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martes, 6 de marzo de 2018

¿QUE QUIERES QUE JESÚS HAGA POR TI?

Quiero que te imagines, por un momento, que estuvieras parado frente a Jesús. Estás viendo al Maestro cara a cara. El te pregunta: "¿Qué te gustaría que hiciera por ti?" Considera bien tu respuesta. ¿Cómo le contestarías?

Quizás le dirías: "Quiero que cambies a mi esposa." ¡Ten cuidado! Puede ser que ella esté pidiendo lo mismo por ti. O quizás le pedirías que te dé un mejor trabajo, que te dé buena salud o que te prospere económicamente. ¿Qué le pedirías a Jesús?

Un día, un hombre se encontró frente a Jesús, y el Señor le hizo precisamente esa pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?" Vamos a ver cómo respondió este hombre. Sucedió cuando Jesús se dirigía hacia Jerusalén, donde pronto moriría. Llegó al pueblo de Jericó. Era una ciudad antigua que se había quedado en ruinas, y se había construido la ciudad nueva a poca distancia.

Dejando atrás los escombros de la ciudad antigua, Jesús va entrando al pueblo nuevo acompañado por sus discípulos y una multitud de gente. Junto al camino está sentado un hombre ciego, pidiendo limosna. De repente, este hombre ciego escuchó que iba pasando una gran multitud. ¡Qué extraño! Por su pueblo pasaban muchos viajeros, pero no en grupos tan grandes.

Le preguntó a alguien qué estaba pasando, y le dijeron que Jesús de Nazaret estaba pasando por allí. De inmediato, el ciego empezó a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!" Con toda su fuerza clamaba. Algunos de entre la multitud trataron de callarlo, pero él se puso a gritar con más ganas: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!"

Sabemos que el padre de Jesús no se llamaba David. Su Padre verdadero es Dios, y su padre adoptivo se llamaba José. Este ciego no se equivocó en cuanto al nombre del papá de Jesús; más bien, al llamarle hijo de David, estaba diciendo algo muy importante acerca del Señor.

David fue el rey más grande de Israel, y Dios le había prometido que tendría un descendiente aun más grande. El ciego vio lo que muchos videntes ignoraron: que Jesús es ese hijo prometido de David, el gran Rey y Salvador que viene a rescatar a su pueblo. Es por esto que le llama hijo de David.

Jesús se detuvo a medio camino, y mandó que le trajeran al ciego. Cuando el invidente estuvo frente a El, Jesús le hizo esta pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?" Piénsalo por un momento. ¿No habría sido obvio? ¿Qué es lo que podría desear un ciego? ¡La vista, por supuesto! ¿Por qué, entonces, le pregunta Jesús qué es lo que quiere?

Sin pensarlo mucho, el ciego respondió: "Señor, quiero ver". Jesús le contestó: "¡Recibe la vista! Tu fe te ha sanado". Al instante recibió la vista, y comenzó a seguir a Jesús. Como resultado de lo que habían visto, todos los que estaban allí comenzaron a alabar a Dios también. Lucas 18:35-43.

¿Qué quieres que haga por ti? Lo que le pediríamos a Jesús revela mucho acerca de nuestro estado espiritual. De niños jugábamos ese juego: ¿Qué le pedirías a un genio si te concediera tres deseos? Los más listos decían: ¡Mi deseo sería que me concediera todos mis deseos! En la niñez, uno cree que la felicidad consiste en tener todo lo que uno quiere.

Pero conforme vamos creciendo, descubrimos que muchas de las cosas que pensábamos que nos iban a satisfacer realmente no nos traen la alegría prometida. ¿Será que estamos viendo a Dios como el genio de aquel juego infantil? Lo que queremos es descubrir el secreto para que Dios nos dé todo lo que nosotros deseamos. Queremos convertirlo en nuestra hada madrina celestial.

He observado que Dios muchas veces responde a las oraciones de los nuevos creyentes de una manera impresionante. Cuando una persona apenas se está acercando a Dios, me parece que Dios le concede muchas peticiones para ayudarle a confiar. Podríamos decir que Dios nos mima cuando somos bebés.

Pero conforme vamos creciendo, El nos llama a madurar. Cuando somos maduros, en lugar de esperar que Dios nos pregunte qué queremos que El haga por nosotros, nos preguntamos más bien qué quiere Dios que hagamos por El. Hemos aprendido que hay gozo en hacer la voluntad de Dios. Hay más gozo en hacer la voluntad de Dios que en lograr que Dios haga nuestra voluntad.

¿Qué quieres que haga por ti? Piensa bien tu respuesta a esa pregunta. Cuando observamos el ejemplo del ciego, descubrimos varias cosas importantes en su encuentro con Jesús. La primera cosa es que el ciego clama. ¡A él nadie lo va a callar! Cuando le dicen que no haga tanta bulla, ¡él grita con más fuerza!

Dime: ¿cuál fue la última vez que clamaste a Dios? A veces me encuentro en mis propias oraciones pidiéndole una y otra vez lo mismo a Dios, pero casi sin ganas. Es la misma lista de peticiones que siempre llevo, sin pasión y sin anhelo. Muchas veces no oro como si mi vida dependiera de ello.

Se cuenta la historia de unos pastores que debatían la mejor postura para orar. Uno decía que había que orar de rodillas, otro que era mejor postrarse ante el Señor cara al suelo. Por fin, un electricista que estaba trabajando en la Iglesia interrumpió su conversación. "Disculpen, hermanos pastores" - les dijo. "Mi mejor oración la hice cabeza abajo, colgado de un cable a diez metros de altura."

¿Te das cuenta? ¡Dios responde al clamor de su pueblo! No me refiero al volumen de tu oración; no es cuestión de gritar más fuerte para que Dios te oiga, porque el cielo está muy lejos. Me refiero a la intensidad de tu corazón, la necesidad que sientes de que Dios te responda. Este ciego clamó, gritó, porque sabía que sólo Jesús le podía ayudar. ¿Clamas en oración? Si Dios no está contestando nuestras oraciones, es bueno preguntarnos si realmente estamos clamando a El.

La segunda cosa que vemos en esta historia es que el ciego pide. Cuando Jesús le pregunta qué es lo que quiere, le responde con una petición clara y directa: "Quiero ver". Dos palabras nada más, pero no cabe duda de lo que quiere este hombre. Y nosotros, ¿pedimos en oración?

El apóstol Santiago escribió: "No tienen, porque no piden." (Santiago 4:2) Sospecho que Dios tiene una bodega en el cielo llena de todas las bendiciones que El nos quería dar, pero que nunca le pedimos. Si no se lo pedimos a Dios, no se lo agradeceremos cuando lo recibimos. Dios quiere que le pidamos para que podamos reconocer de dónde vienen nuestras bendiciones.

A veces pedimos, pero lo hacemos de una manera tan general que casi ni es petición. Por ejemplo, le pedimos a Dios que bendiga a los misioneros y que ayude a todos los hambrientos. Es un bonito sentimiento, pero es tan general que nunca vamos a saber si Dios respondió o no. Dios nos invita a pedirle de una manera tan concreta y específica como este hombre: "Quiero ver".

La tercera cosa que observamos en el ejemplo del ciego es que confió. El título que usó para referirse a Jesús - hijo de David - mostró que él entendía quién era Jesús. El había estado esperando al Mesías, y ahora reconocía que estaba frente a El. Su confianza en Jesús fue tan absoluta que Jesús pudo decirle: "Tu fe te ha sanado".

Por supuesto, fue Jesús quien lo sanó; pero la fe de este hombre movió la mano de Dios y trajo sanidad a su vida. ¿De veras confiamos en Dios cuando oramos? Más bien, creo que muchas veces pensamos así: "Bueno, nada pierdo con orar. ¿Quién quita y Dios me responde?" Dios busca algo más de nosotros.

Lo que Dios desea es que nos acerquemos a El con la confianza de un niño que se sube al sofá con su papá y le pide algo. El niño sabe que su padre se lo dará, a menos que no le convenga. Con esa misma confianza, con esa misma fe, tenemos que clamar a Dios si queremos que El nos responda.

Vemos una cosa más en el ejemplo del ciego. Lo que él le pidió le trajo gloria a Dios. ¿Qué hizo este hombre después de recibir lo que le pidió a Jesús? Empezó a glorificar a Dios, y la multitud alabó a Dios con él. Su vida se convirtió en un espejo que reflejaba la gloria de Dios, porque no se quedó callado. Lo alabó y lo exaltó, y muchos se unieron a él.

Hace unos días me encontraba en el estacionamiento de una tienda cuando una mujer se me acercó pidiéndome dinero. Cuando me lo pidió, se veía muy risueña y amable. Después de que le había dado un poco de dinero, sin embargo, se dio la medio vuelta y se fue sin decirme nada. ¡Ya había conseguido lo que quería!

¿Haremos eso con Dios? No sólo es feo ser malagradecido; significa perder de vista lo que realmente importa. A fin de cuentas, importa muy poco si yo recibo lo que le pido a Dios. Mi vida no es tan importante como yo muchas veces pienso que es. Pero la gloria de Dios es lo más grandioso. Si mi vida glorifica a Dios, resplandece como jamás podría si simplemente viviera para mí mismo.

Es bueno preguntar, cuando oramos: ¿trae gloria a Dios lo que le estoy pidiendo? Sobre todo, cuando vemos las respuestas de Dios, ¡no nos quedemos callados! ¡Celebremos la grandeza de Dios! ¡Mostremos al mundo lo que El ha hecho en nuestras vidas! No nos quedemos con el crédito por lo que El ha hecho en nosotros. Reflejemos su gloria a los demás.

¿Qué quieres que haga por ti? Te invito a recordar la respuesta que diste a esa pregunta. La verdad es que Jesús está aquí. El está frente a ti en este momento. ¿Qué le pedirás? ¿Cómo se lo pedirás? Dios quiere glorificarse en tu vida, si aprendes a pedirle con fe y para su gloria.

domingo, 28 de enero de 2018

CONFRONTANDO LA INCREDULIDAD

Hay actitudes en la vida que nos llevan a lugares muy peligrosos. En realidad, como alguien ha comentado, nuestra altitud muchas veces depende de nuestra actitud. Es decir, hasta dónde llegamos a volar en la vida tiene mucho que ver con las actitudes que asumimos. Podemos escoger buenas actitudes o malas.

Hay una actitud en particular que es muy peligrosa. De hecho, Jesús les advirtió a sus discípulos que debían cuidarse de esta actitud. Me refiero a la actitud de incredulidad. La incredulidad significa simplemente no creer algo. Por ejemplo, yo soy incrédulo cuando se trata de los unicornios. No creo en ellos. Pero aquí estamos hablando acerca de la incredulidad respecto a Jesús.

La incredulidad, o la falta de fe, se presenta de dos maneras. Una de ellas es mucho más peligrosa que la otra. Estoy seguro que todos, en algún momento, hemos sido incrédulos. ¿Qué? ¿Hasta los pastores? Sí, hasta los pastores a veces enfrentamos dudas acerca de la fe. Lo importante es nuestra manera de reaccionar frente a la incredulidad. Hoy vamos a ver dos historias en la vida de Jesús, como lo relata Marcos en su evangelio. Nos muestran las dos reacciones diferentes.

La primera historia sucede después de la alimentación de los cuatro mil. Jesús dio de comer milagrosamente a grandes multitudes en dos ocasiones diferentes; en una ocasión a cinco mil, y en otra, a cuatro mil.

Después de la alimentación de los cuatro mil, unos fariseos llegaron a hablar con Jesús. Empezaron a discutir con El. Le pidieron que les mostrara una señal del cielo. Esto lo dijeron para ponerlo a prueba. Pero Jesús suspiró profundamente, y luego les contestó: "¿Por qué pide esta generación una señal milagrosa? Les aseguro que no se le dará ninguna señal." Y los dejó.

Más tarde, cuando hablaba con sus discípulos, les dijo: "Cuídense de la levadura de los fariseos". A los discípulos se les había olvidado llevar pan, y ellos pensaron que Jesús se refería a esto. Pero El les hablaba de otra cosa. Les hablaba de la actitud de los fariseos, de su manera de pensar. Leamos esta historia en Marcos 8:11-15:

8:11 Llegaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús. Para ponerlo a prueba, le pidieron una señal del cielo. 8:12 Él lanzó un profundo suspiro y dijo: "¿Por qué pide esta generación una señal milagrosa? Les aseguro que no se le dará ninguna señal". 8:13 Entonces los dejó, volvió a embarcarse y cruzó al otro lado. 8:14 A los discípulos se les había olvidado llevar comida, y solo tenían un pan en la barca. 8:15 -Tengan cuidado -les advirtió Jesús-; ¡ojo con la levadura de los fariseos y con la de Herodes!

Para muchos de nosotros, los fariseos representan lo peor - el colmo de la hipocresía. "Yo nunca podría ser así", pensamos. "Tengo mis defectos, pero no soy hipócrita". Pero el movimiento fariseo comenzó bien. Había originado en un esfuerzo por guardar cabalmente la ley de Dios. Sólo que terminó en el orgullo y la hipocresía.

Sabes, es fácil convertirse en fariseo. Es por esto que Jesús les advirtió a sus discípulos: "Tengan cuidado con la levadura de los fariseos." ¿Cuál fue la levadura de los fariseos? Fue su actitud equivocada. Ellos se acercaron a Jesús para ponerle a prueba. No estaban buscando humildemente la verdad. Sólo querían ver cómo hacer tropezar al Maestro.

Esta es la primera forma de incredulidad. Los fariseos no querían creer. Pensaban que su criterio era perfecto. En lugar de escudriñar las Escrituras para ver si Jesús cumplía las profecías, ellos ya habían decidido que El no era el Mesías. En lugar de considerar sus milagros y pedirle a Dios discernimiento, ellos ya habían decidido que sólo una señal del cielo los podría convencer.

Jesús responde con la pregunta: "¿Por qué pide esta generación una señal milagrosa?" No es una pregunta retórica. ¿Por qué pedían una señal? Porque no querían creer. Por eso, Jesús se niega a darles señal alguna. Por eso, Jesús les advierte a sus discípulos que deben cuidarse de esa levadura.

Poco tiempo después, Jesús llevó a tres de sus discípulos a la cima de una gran montaña. Allí, El fue transfigurado delante de sus ojos. Vieron su gloria. Marcos, siempre muy práctico, dice que su ropa se puso más resplandeciente que cualquier blanqueador la podría haber dejado. De repente, lo acompañaban Moisés y Elías, los dos grandes profetas del Antiguo Testamento.

Fue una experiencia maravillosa. Sin embargo, cuando bajaron de la montaña, se encontraron con una gran multitud que discutía con los demás discípulos. Cuando Jesús pidió una explicación, un hombre de entre la multitud le dijo que había traído a su hijo endemoniado para que los discípulos lo sanaran. Ellos, sin embargo, no habían podido expulsar al demonio.

Luego, Jesús le preguntó cuánto tiempo había estado así. Ahora quiero que veas la respuesta del padre, en Marcos 9:22: "Muchas veces lo ha echado al fuego y al agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos." El padre estaba decepcionado por la experiencia con los discípulos. Le dice a Jesús: "Si puedes, ten compasión y ayúdanos." ¿Qué clase de fe es ésta? ¡Una fe muy débil!

Ahora observa cómo Jesús le responde, en el verso 23: "-¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible." (Marcos 9:23). ¡Otra pregunta de Jesús! "¿Cómo que si puedo?" ¿Crees que hay algo que Jesús no pueda hacer? ¡Claro que no! Pero este padre no entendía eso. Había caído preso de la incredulidad. Por eso, Jesús le dice: "Todo es posible para el que cree".

Llegamos al centro del asunto. Observa la reacción de este padre, en el verso 24, y compárala con la actitud de los fariseos: "-¡Sí creo! -exclamó de inmediato el padre del muchacho-. ¡Ayúdame en mi poca fe!" (Marcos 9:24). "¡Ayúdame en mi poca fe!" - dice la Nueva Versión Internacional. Los traductores nos han dado el sentido general de la frase, pero la palabra en griego significa "incredulidad" o "falta de fe".

El padre estaba luchando para creer. Quería creer en Jesús, pero la duda entraba a su corazón. ¿Qué hace? Le pide a Jesús que le ayude a creer. Ahora bien, ¿qué crees que hizo Jesús? Seguramente le dijo que regresara cuando tuviera más fe, ¿verdad? Digo: ¿Cómo iba Jesús a hacerle el milagro a un incrédulo?

Leamos los versos de Marcos 9, 25 al 27:

9:25 Al ver Jesús que se agolpaba mucha gente, reprendió al espíritu maligno.  Espíritu sordo y mudo -dijo-, te mando que salgas y que jamás vuelvas a entrar en él.
9:26 El espíritu, dando un alarido y sacudiendo violentamente al muchacho, salió de él. Este quedó como muerto, tanto que muchos decían: "Ya se murió". 9:27 Pero Jesús lo tomó de la mano y lo levantó, y el muchacho se puso de pie.

Frente a una fe tambaleante, mezclada con incredulidad, Jesús hace el milagro. El padre le pidió: "Ayúdame con mi falta de fe", y Jesús le ayudó. ¡Su hijo fue sanado! Regresó a casa completamente libre de esa opresión que lo había agobiado desde su niñez.

Aquí está la pregunta del millón: ¿Cómo reaccionas cuando dudas? Observa que no dije, si dudas. Todos vamos a dudar en algún momento. Enfrentamos por lo menos dos clases de dudas en nuestra vida. Una clase de duda es la duda intelectual. Esta duda viene cuando algo no nos cuadra. Por ejemplo, no entendemos algún pasaje.

Hace poco, en un estudio bíblico, una hermana comentó que se le había hecho difícil leer el Antiguo Testamento, porque veía cómo Dios castigaba a la gente y mandaba matar a ciudades enteras. No podía entender cómo un Dios de amor pudiera hacer tales cosas. Esa es una duda intelectual.

Si tienes dudas intelectuales, puedes reaccionar como los fariseos: "A ver, Dios, dame una señal inconfundible". ¿Cuánto será suficiente? ¡Dios ya se ha revelado en su creación y en la cruz! Pero si reaccionas como el padre de aquel joven, dirás: "Dios, quiero creer la verdad. Muéstrame la solución." Si estás dispuesto a creer, Dios te mostrará la solución con el tiempo. Eso fue lo que sucedió con la hermana en aquel estudio bíblico. Encontró la solución a su duda.

Otra clase de duda es la duda emocional o existencial. Esta clase de duda tiene que ver con alguna experiencia que vives. Pasas una situación difícil, por ejemplo, o sufres  alguna pérdida, y no sabes dónde está Dios. En medio de esa situación, tienes que decidir: ¿hacia dónde voy a mirar?

Si levantas la mirada y le pides a Dios que te ayude, El te sostendrá. Cuando la prueba haya pasado, Dios te dejará ver su poder. La respuesta del fariseo es decir: "Dios, cambia mi situación, o voy a dejar de creer en ti." Pero la respuesta del padre es decir: "Dios, quiero confiar. Ayúdame en mi incredulidad."

Todo depende de tu actitud. Cuando dudes, ¿cómo vas a reaccionar? Quizás tú, en este día, has estado luchando con la decisión de aceptar a Cristo. Quieres creer, pero hay dudas. Pídele al Señor que te ayude con tus dudas. Dile que quieres creer, pero necesitas su ayuda. Deja que El te muestre la respuesta. Luego, espera su respuesta.

Puede ser que estés pasando por un momento difícil en tu vida, y dudes del amor de Dios. El enemigo trata de convencerte de que tu fe no es suficiente. Pero Cristo te llama a decirle: "Sí creo; ayúdame en mi incredulidad." El te invita a levantar tu mirada hacia El y dejar que El fortalezca tu fe. Si se lo pides al Señor, El te ayudará a creer para que puedas ver su poder en acción.