamiento. Dice: "Si se enojan, no pequen. No dejen que el sol se ponga estando aún enojados, ni den cabida al diablo." Es sumamente importante no dejar que el enojo se quede hora tras hora en nuestro corazón. Con el tiempo, el enojo se vuelve amargura y le abre la puerta al diablo.
Cada segundo en alguna parte del mundo el sol se pone indicando que pronto terminara el día y vendrá la noche, esto significa que nosotros no podemos permitir que transcurra mucho tiempo enojados con los demás, porque se convierte en pecado, y esto le da lugar a las acusaciones del diablo.
El enojo no solucionado a tiempo se convierte en Ira y una Ira no solucionada por un perdón sincero, se convierte en un pecado. El Dice: Airados pero no pequéis.
En todo el Antiguo Testamento no hay un ejemplo más sobresalientes que el caso de Moisés. Dios lo usó para sacar a su pueblo de la esclavitud en Egipto. Fue a través de Moisés que Dios estableció su acuerdo con el pueblo, donde El sería su Dios y ellos lo obedecerían. El guió al pueblo durante sus cuarenta años de vagar en el desierto. Escribió la mayor parte de los primeros cinco libros de la Biblia.
Sin embargo, llega un momento en la vida de Moisés en el que comete un error que marcaría su destino. Sucedió durante el último de los cuarenta años que los israelitas habían tenido que caminar por el desierto debido a su falta de fe en Dios. La gente se empezó a quejar porque no había agua.
Se les había olvidado la historia de lo que sucedió casi cuarenta años antes, cuando Dios le había mandado a Moisés que golpeara la piedra de Horeb para que brotara agua. Empezaron a preguntarle a Moisés si los había sacado de Egipto sólo para que murieran en el desierto.
Moisés y su hermano Aarón buscaron a Dios para que les diera la solución. Dios les dijo que le dieran órdenes a la roca, y que de ella saldría agua en abundancia. Cuando salió para hablar con el pueblo, Moisés estaba furioso. Les dijo: "¡Escuchen, rebeldes! ¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?" (Números 20:10). Con eso, golpeó dos veces la roca, y salió agua en abundancia para todos.
Pero Dios no estaba complacido con Moisés. Le dijo a Moisés que él no entraría con el pueblo a la tierra prometida. No había confiado en el Señor, ni había reconocido su santidad. Más bien, parecía que se había puesto al nivel de Dios, porque dijo: "¿Acaso tenemos que sacarles agua?" En su enojo, se le fue la mano y habló como si él les diera el agua, en lugar de Dios.
Por un momento de enojo, Moisés perdió la oportunidad de entrar a la tierra prometida al frente del pueblo. ¿Cuántas cosas perdemos nosotros a causa del enojo? ¿Cómo nos vemos afectados en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestra Iglesia a causa del enojo descontrolado? Pensemos hoy en esta emoción tan universal, pero tan dañina.
Cuando pensamos en el enojo, tenemos que reconocer primero que Dios se enoja. La ira de Dios es su enojo santo. Es su reacción a la maldad e injusticia de este mundo. En Romanos 1:18 el apóstol Pablo escribe lo siguiente: "Ciertamente, la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad."
Desde el cielo, Dios ve la maldad y la falta de respeto que los hombres tienen hacia El. Su reacción es enojarse, y con justa razón. Es interesante que Pablo dice que la ira de Dios "viene revelándose". Es una realidad presente. En un día futuro, su ira se manifestará plenamente. Pero ya se está revelando.
Dios destruyó la tierra con el diluvio en los días de Noé a causa de su ira contra la maldad de los seres humanos. Destruyó las ciudades de Sodoma y Gomorra por su gran inmoralidad, y por su trato injusto de los pobres. Destruyó la ciudad de Nínive por su crueldad y avaricia. Destruyó la ciudad de Jerusalén en más de una ocasión por su desobediencia e hipocresía.
Cada uno de estos eventos son manifestaciones de la ira de Dios, que se sigue revelando en contra de la maldad. En este punto, sin embargo, debemos tener un poco de cuidado. No siempre es fácil, al menos que haya una palabra profética clara e irrefutable, identificar algún evento en particular como manifestación de la ira de Dios. Por ejemplo, ahora mismo estamos viendo grandes inundaciones en cierta parte del mundo. No debemos suponer automáticamente que todas esas personas son peores que nosotros, y que somos mejores porque ahora no nos pasa nada.
Jesús nos enseñó esta lección cuando llegaron algunas personas para darle la noticia de que el rey Pilato había matado a algunos hombres de Galilea mientras ofrecían sus sacrificios. Esta es la respuesta de Jesús, registrada en Lucas 13:2-3: "¿Piensan ustedes que esos galileos, por haber sufrido así, eran más pecadores que todos los demás? ¡Les digo que no! De la misma manera, todos ustedes perecerán, a menos que se arrepientan."
Jesús nos enseña a ver cualquier desastre de una forma particular. En lugar de pensar que las personas afectadas tuvieron que haber sido especialmente malas para que les pasara tal cosa, debemos tomarlo como una muestra general de la ira de Dios. Es un llamado a todos para que se arrepientan antes de que se manifieste plenamente su ira.
La buena noticia es que Dios es pronto para perdonar, cuando hay arrepentimiento y confianza en El.
El Salmo 30:4-5 dice así: "Canten al Señor, ustedes sus fieles; alaben su santo nombre. Porque sólo un instante dura su enojo, pero toda una vida su bondad."
Si nos hemos arrepentido y nos hemos convertido en los fieles del Señor, ya no estamos bajo su enojo. Disfrutaremos para siempre de su bondad.
Esto lo logró Jesús, cuando El experimentó en la cruz la ira de Dios hacia nosotros. Sobre El cayó lo que nosotros merecíamos. Si nos refugiamos en El, como dice Romanos 5:9 (citado de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy): "Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de El."
Pero alguien dirá: "Si Dios se enoja, ¿por qué no está bien que yo me enoje también?" El problema nace del efecto que el pecado ha tenido sobre nosotros. Debido al pecado, a nuestro corazón egoísta y defectuoso, nuestro enojo no es justo - como lo es la ira de Dios. Encontramos en Santiago 1:20 una enseñanza muy importante al respecto.
Santiago escribe así: "La ira humana no produce la vida justa que Dios quiere". Cuando nosotros nos enojamos, hacemos injusticia. Cuando Dios se enoja, El hace justicia. Nuestro enojo siempre nos deja en ridículo, y nos aleja de la vida justa que Dios desea para nosotros. Nos lleva a hacer cosas tontas, como lo que hizo Moisés frente a la roca.
Esto lo logró Jesús, cuando El experimentó en la cruz la ira de Dios hacia nosotros. Sobre El cayó lo que nosotros merecíamos. Si nos refugiamos en El, como dice Romanos 5:9 (citado de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy): "Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de El."
Pero alguien dirá: "Si Dios se enoja, ¿por qué no está bien que yo me enoje también?" El problema nace del efecto que el pecado ha tenido sobre nosotros. Debido al pecado, a nuestro corazón egoísta y defectuoso, nuestro enojo no es justo - como lo es la ira de Dios. Encontramos en Santiago 1:20 una enseñanza muy importante al respecto.
Santiago escribe así: "La ira humana no produce la vida justa que Dios quiere". Cuando nosotros nos enojamos, hacemos injusticia. Cuando Dios se enoja, El hace justicia. Nuestro enojo siempre nos deja en ridículo, y nos aleja de la vida justa que Dios desea para nosotros. Nos lleva a hacer cosas tontas, como lo que hizo Moisés frente a la roca.
¿Cómo
debemos responder al enojo?
En primer lugar, debemos reconocer que los momentos de enojo son momentos de peligro. El enojo abre la puerta a la tentación. El enojo mismo no es pecado, pero le abre la puerta al pecado. Por eso, debemos tener mucho cuidado cuando nos enojamos.
El Salmo 4:4 nos enseña esto. Dice: "Si se enojan, no pequen". No es pecado enojarse, pero fácilmente conduce al pecado. Tenemos que escuchar la voz del Espíritu Santo cuando estamos enojados. El nos dirá: "Cuidado, no te dejes llevar. Piensa bien lo que vas a hacer." En ese momento tenemos que tomar la decisión de escuchar la voz del Espíritu, y no la voz del enojo.
Cada pareja debe hacer un compromiso de jamás acostarse estando enojados. Aunque tengan que quedarse hasta altas horas de la madrugada hablando y orando, es importante resolver cualquier diferencia antes de acostarse. No dejes que el sol se ponga sobre tu enojo, porque en la noche se convierte en algo peor.
Si te enojas con alguien, busca la manera de resolverlo antes de que pase mucho tiempo. En el calor del momento, a veces es bueno dejar pasar unos minutos. Pero no dejes pasar días. No dejes que el sol se ponga sobre tu enojo. Así podrás desarrollar un espíritu ecuánime, en lugar de tener muchas frustraciones aumentadas.
Termino con la historia de un mesero que sufría con un cliente muy molesto. A cada rato le pedía que cambiara la temperatura del aire acondicionado. Tenía frío; había que bajarlo. Tenía calor; había que subirlo. El mesero nunca se quejaba; simplemente caminaba para acá y para allá, prestando atención a lo que le pedía el cliente.
Por fin, otro cliente que observaba todo esto le comentó al mesero: "No sé cómo eres tan paciente. ¿Por qué no echas del restaurante a ese pesado?" El mesero le respondió con una
sonrisa: "A mí no me importa. ¡Ni siquiera tenemos aire acondicionado!"
Ojalá podamos aprender todos de su ejemplo y saber mantener la ecuanimidad, en lugar de permitir que el enojo nos consuma. Dejemos la ira en manos de Dios, y aprendamos a vivir en paciencia, sabiendo que El está obrando. Que el Señor nos ayude en todo momento a poner por delante el perdón como El lo hace con nosotros.
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