Quiero que te imagines, por un momento, que estuvieras parado frente a Jesús. Estás viendo al Maestro cara a cara. El te pregunta: "¿Qué te gustaría que hiciera por ti?" Considera bien tu respuesta. ¿Cómo le contestarías?
Quizás le dirías: "Quiero que cambies a mi esposa." ¡Ten cuidado! Puede ser que ella esté pidiendo lo mismo por ti. O quizás le pedirías que te dé un mejor trabajo, que te dé buena salud o que te prospere económicamente. ¿Qué le pedirías a Jesús?
Un día, un hombre se encontró frente a Jesús, y el Señor le hizo precisamente esa pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?" Vamos a ver cómo respondió este hombre. Sucedió cuando Jesús se dirigía hacia Jerusalén, donde pronto moriría. Llegó al pueblo de Jericó. Era una ciudad antigua que se había quedado en ruinas, y se había construido la ciudad nueva a poca distancia.
Dejando atrás los escombros de la ciudad antigua, Jesús va entrando al pueblo nuevo acompañado por sus discípulos y una multitud de gente. Junto al camino está sentado un hombre ciego, pidiendo limosna. De repente, este hombre ciego escuchó que iba pasando una gran multitud. ¡Qué extraño! Por su pueblo pasaban muchos viajeros, pero no en grupos tan grandes.
Le preguntó a alguien qué estaba pasando, y le dijeron que Jesús de Nazaret estaba pasando por allí. De inmediato, el ciego empezó a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!" Con toda su fuerza clamaba. Algunos de entre la multitud trataron de callarlo, pero él se puso a gritar con más ganas: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!"
Sabemos que el padre de Jesús no se llamaba David. Su Padre verdadero es Dios, y su padre adoptivo se llamaba José. Este ciego no se equivocó en cuanto al nombre del papá de Jesús; más bien, al llamarle hijo de David, estaba diciendo algo muy importante acerca del Señor.
David fue el rey más grande de Israel, y Dios le había prometido que tendría un descendiente aun más grande. El ciego vio lo que muchos videntes ignoraron: que Jesús es ese hijo prometido de David, el gran Rey y Salvador que viene a rescatar a su pueblo. Es por esto que le llama hijo de David.
Jesús se detuvo a medio camino, y mandó que le trajeran al ciego. Cuando el invidente estuvo frente a El, Jesús le hizo esta pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?" Piénsalo por un momento. ¿No habría sido obvio? ¿Qué es lo que podría desear un ciego? ¡La vista, por supuesto! ¿Por qué, entonces, le pregunta Jesús qué es lo que quiere?
Sin pensarlo mucho, el ciego respondió: "Señor, quiero ver". Jesús le contestó: "¡Recibe la vista! Tu fe te ha sanado". Al instante recibió la vista, y comenzó a seguir a Jesús. Como resultado de lo que habían visto, todos los que estaban allí comenzaron a alabar a Dios también. Lucas 18:35-43.
Quizás le dirías: "Quiero que cambies a mi esposa." ¡Ten cuidado! Puede ser que ella esté pidiendo lo mismo por ti. O quizás le pedirías que te dé un mejor trabajo, que te dé buena salud o que te prospere económicamente. ¿Qué le pedirías a Jesús?
Un día, un hombre se encontró frente a Jesús, y el Señor le hizo precisamente esa pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?" Vamos a ver cómo respondió este hombre. Sucedió cuando Jesús se dirigía hacia Jerusalén, donde pronto moriría. Llegó al pueblo de Jericó. Era una ciudad antigua que se había quedado en ruinas, y se había construido la ciudad nueva a poca distancia.
Dejando atrás los escombros de la ciudad antigua, Jesús va entrando al pueblo nuevo acompañado por sus discípulos y una multitud de gente. Junto al camino está sentado un hombre ciego, pidiendo limosna. De repente, este hombre ciego escuchó que iba pasando una gran multitud. ¡Qué extraño! Por su pueblo pasaban muchos viajeros, pero no en grupos tan grandes.
Le preguntó a alguien qué estaba pasando, y le dijeron que Jesús de Nazaret estaba pasando por allí. De inmediato, el ciego empezó a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!" Con toda su fuerza clamaba. Algunos de entre la multitud trataron de callarlo, pero él se puso a gritar con más ganas: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!"
Sabemos que el padre de Jesús no se llamaba David. Su Padre verdadero es Dios, y su padre adoptivo se llamaba José. Este ciego no se equivocó en cuanto al nombre del papá de Jesús; más bien, al llamarle hijo de David, estaba diciendo algo muy importante acerca del Señor.
David fue el rey más grande de Israel, y Dios le había prometido que tendría un descendiente aun más grande. El ciego vio lo que muchos videntes ignoraron: que Jesús es ese hijo prometido de David, el gran Rey y Salvador que viene a rescatar a su pueblo. Es por esto que le llama hijo de David.
Jesús se detuvo a medio camino, y mandó que le trajeran al ciego. Cuando el invidente estuvo frente a El, Jesús le hizo esta pregunta: "¿Qué quieres que haga por ti?" Piénsalo por un momento. ¿No habría sido obvio? ¿Qué es lo que podría desear un ciego? ¡La vista, por supuesto! ¿Por qué, entonces, le pregunta Jesús qué es lo que quiere?
Sin pensarlo mucho, el ciego respondió: "Señor, quiero ver". Jesús le contestó: "¡Recibe la vista! Tu fe te ha sanado". Al instante recibió la vista, y comenzó a seguir a Jesús. Como resultado de lo que habían visto, todos los que estaban allí comenzaron a alabar a Dios también. Lucas 18:35-43.
¿Qué quieres que haga por ti? Lo que le pediríamos a Jesús revela mucho acerca de nuestro estado espiritual. De niños jugábamos ese juego: ¿Qué le pedirías a un genio si te concediera tres deseos? Los más listos decían: ¡Mi deseo sería que me concediera todos mis deseos! En la niñez, uno cree que la felicidad consiste en tener todo lo que uno quiere.
Pero conforme vamos creciendo, descubrimos que muchas de las cosas que pensábamos que nos iban a satisfacer realmente no nos traen la alegría prometida. ¿Será que estamos viendo a Dios como el genio de aquel juego infantil? Lo que queremos es descubrir el secreto para que Dios nos dé todo lo que nosotros deseamos. Queremos convertirlo en nuestra hada madrina celestial.
He observado que Dios muchas veces responde a las oraciones de los nuevos creyentes de una manera impresionante. Cuando una persona apenas se está acercando a Dios, me parece que Dios le concede muchas peticiones para ayudarle a confiar. Podríamos decir que Dios nos mima cuando somos bebés.
Pero conforme vamos creciendo, El nos llama a madurar. Cuando somos maduros, en lugar de esperar que Dios nos pregunte qué queremos que El haga por nosotros, nos preguntamos más bien qué quiere Dios que hagamos por El. Hemos aprendido que hay gozo en hacer la voluntad de Dios. Hay más gozo en hacer la voluntad de Dios que en lograr que Dios haga nuestra voluntad.
¿Qué quieres que haga por ti? Piensa bien tu respuesta a esa pregunta. Cuando observamos el ejemplo del ciego, descubrimos varias cosas importantes en su encuentro con Jesús. La primera cosa es que el ciego clama. ¡A él nadie lo va a callar! Cuando le dicen que no haga tanta bulla, ¡él grita con más fuerza!
Dime: ¿cuál fue la última vez que clamaste a Dios? A veces me encuentro en mis propias oraciones pidiéndole una y otra vez lo mismo a Dios, pero casi sin ganas. Es la misma lista de peticiones que siempre llevo, sin pasión y sin anhelo. Muchas veces no oro como si mi vida dependiera de ello.
Se cuenta la historia de unos pastores que debatían la mejor postura para orar. Uno decía que había que orar de rodillas, otro que era mejor postrarse ante el Señor cara al suelo. Por fin, un electricista que estaba trabajando en la Iglesia interrumpió su conversación. "Disculpen, hermanos pastores" - les dijo. "Mi mejor oración la hice cabeza abajo, colgado de un cable a diez metros de altura."
¿Te das cuenta? ¡Dios responde al clamor de su pueblo! No me refiero al volumen de tu oración; no es cuestión de gritar más fuerte para que Dios te oiga, porque el cielo está muy lejos. Me refiero a la intensidad de tu corazón, la necesidad que sientes de que Dios te responda. Este ciego clamó, gritó, porque sabía que sólo Jesús le podía ayudar. ¿Clamas en oración? Si Dios no está contestando nuestras oraciones, es bueno preguntarnos si realmente estamos clamando a El.
La segunda cosa que vemos en esta historia es que el ciego pide. Cuando Jesús le pregunta qué es lo que quiere, le responde con una petición clara y directa: "Quiero ver". Dos palabras nada más, pero no cabe duda de lo que quiere este hombre. Y nosotros, ¿pedimos en oración?
El apóstol Santiago escribió: "No tienen, porque no piden." (Santiago 4:2) Sospecho que Dios tiene una bodega en el cielo llena de todas las bendiciones que El nos quería dar, pero que nunca le pedimos. Si no se lo pedimos a Dios, no se lo agradeceremos cuando lo recibimos. Dios quiere que le pidamos para que podamos reconocer de dónde vienen nuestras bendiciones.
A veces pedimos, pero lo hacemos de una manera tan general que casi ni es petición. Por ejemplo, le pedimos a Dios que bendiga a los misioneros y que ayude a todos los hambrientos. Es un bonito sentimiento, pero es tan general que nunca vamos a saber si Dios respondió o no. Dios nos invita a pedirle de una manera tan concreta y específica como este hombre: "Quiero ver".
La tercera cosa que observamos en el ejemplo del ciego es que confió. El título que usó para referirse a Jesús - hijo de David - mostró que él entendía quién era Jesús. El había estado esperando al Mesías, y ahora reconocía que estaba frente a El. Su confianza en Jesús fue tan absoluta que Jesús pudo decirle: "Tu fe te ha sanado".
Por supuesto, fue Jesús quien lo sanó; pero la fe de este hombre movió la mano de Dios y trajo sanidad a su vida. ¿De veras confiamos en Dios cuando oramos? Más bien, creo que muchas veces pensamos así: "Bueno, nada pierdo con orar. ¿Quién quita y Dios me responde?" Dios busca algo más de nosotros.
Lo que Dios desea es que nos acerquemos a El con la confianza de un niño que se sube al sofá con su papá y le pide algo. El niño sabe que su padre se lo dará, a menos que no le convenga. Con esa misma confianza, con esa misma fe, tenemos que clamar a Dios si queremos que El nos responda.
Vemos una cosa más en el ejemplo del ciego. Lo que él le pidió le trajo gloria a Dios. ¿Qué hizo este hombre después de recibir lo que le pidió a Jesús? Empezó a glorificar a Dios, y la multitud alabó a Dios con él. Su vida se convirtió en un espejo que reflejaba la gloria de Dios, porque no se quedó callado. Lo alabó y lo exaltó, y muchos se unieron a él.
Pero conforme vamos creciendo, descubrimos que muchas de las cosas que pensábamos que nos iban a satisfacer realmente no nos traen la alegría prometida. ¿Será que estamos viendo a Dios como el genio de aquel juego infantil? Lo que queremos es descubrir el secreto para que Dios nos dé todo lo que nosotros deseamos. Queremos convertirlo en nuestra hada madrina celestial.
He observado que Dios muchas veces responde a las oraciones de los nuevos creyentes de una manera impresionante. Cuando una persona apenas se está acercando a Dios, me parece que Dios le concede muchas peticiones para ayudarle a confiar. Podríamos decir que Dios nos mima cuando somos bebés.
Pero conforme vamos creciendo, El nos llama a madurar. Cuando somos maduros, en lugar de esperar que Dios nos pregunte qué queremos que El haga por nosotros, nos preguntamos más bien qué quiere Dios que hagamos por El. Hemos aprendido que hay gozo en hacer la voluntad de Dios. Hay más gozo en hacer la voluntad de Dios que en lograr que Dios haga nuestra voluntad.
¿Qué quieres que haga por ti? Piensa bien tu respuesta a esa pregunta. Cuando observamos el ejemplo del ciego, descubrimos varias cosas importantes en su encuentro con Jesús. La primera cosa es que el ciego clama. ¡A él nadie lo va a callar! Cuando le dicen que no haga tanta bulla, ¡él grita con más fuerza!
Dime: ¿cuál fue la última vez que clamaste a Dios? A veces me encuentro en mis propias oraciones pidiéndole una y otra vez lo mismo a Dios, pero casi sin ganas. Es la misma lista de peticiones que siempre llevo, sin pasión y sin anhelo. Muchas veces no oro como si mi vida dependiera de ello.
Se cuenta la historia de unos pastores que debatían la mejor postura para orar. Uno decía que había que orar de rodillas, otro que era mejor postrarse ante el Señor cara al suelo. Por fin, un electricista que estaba trabajando en la Iglesia interrumpió su conversación. "Disculpen, hermanos pastores" - les dijo. "Mi mejor oración la hice cabeza abajo, colgado de un cable a diez metros de altura."
¿Te das cuenta? ¡Dios responde al clamor de su pueblo! No me refiero al volumen de tu oración; no es cuestión de gritar más fuerte para que Dios te oiga, porque el cielo está muy lejos. Me refiero a la intensidad de tu corazón, la necesidad que sientes de que Dios te responda. Este ciego clamó, gritó, porque sabía que sólo Jesús le podía ayudar. ¿Clamas en oración? Si Dios no está contestando nuestras oraciones, es bueno preguntarnos si realmente estamos clamando a El.
La segunda cosa que vemos en esta historia es que el ciego pide. Cuando Jesús le pregunta qué es lo que quiere, le responde con una petición clara y directa: "Quiero ver". Dos palabras nada más, pero no cabe duda de lo que quiere este hombre. Y nosotros, ¿pedimos en oración?
El apóstol Santiago escribió: "No tienen, porque no piden." (Santiago 4:2) Sospecho que Dios tiene una bodega en el cielo llena de todas las bendiciones que El nos quería dar, pero que nunca le pedimos. Si no se lo pedimos a Dios, no se lo agradeceremos cuando lo recibimos. Dios quiere que le pidamos para que podamos reconocer de dónde vienen nuestras bendiciones.
A veces pedimos, pero lo hacemos de una manera tan general que casi ni es petición. Por ejemplo, le pedimos a Dios que bendiga a los misioneros y que ayude a todos los hambrientos. Es un bonito sentimiento, pero es tan general que nunca vamos a saber si Dios respondió o no. Dios nos invita a pedirle de una manera tan concreta y específica como este hombre: "Quiero ver".
La tercera cosa que observamos en el ejemplo del ciego es que confió. El título que usó para referirse a Jesús - hijo de David - mostró que él entendía quién era Jesús. El había estado esperando al Mesías, y ahora reconocía que estaba frente a El. Su confianza en Jesús fue tan absoluta que Jesús pudo decirle: "Tu fe te ha sanado".
Por supuesto, fue Jesús quien lo sanó; pero la fe de este hombre movió la mano de Dios y trajo sanidad a su vida. ¿De veras confiamos en Dios cuando oramos? Más bien, creo que muchas veces pensamos así: "Bueno, nada pierdo con orar. ¿Quién quita y Dios me responde?" Dios busca algo más de nosotros.
Lo que Dios desea es que nos acerquemos a El con la confianza de un niño que se sube al sofá con su papá y le pide algo. El niño sabe que su padre se lo dará, a menos que no le convenga. Con esa misma confianza, con esa misma fe, tenemos que clamar a Dios si queremos que El nos responda.
Vemos una cosa más en el ejemplo del ciego. Lo que él le pidió le trajo gloria a Dios. ¿Qué hizo este hombre después de recibir lo que le pidió a Jesús? Empezó a glorificar a Dios, y la multitud alabó a Dios con él. Su vida se convirtió en un espejo que reflejaba la gloria de Dios, porque no se quedó callado. Lo alabó y lo exaltó, y muchos se unieron a él.
Hace unos días me encontraba en el estacionamiento de una tienda cuando una mujer se me acercó pidiéndome dinero. Cuando me lo pidió, se veía muy risueña y amable. Después de que le había dado un poco de dinero, sin embargo, se dio la medio vuelta y se fue sin decirme nada. ¡Ya había conseguido lo que quería!
¿Haremos eso con Dios? No sólo es feo ser malagradecido; significa perder de vista lo que realmente importa. A fin de cuentas, importa muy poco si yo recibo lo que le pido a Dios. Mi vida no es tan importante como yo muchas veces pienso que es. Pero la gloria de Dios es lo más grandioso. Si mi vida glorifica a Dios, resplandece como jamás podría si simplemente viviera para mí mismo.
Es bueno preguntar, cuando oramos: ¿trae gloria a Dios lo que le estoy pidiendo? Sobre todo, cuando vemos las respuestas de Dios, ¡no nos quedemos callados! ¡Celebremos la grandeza de Dios! ¡Mostremos al mundo lo que El ha hecho en nuestras vidas! No nos quedemos con el crédito por lo que El ha hecho en nosotros. Reflejemos su gloria a los demás.
¿Qué quieres que haga por ti? Te invito a recordar la respuesta que diste a esa pregunta. La verdad es que Jesús está aquí. El está frente a ti en este momento. ¿Qué le pedirás? ¿Cómo se lo pedirás? Dios quiere glorificarse en tu vida, si aprendes a pedirle con fe y para su gloria.
¿Haremos eso con Dios? No sólo es feo ser malagradecido; significa perder de vista lo que realmente importa. A fin de cuentas, importa muy poco si yo recibo lo que le pido a Dios. Mi vida no es tan importante como yo muchas veces pienso que es. Pero la gloria de Dios es lo más grandioso. Si mi vida glorifica a Dios, resplandece como jamás podría si simplemente viviera para mí mismo.
Es bueno preguntar, cuando oramos: ¿trae gloria a Dios lo que le estoy pidiendo? Sobre todo, cuando vemos las respuestas de Dios, ¡no nos quedemos callados! ¡Celebremos la grandeza de Dios! ¡Mostremos al mundo lo que El ha hecho en nuestras vidas! No nos quedemos con el crédito por lo que El ha hecho en nosotros. Reflejemos su gloria a los demás.
¿Qué quieres que haga por ti? Te invito a recordar la respuesta que diste a esa pregunta. La verdad es que Jesús está aquí. El está frente a ti en este momento. ¿Qué le pedirás? ¿Cómo se lo pedirás? Dios quiere glorificarse en tu vida, si aprendes a pedirle con fe y para su gloria.
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