El niño estaba acostumbrado a ser el centro de atención en su hogar, hasta que nació su hermanita. ¡Ahora tenía que competir con ella para recibir la atención de sus padres! Un día, su papá y su mamá se sentaron con él para decirle algo. "Hijo", le dijeron, "ahora que somos cuatro, esta casa es muy pequeña. Nos vamos a tener que mudar."
El niño les respondió: "Eso no nos va a servir de nada. La niña ya está empezando a gatear, y seguramente nos seguirá hasta la casa nueva." ¡Es difícil compartir la atención con otros! Seguramente los que somos padres podríamos contar muchas otras historias de celos por la atención.
Hay un personaje en la historia que realmente merece ser el centro de atención y de El vamos a hablar hoy. De hecho, nuestro calendario se centra en El. Todo lo que sucedió antes de su nacimiento se nombra antes de El, y lo más reciente, después de El. Me refiero a Jesucristo quien merecidamente es el centro de atención de la historia humana.
Los líderes de la Reforma protestante observaron que el cristianismo de su día había perdido su enfoque en Jesucristo. Por eso, el cuarto principio de la reforma es solus christus, o sólo Cristo. El es la única fuente de salvación; es en El que debemos poner nuestra confianza; es en su nombre que debemos orar. El tiene que ser siempre el centro de atención de nuestra fe.
Escuchemos las voces de varios personajes bíblicos que señalan, con una voz, hacia Jesucristo. Empecemos con Juan el Bautista. Antes de que Jesús comenzara su ministerio público, Juan llegó al desierto. Predicó un mensaje de arrepentimiento, bautizando a las personas que respondían a su mensaje.
Durante cierto tiempo, Juan fue una figura pública. Todos hablaban de él. Muchos salían para oír sus mensajes directos y tajantes. Las multitudes lo rodeaban. Un día, Jesucristo mismo llegó para que Juan lo bautizara. ¡Qué gran honor sería bautizar al Hijo de Dios!
Pero al poco tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a quedarse cerca de donde Juan estaba bautizando. Jesús comenzó su ministerio, predicando el evangelio y bautizando también. ¡Ahora Juan tenía competencia! ¿Qué haría al ver que las grandes multitudes que antes lo habían buscado, ahora estaban buscando a Jesús?
Encontramos la respuesta en Juan 3:29-30:
29 El que tiene a la novia es el novio. Pero el amigo del novio, que está a su lado y lo escucha, se llena de alegría cuando oye la voz del novio. Esa es la alegría que me inunda. 30 A él le toca crecer, y a mí menguar.
Sus discípulos se le acercaron y le preguntaron cómo responder a la nueva popularidad de Jesús. El les contestó con esta comparación. En una boda, el amigo del novio no es el centro de atención. Al centro de la boda están el novio y la novia. El amigo se alegra cuando llega el novio a la boda y ve su alegría.
Así, dice Juan, es su alegría al ver a Jesús. "A El le toca crecer, y a mí menguar." ¡Cuánta falta nos hace aprender del ejemplo de Juan! En todo lo que hacemos, en la Iglesia y en todas partes, Cristo es el único que debe ser exaltado. A nosotros nos toca menguar, para que El sea exaltado. Sólo El merece ser el centro de atención.
Alrededor del mismo tiempo, Jesús hizo su primer milagro en una boda en Caná. Aquí encontramos a otra persona que señala hacia Jesús y lo hace el centro de atención. Se trata de su madre, María. Parece ser que María estaba a cargo de la organización de la boda. Las bodas solían durar varios días, y eran eventos grandes para toda la comunidad.
En plena celebración, se presentó una desgracia. Se acabó el vino. ¡Qué vergüenza para la familia! María se acercó a Jesús y le comentó la situación. Luego, les dijo estas palabras a los sirvientes: "Hagan lo que El les ordene." (Juan 2:5) ¿Sabes? Estas son las últimas palabras de María que se registran en el Nuevo Testamento. Ella aparece en algunos episodios posteriores, pero no se registra nada de lo que dice. Sus últimas palabras son: "Hagan lo que El les ordene."
A los sirvientes les da a entender: "Yo no puedo resolver su problema. ¡Allí está Jesús! Hagan lo que El les ordene." Estoy seguro de que, si ella nos hablara hoy, diría lo mismo: "Hagan lo que El les dice." Jesús tiene que ser el centro de atención cuando necesitamos ayuda. Sólo de El podemos recibir socorro y sostén en nuestro momento de necesidad.
Más tarde en su ministerio, llegó el momento en que llevó a tres de sus discípulos - Pedro, Jacobo y Juan - a la cima de una montaña. Ante sus ojos, la apariencia de Jesús cambió por completo. Su ropa brilló, y su rostro resplandeció. De repente, Moisés y Elías aparecieron para conversar con El. ¡Imagina la impresión de los discípulos al ver a su maestro platicar con el gran liberador del pueblo de Israel, y el más grande de los profetas!
Entonces escucharon una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con El. ¡Escúchenlo!" (Mateo 17:5) Cayeron al suelo espantados. Mateo 17:8 nos dice lo que pasó después: "Cuando alzaron la vista, no vieron a nadie más que a Jesús." Jesús les mostró su gloria para que se dieran cuenta de que El tiene que ser el centro de atención en las Escrituras.
Podemos aprender muchas cosas de la Biblia, pero si nuestro estudio de la Biblia no nos lleva a amar más a Jesús, nos estamos desviando de la verdad. Cuando alzamos la vista al centro de atención de la Palabra de Dios, sólo veremos a Jesús.
Ahora llegamos al día antes de su muerte. Jesús estaba preparando a sus discípulos para lo que estaba a punto de suceder. Ellos se comenzaron a afligir cuando El les dijo que se tenía que ir. No lo comprendían, pero se sentían abandonados. Para calmarlos, El les dijo que ellos también llegarían a donde El iba, porque ya conocían el camino.
Tomás le dijo entonces: "Señor, no sabemos a dónde vas, así que ¿cómo podemos conocer el camino?" Jesús le respondió con estas palabras tan profundas: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí." (Juan 14:5-6) Si queremos llegar a Dios, si queremos vivir para siempre en su morada, sólo hay una manera de llegar. Jesús es el único camino.
En muchos chistes que he escuchado, se dice que San Pedro se encuentra a la puerta del cielo, decidiendo quién entra y quién se queda afuera. Está bien para los chistes, pero en la realidad, el único que decidirá quién entra a la presencia de Dios es Jesucristo mismo. El es el único camino para llegar a Dios. No importa a quién más conozcas. Si tú no conoces a Jesús, no podrás entrar al reino de Dios.
Después de su muerte y resurrección, los apóstoles comenzaron a predicar las buenas noticias de que hay perdón y salvación por medio de la fe en El. Enfrentaron mucha oposición, porque había quienes no querían escuchar un mensaje tan exclusivo. En cierta ocasión, Pedro y Juan sanaron a un mendigo lisiado que pedía limosnas en la entrada del templo.
Aprovechando la oportunidad para proclamar el evangelio, llamaron a todos a arrepentirse y creer en Jesucristo. Las autoridades no vieron con buenos ojos lo que hacían, y les demandaron una explicación de su predicación. Pedro mismo expresó en palabras lo que todos predicaban: "En ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos." (Hechos 4:12)
En un mundo donde las opciones religiosas parecen un buffet, Jesús tiene que ser nuestro centro de atención. Otros maestros religiosos quizás digan cosas buenas, pero sólo El puede salvar. No hay ningún otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, por medio del cual podamos recibir perdón, restauración, sanidad, vida, victoria y justicia. El único nombre es el de Jesús.
Algunas décadas después, el apóstol Pablo mandó instrucciones a su ayudante Timoteo. Este joven se había quedado encargado de la Iglesia en Éfeso. Pablo le escribió con algunas instrucciones acerca de la adoración y la oración que se debía realizar en la Iglesia. Le dijo que era necesario orar por los gobernantes y todos los que están en autoridad. Hoy más que nunca, hace falta hacer esto.
Pero luego, en medio de hablar de la adoración y la oración, Pablo hace la siguiente declaración: "Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien dio su vida como rescate por todos." (1 Timoteo 2:5-6a) La única adoración que agrada a Dios es la que se ofrece por fe en Jesucristo. La única oración que Dios promete escuchar es la que se hace en el nombre de Jesucristo.
En la oración y adoración de la Iglesia, Jesús tiene que ser el centro de atención. El Espíritu Santo exalta a Jesús; por medio de Jesús, exaltamos al Padre. El es el único mediador, el único intermediario entre nosotros, los seres humanos, y nuestro Dios santo y perfecto. Los seres humanos persisten en poner a otras figuras y personajes alrededor de Jesús. Esto es un error. La adoración y la oración que agradan a Dios se hacen por medio de Jesús.
En el cuarto siglo después de Cristo, un emperador llamado Julián el apóstata trató de destruir la influencia del cristianismo en el imperio romano y restablecer la adoración de los antiguos dioses paganos. En una de sus campañas militares en Persia, allá por el año 363, se cuenta que uno de sus soldados se burlaba de un cristiano con estas palabras: "¿Dónde está tu carpintero ahora?"
El cristiano respondió con firmeza: "Está haciendo un ataúd para tu emperador." Jesús, el carpintero de Nazaret, ahora está exaltado a la mano derecha del Padre. Prepara un ataúd para todos los imperios de este mundo. Se levantan, y caen - pero El permanece. Un día, El reinará sobre todo. Por esto, sólo Cristo puede salvarnos. Sólo por El podemos llegar a Dios. Sólo en El venceremos. ¿Es Cristo el centro de tu atención?